La vulnerabilidad del Gobierno

BUENOS AIRES.- Inasible por lo abarcativa y por lo heterogéneo de sus consignas, la multitudinaria convocatoria del 8-N en todo el país, que se encauzó a través de las redes sociales, ha quedado, una vez más, bien lejos de los políticos. De la dispersa oposición, desde ya, de la que muchos sienten vergüenza, pero por sobre todo del Gobierno nacional, al que le ha apuntado los dardos tantísima gente negándose a la reforma constitucional, repudiando la presión a la Justicia y los ataques a la prensa, abogando por un manejo no tan intervencionista de la economía y a favor de las libertades individuales o bien, desde las formas, exigiendo que cese la costumbre del kirchnerismo de llevarse todo por delante.

En la calle, la gente reaccionó como pudo. Algunos de insulto fácil, con pancartas reprochables y odio reprimido; otros, familias enteras, con ganas de hacerse escuchar, nada más. En su tozudez, el Gobierno sólo atinó a atrincherarse en la solidez del argumento de aquel contundente 54% conseguido hace un año en las urnas, un contrato que le da mandato por tres años más, aunque no patente para cualquier cosa. De allí, los límites que se le han querido marcar y que el kirchnerismo resiste.

Enarbolar contra los manifestantes la primitiva descalificación de "destituyente" o la etiqueta de "facciones ultraderechistas", que galvanizaron más aún la cruzada o regalarle a los que aún dudaban declaraciones irritantes o discursos destemplados, fueron movimientos poco felices que contribuyeron a sumar más gente a la protesta.

Lo que ha logrado como elemento político de fuste esta masiva movilización nacional es haber sacado de sus casillas al Gobierno y haberlo mostrado desnudo y vulnerable, desde dos puntos de vista.

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