Por Lucía Lozano
21 Enero 2013
DEMASIADO LEJOS. Cuando crece el río Salí, en verano, a los pobladores de San Antonio les resulta casi imposible atravesarlo para llegar al otro lado, donde están muchas de sus actividades. LA GACETA / FOTOS DE ANALIA JARAMILLO
Para cruzar hay que esperar que el agua esté tranquila. Igual, da miedo. En verano, el cauce es profundo, las aguas son oscuras y a veces hay fuertes corrientes y remolinos. Aquí, en San Antonio, Leales, el río funciona como un muro natural que impide a los pobladores poder desarrollarse y estar cerca de sus seres queridos que viven al otro lado, en Simoca.
La historia de este poblado, formado por unos 400 habitantes, es así: en invierno, cuando las aguas del río bajan, la mayoría atraviesa el cauce caminando o en sulky. Recorren unos dos kilómetros y ya están en Simoca. Trabajan en la feria, manejan sus cuentas en los bancos, van al médico, estudian, concurren a fiestas, visitan a los familiares que tienen allí y hasta se enamoran.
Esa es la vida que más les gusta. Pero todo lo bueno se acaba con las primeras lluvias de la primavera: el Salí aumenta su caudal y los separa de esa realidad. Para poder llegar hasta Simoca durante el verano deben irse a las rutas y recorrer unos 70 kilómetros. Eso si tienen vehículo propio. Si deben ir en colectivo, la cosa se complica más: primero deben caminar cinco kilómetros hasta la villa de Leales; ahí tomar un ómnibus hasta San Miguel de Tucumán y de allí a Simoca. Por eso es que algunos, los más osados, no dudan en saltar al río y nadar. O en mudarse definitivamente a la "Capital Nacional del Sulky". El resto, la mayoría, pide a gritos que les construyan un puente, aunque sea una conexión peatonal.
Corazones partidos
En San Antonio, ubicado en el sudeste del departamento de Leales (ver mapa), todos se conocen perfectamente. Cuentan los pobladores que hay varias historias de corazones divididos por el río. Es el caso de César Gómez, un muchacho que de tanto cruzar hacia Simoca por trabajo allí conoció a Laura, su actual esposa, relata Ivana Pereyra, familiar de la pareja. "El noviazgo fue difícil. Para poder verla, él tenía que pasar por el río, así tuviera mucha o poca agua. Después, cuando se casaron, él se terminó yendo a vivir allá", detalla.
La mayoría de los habitantes de San Antonio no tiene empleo fijo. Trabajan en la cosecha y, en verano, muchos de estos obreros golondrinas no tienen más opción que irse al sur del país. Marta Beatriz no parece cansada. Por el contrario, se exhibe ágil a los 72 años. Bajo el sol calcinante del mediodía, habla de aquello que todos reclaman en el pueblo: "un puente nos cambiaría la vida. Fíjese que en invierno nosotros cruzamos el cauce caminando y llevamos a la feria de Simoca mucho de lo que tenemos acá: quesos, gallinas, huevos y lechones. Vendemos bien y con eso podemos sostener a nuestras familias. Pero desde noviembre hasta mayo, vivimos mal porque no tenemos muchos ingresos. Irnos hasta Simoca cuando el río crece es imposible: significa perder un día entero pasando de ómnibus en ómnibus y gastando un montón en traslados".
A su casa se llega luego de atravesar un laberinto de calles de tierra que se angostan y se convierten en pasillos mientras más nos acercamos al Salí. Allí, a la vera del río, hay un inmenso camping utilizado principalmente por algunos pescadores que conocen el sitio. En esta época del año, según calculan, el ancho del río alcanza los 15 o 20 metros. En el centro, la profundidad puede llegar a ser de tres metros. Silvana Ponce nació hace 33 años en San Antonio. Sin embargo, de alguna manera ella se siente más atraída por todos los servicios que ofrece Simoca. Cuando puede atravesar el río caminando o a caballo, va casi todos los días por distintos motivos: "vamos a hacer compras o al médico a llevar los chicos; también usamos el cajero del banco. Lo más cercano que tenemos aquí es la Villa de Leales a 5 kilómetros, pero no encontramos ahí los servicios que sí tiene Simoca".
Cerca y a la vez tan lejos
Se sienten aislados. Creen que sus vidas transcurren en medio de la nada. Y que no tienen muchas posibilidades de crecer. "A mí me gustaría que mis hijos pudieran estudiar, pero no tengo el dinero suficiente para enviarlos a hacer un terciario a la ciudad. Se que en Simoca hay esta oferta de estudio, pero sólo podrían asistir desde mayo a noviembre", afirma Carla Bosque, madre de cinco hijos, el más grande de 16 años. Ella tiene una mano especial para hacer bollos y masas dulces. En invierno, suele llevar sus productos a la feria de Simoca. En su casa se extiende una sensación de refugio. Es una vivienda a medio terminar, cuyo fondo da al río. Es un sitio de natural que mejora cuanto más se lo mira. "Esto es un paraíso escondido. Incluso un puente le daría una entrada al turismo", propone.
