"La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que Él ha enviado" (Jn 6,29)

Alfredo Horacio Zecca, arzobispo de Tucumán.

13 Febrero 2013
La celebración de la Cuaresma que iniciamos con el Miércoles de Ceniza, en el marco del Año de la Fe, nos ofrece una ocasión privilegiada para reflexionar acerca de la importancia de la adhesión personal e incondicional al amor gratuito de Dios, que se manifiesta plenamente en Jesucristo.

Pero ¿qué es la fe? La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tim 2,4); entrar en amistad con el Señor; acoger el mandamiento del Señor, que no es otro que el amor, que ponemos en práctica con la caridad (cf. 1 Jn 13,13-17). De ahí la estrecha relación entre fe y caridad. La fe, en efecto, "actúa por el amor" y se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Benedicto XVI, "Porta Fidei", 6).

La salvación que Jesús ofrece no se alcanza por las obras sino por la fe. De ahí la afirmación del Señor. "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que Él ha enviado" (Jn 6,29). San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio de San Juan, anota: "que creáis en Él, no a Él". Puede parecer una distinción sutil, casi intrascendente, pero es decisiva. No basta con constatar la existencia de Dios, su divinidad, su poder. Eso sería creerle a Él. El Apóstol Santiago, en su Carta, afirma: "¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. Los demonios también creen y, sin embargo, tiemblan" (Sant 2,19).

También el evangelista Marcos, relatándonos algunas curaciones hechas por Jesús, destaca que "expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era Él" (Mc 1,34). San Agustín añade: "los demonios creen, pero no lo aman".

Creer "en Dios" es, sin embargo, mucho más que constatar la existencia o divinidad de Dios o de Jesucristo; presupone el amor, la entrega incondicional, la confianza absoluta. Una vez más se pone de manifiesto la íntima vinculación entre fe y caridad: la importancia del creer y el entusiasmo, todo Él lleno de amor, por comunicar esa misma fe: "La fe, en efecto, -escribe el papa Benedicto XVI- crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo (…) Como afirma San Agustín, los creyentes "se fortalecen creyendo" (…) Sus numerosos escritos -continúa el Papa-, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la "puerta de la fe" (Porta Fidei, 7). Siguiendo la dirección indicada sabiamente por San Agustín, Santo Tomás de Aquino afirma que "creer en Dios es ir hacia Dios creyendo, lo que se hace por la caridad".

El Año de la Fe y el inicio de la Cuaresma son, así, una invitación a entrar en lo secreto de nuestro corazón para descubrir allí la Palabra que anida esperando, gracias a nuestra libre adhesión a Dios, fructificar en buenas obras. La fe es, fundamentalmente, confianza, certeza del amor y del poder de Dios, "porque nada es imposible para Dios" (Lc 1,37).

San Marcos, en su Evangelio, nos relata el encuentro de Jesús con una mujer que padecía de hemorragias. "Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud y tocó su manto, porque pensaba: "con sólo tocar su manto quedaré curada". Inmediatamente quedó curada y Jesús, ante el asombro de sus discípulos, preguntó ¿quién tocó mi manto? Los discípulos le respondieron "¿ves que la gente te aprieta por todos lados y preguntas quién te ha tocado?" Finalmente la mujer fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad y Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad" (cf. Mc 5,21-34).

El gran teólogo Agustín anota con toda precisión: "la multitud aprieta; pero la fe toca", y saca la consecuencia pastoral que intima una conducta: "crean de manera que lo toquen; tóquenlo de manera que permanezcan con Él; permanezcan con Él de manera que nunca se separen de Él". Esto es creer: tocar con el corazón; tocar con la absoluta confianza en el poder de Dios; tocar amándolo para permanecer y nunca separarnos de Jesús.

La Cuaresma nos invita a la conversión, a volver a Dios con el corazón. Pero es necesario tener en cuenta que, en la Biblia, el corazón no está ligado, como solemos decir habitualmente, sólo -ni principalmente- a los sentimientos. El corazón es lo más íntimo del hombre, la sede, a la vez, de sus pensamientos y de su amor. En este Año de la Fe la Iglesia nos invita en la Cuaresma a iniciar un camino interior, que nos lleva a lo más profundo de nuestra interioridad, allí donde descubrimos al Dios que -en expresión, una vez más, del gran San Agustín- "es más íntimo que nuestra propia intimidad".

Mientras invito a todo el Pueblo de Dios que peregrina en Tucumán, pastores y fieles, a iniciar el santo tiempo de Cuaresma, les aseguro mi oración y les imparto de todo corazón mi bendición.

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