02 Febrero 2013
RENOVADA. En 1990 la estación fue remodelada. REUTERS
Es más visitada que Notre Dame, el Louvre, la Gran Muralla o los diversos Disneyland, pero se trata sólo de una estación de tren. Naturalmente, no de una cualquiera, sino de la más grande del mundo. La Grand Central Station de Nueva York es una catedral del transporte de masas y un brillante ejemplo de la protección monumental. Hoy cumple 100 años.
La estación tiene 67 andenes, más que ninguna otra en el mundo, pero ni un solo tren de larga distancia sale ya de este palacio. En cambio, cientos de miles de pasajeros se mueven diariamente en sus trenes de corta distancia.
Según una publicación especializada, 21,6 millones de turistas se acercan a verla todos los años. Aunque claro, la entrada es gratuita.
Después de un accidente
Nueva York tuvo su primer ferrocarril ya en 1831. En 1858, aquel monstruo de vapor fue desterrado a las afueras de la ciudad, donde actualmente se encuentra la estación, entre la calle 42 y Times Square. Cornelius Vanderbilt, que en su día fue el hombre más rico del mundo, le dio un gran impulso al ferrocarril, hasta que en 1902, un accidente acabó en un hito: el choque de dos trenes en los abarrotados túneles dejó 17 muertos.
Una semana más tarde, se presentó un plan para cambiar al tren eléctrico y construir una nueva estación. El concurso fue ganado por el equipo de arquitectos Reed and Stem. El grupo, además de buenos contactos, tenía talento, porque lo que se inauguró el domingo 2 de febrero de 1913, un minuto después de medianoche, dejaba sin aliento.
Casi la derriban
Las décadas que siguieron fueron de esplendor. Sin embargo, pronto se dio la espalda al transporte ferroviario, y el esplendor se vino abajo. En 1967, la construcción iba a ser derribada, pero los neoyorkinos, y sobre todo la viuda Jacqueline Kennedy se opusieron y apuntaron a lo ocurrido con la cercana Pennsylvania Station.
El imponente edificio que la albergaba había sido sustituido hacía apenas unos años por una "construcción moderna", similar a un búnker, que aún hoy sigue considerándose un pecado arquitectónico.
La Grand Central se mantuvo, aunque remodelada, y se le adosó un edificio de 55 plantas. Hasta 1976, el edificio no pasó a estar protegido como patrimonio de la ciudad. Con todo, la construcción perdió y solo era una sombra de lo que fue. Por fin, en 1990, empezó su restauración, en la que se invirtieron 600 millones de dólares. Hubo que esperar ocho años, pero la inauguración de la nueva Grand Central fue tan glamorosa como hacía 85 años. Su techo abovedado de estrellas sigue estando inclinado, tal y como dios lo ve, dicen.
Los neoyorkinos están orgullosos de su estación, el edificio más visitado de la ciudad. Más de un millón de personas acude cada año al Empire State, pero la Grand Central reúne esa cifra en solo dos días.
La estación tiene 67 andenes, más que ninguna otra en el mundo, pero ni un solo tren de larga distancia sale ya de este palacio. En cambio, cientos de miles de pasajeros se mueven diariamente en sus trenes de corta distancia.
Según una publicación especializada, 21,6 millones de turistas se acercan a verla todos los años. Aunque claro, la entrada es gratuita.
Después de un accidente
Nueva York tuvo su primer ferrocarril ya en 1831. En 1858, aquel monstruo de vapor fue desterrado a las afueras de la ciudad, donde actualmente se encuentra la estación, entre la calle 42 y Times Square. Cornelius Vanderbilt, que en su día fue el hombre más rico del mundo, le dio un gran impulso al ferrocarril, hasta que en 1902, un accidente acabó en un hito: el choque de dos trenes en los abarrotados túneles dejó 17 muertos.
Una semana más tarde, se presentó un plan para cambiar al tren eléctrico y construir una nueva estación. El concurso fue ganado por el equipo de arquitectos Reed and Stem. El grupo, además de buenos contactos, tenía talento, porque lo que se inauguró el domingo 2 de febrero de 1913, un minuto después de medianoche, dejaba sin aliento.
Casi la derriban
Las décadas que siguieron fueron de esplendor. Sin embargo, pronto se dio la espalda al transporte ferroviario, y el esplendor se vino abajo. En 1967, la construcción iba a ser derribada, pero los neoyorkinos, y sobre todo la viuda Jacqueline Kennedy se opusieron y apuntaron a lo ocurrido con la cercana Pennsylvania Station.
El imponente edificio que la albergaba había sido sustituido hacía apenas unos años por una "construcción moderna", similar a un búnker, que aún hoy sigue considerándose un pecado arquitectónico.
La Grand Central se mantuvo, aunque remodelada, y se le adosó un edificio de 55 plantas. Hasta 1976, el edificio no pasó a estar protegido como patrimonio de la ciudad. Con todo, la construcción perdió y solo era una sombra de lo que fue. Por fin, en 1990, empezó su restauración, en la que se invirtieron 600 millones de dólares. Hubo que esperar ocho años, pero la inauguración de la nueva Grand Central fue tan glamorosa como hacía 85 años. Su techo abovedado de estrellas sigue estando inclinado, tal y como dios lo ve, dicen.
Los neoyorkinos están orgullosos de su estación, el edificio más visitado de la ciudad. Más de un millón de personas acude cada año al Empire State, pero la Grand Central reúne esa cifra en solo dos días.
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