A Daniel Gómez lo que más le duele es vivir tan cerca y a la vez tan lejos de sus familiares. "Ellos están en un pueblo que se encuentra justo al otro lado del cauce, se llama La Rinconada. En invierno, nos juntamos todos los fines de semana y en verano no nos podemos ver. El problemas es que justo en esa época están las fiestas de Fin de Año", relata el hombre de 44 años. Atravesando el Salí, él disfruta de jugar al fútbol con sus amigos, de pasear e ir a misa. Por eso, es uno de los pocos que decide arriesgarse en verano y cruzar el lecho del río.
Un puente de comunicación entre Leales y Simoca es fundamental para el desarrollo social y económico de los pueblos de San Antonio y Los Juárez. Así lo afirmó el delegado comunal de Villa de Leales, Ángel Álvaro Brito. Sin embargo, sostuvo que por ahora esto es sólo un proyecto y no está en la lista de prioridades de la comuna.
"Se encararon obras que urgen desarrollarse; tienen que ver con el agua potable, el pavimento, etcétera. No es que no sea importante, yo creo que es algo esencial para la gente de esos pueblos, que tienen entre los dos unos 800 habitantes", sostuvo Brito.
"Conozco a fondo la situación. Se que hay mucha gente que cruza el río para ir a trabajar, porque tiene familia o porque necesita resolver otras cuestiones. Se también que un puente en ese sector favorecería mucho al turismo, realzaría un sector que está bastante escondido y que es muy lindo. En la zona hay campings, hay una playa hermosa y el agua llega bastante limpia. Incluso ahí cerca está el castillo de Castoral, una joya del patrimonio arquitectónico, al cual se lo puede ver desde Leales pero es imposible acceder por la falta de un puente", señaló el funcionario a LA GACETA.
Brito resaltó que ya tiene en mente cómo sería el puente, aunque aún no fue proyectado por un especialista ni desarrollado en planos.
Una oportunidad
Según dijo, la posibilidad de comunicar Leales con Simoca sería una oportunidad para que muchos habitantes puedan comercializar sus productos (huevos, chanchos y gallinas) en la tradicional feria de la "Capital Nacional del Sulky".
Además, según dijo, esta conexión daría más oportunidad de estudio y laboral para las decenas de jóvenes que habitan en el interior de Leales y que no encuentran un futuro prometedor en la zona. Entonces, terminan emigrando a la capital y engrosando los índices de desempleo y de pobreza.
La historia de este poblado, formado por unos 400 habitantes, es así: en invierno, cuando las aguas del río bajan, la mayoría atraviesa el cauce caminando o en sulky. Recorren unos dos kilómetros y ya están en Simoca. Trabajan en la feria, manejan sus cuentas en los bancos, van al médico, estudian, concurren a fiestas, visitan a los familiares que tienen allí y hasta se enamoran.
Esa es la vida que más les gusta. Pero todo lo bueno se acaba con las primeras lluvias de la primavera: el Salí aumenta su caudal y los separa de esa realidad. Para poder llegar hasta Simoca durante el verano deben irse a las rutas y recorrer unos 70 kilómetros. Eso si tienen vehículo propio. Si deben ir en colectivo, la cosa se complica más: primero deben caminar cinco kilómetros hasta la villa de Leales; ahí tomar un ómnibus hasta San Miguel de Tucumán y de allí a Simoca. Por eso es que algunos, los más osados, no dudan en saltar al río y nadar. O en mudarse definitivamente a la "Capital Nacional del Sulky". El resto, la mayoría, pide a gritos que les construyan un puente, aunque sea una conexión peatonal.
Corazones partidos
En San Antonio, ubicado en el sudeste del departamento de Leales (ver mapa), todos se conocen perfectamente. Cuentan los pobladores que hay varias historias de corazones divididos por el río. Es el caso de César Gómez, un muchacho que de tanto cruzar hacia Simoca por trabajo allí conoció a Laura, su actual esposa, relata Ivana Pereyra, familiar de la pareja. "El noviazgo fue difícil. Para poder verla, él tenía que pasar por el río, así tuviera mucha o poca agua. Después, cuando se casaron, él se terminó yendo a vivir allá", detalla.
