Nada que sorprenda, tratándose del Masters, tratándose de los mejores ocho jugadores de la temporada. Desarrollo parejo, con momentos favorables a uno y a otro. Las diferencias, no necesariamente demasiado finas, quedaron grabadas con los mismos números. El primer 6-3 para David Ferrer; el siguiente para Juan Martín Del Potro. Y en el set decisivo, otra vez el péndulo que fue de un lado al otro. Al inicio, hasta el 3-0, para el español; luego para el argentino, quien quebró servicio para igualar en 4. Era el momento de la verdad, una verdad efímera desde sus pocos puntos de duración, aunque no por eso poco contundente. Ferrer puso en la cancha, en el momento justo, su irrefutable realidad. Confianza a pleno, inteligencia y entrega potenciadas por esa fe en sí mismo, y una estirpe combativa y ganadora que, en este tramo de su carrera, lo acerca a los cuatro dueños del Tour.
Fuera de estas, otras razones aportaron lo suyo. Y de esas otras, el servicio de Juan Martín apareció salteado en una cita de máxima exigencia. En Londres no hay margen. No lo tiene Del Potro, tampoco lo tendrá Tipsarevic, su rival de mañana. Porque más allá de lo que digan los números, el tandilense deberá exprimir hasta la última gota cada una de sus virtudes. Haciéndolo a medias, o de a ratos, su tercera presencia en el Masters será recordada en el tiempo como una simple referencia estadística.