La mayoría de los habitantes de San Antonio no tiene empleo fijo. Trabajan en la cosecha y, en verano, muchos de estos obreros golondrinas no tienen más opción que irse al sur del país. Marta Beatriz no parece cansada. Por el contrario, se exhibe ágil a los 72 años. Bajo el sol calcinante del mediodía, habla de aquello que todos reclaman en el pueblo: "un puente nos cambiaría la vida. Fíjese que en invierno nosotros cruzamos el cauce caminando y llevamos a la feria de Simoca mucho de lo que tenemos acá: quesos, gallinas, huevos y lechones. Vendemos bien y con eso podemos sostener a nuestras familias. Pero desde noviembre hasta mayo, vivimos mal porque no tenemos muchos ingresos. Irnos hasta Simoca cuando el río crece es imposible: significa perder un día entero pasando de ómnibus en ómnibus y gastando un montón en traslados".
A su casa se llega luego de atravesar un laberinto de calles de tierra que se angostan y se convierten en pasillos mientras más nos acercamos al Salí. Allí, a la vera del río, hay un inmenso camping utilizado principalmente por algunos pescadores que conocen el sitio. En esta época del año, según calculan, el ancho del río alcanza los 15 o 20 metros. En el centro, la profundidad puede llegar a ser de tres metros. Silvana Ponce nació hace 33 años en San Antonio. Sin embargo, de alguna manera ella se siente más atraída por todos los servicios que ofrece Simoca. Cuando puede atravesar el río caminando o a caballo, va casi todos los días por distintos motivos: "vamos a hacer compras o al médico a llevar los chicos; también usamos el cajero del banco. Lo más cercano que tenemos aquí es la Villa de Leales a 5 kilómetros, pero no encontramos ahí los servicios que sí tiene Simoca".
Cerca y a la vez tan lejos
Se sienten aislados. Creen que sus vidas transcurren en medio de la nada. Y que no tienen muchas posibilidades de crecer. "A mí me gustaría que mis hijos pudieran estudiar, pero no tengo el dinero suficiente para enviarlos a hacer un terciario a la ciudad. Se que en Simoca hay esta oferta de estudio, pero sólo podrían asistir desde mayo a noviembre", afirma Carla Bosque, madre de cinco hijos, el más grande de 16 años. Ella tiene una mano especial para hacer bollos y masas dulces. En invierno, suele llevar sus productos a la feria de Simoca. En su casa se extiende una sensación de refugio. Es una vivienda a medio terminar, cuyo fondo da al río. Es un sitio de natural que mejora cuanto más se lo mira. "Esto es un paraíso escondido. Incluso un puente le daría una entrada al turismo", propone.
A Daniel Gómez lo que más le duele es vivir tan cerca y a la vez tan lejos de sus familiares. "Ellos están en un pueblo que se encuentra justo al otro lado del cauce, se llama La Rinconada. En invierno, nos juntamos todos los fines de semana y en verano no nos podemos ver. El problemas es que justo en esa época están las fiestas de Fin de Año", relata el hombre de 44 años. Atravesando el Salí, él disfruta de jugar al fútbol con sus amigos, de pasear e ir a misa. Por eso, es uno de los pocos que decide arriesgarse en verano y cruzar el lecho del río.
Un puente de comunicación entre Leales y Simoca es fundamental para el desarrollo social y económico de los pueblos de San Antonio y Los Juárez. Así lo afirmó el delegado comunal de Villa de Leales, Ángel Álvaro Brito. Sin embargo, sostuvo que por ahora esto es sólo un proyecto y no está en la lista de prioridades de la comuna.
"Se encararon obras que urgen desarrollarse; tienen que ver con el agua potable, el pavimento, etcétera. No es que no sea importante, yo creo que es algo esencial para la gente de esos pueblos, que tienen entre los dos unos 800 habitantes", sostuvo Brito.
"Conozco a fondo la situación. Se que hay mucha gente que cruza el río para ir a trabajar, porque tiene familia o porque necesita resolver otras cuestiones. Se también que un puente en ese sector favorecería mucho al turismo, realzaría un sector que está bastante escondido y que es muy lindo. En la zona hay campings, hay una playa hermosa y el agua llega bastante limpia. Incluso ahí cerca está el castillo de Castoral, una joya del patrimonio arquitectónico, al cual se lo puede ver desde Leales pero es imposible acceder por la falta de un puente", señaló el funcionario a LA GACETA.
Brito resaltó que ya tiene en mente cómo sería el puente, aunque aún no fue proyectado por un especialista ni desarrollado en planos.
Una oportunidad
Según dijo, la posibilidad de comunicar Leales con Simoca sería una oportunidad para que muchos habitantes puedan comercializar sus productos (huevos, chanchos y gallinas) en la tradicional feria de la "Capital Nacional del Sulky".
Además, según dijo, esta conexión daría más oportunidad de estudio y laboral para las decenas de jóvenes que habitan en el interior de Leales y que no encuentran un futuro prometedor en la zona. Entonces, terminan emigrando a la capital y engrosando los índices de desempleo y de pobreza.
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