18 Marzo 2013
Las justificadas críticas, del público y de los medios de comunicación, que con tanta frecuencia deploran las complicaciones -cada vez mayores- que registra el tránsito en San Miguel de Tucumán, enfocan exclusivamente sobre los conductores de vehículos. Sin duda, su falta de respeto hacia las normas es lo que suscita los mayores trastornos y riesgos en la circulación. El conductor es el que no respeta las ordenanzas sobre estacionamiento, o el que viola la luz roja de los semáforos, o el que guía a excesiva velocidad, o el que opera el teléfono celular mientras maneja, entre otras infracciones por todos conocidas. Y también son conductores, aunque de vehículos de dos ruedas, los que no usan el casco, o que llevan varios niños como tripulantes, o que zigzaguean peligrosamente en medio de la correntada del tránsito, además de ignorar los semáforos o estacionar donde se les ocurre sus bicicletas o sus motocicletas.
Pero las críticas, sin duda fundamentadas, que merecen tales conductas -y que hemos enumerado sólo a titulo de ejemplo- no suelen apuntar a alguien que es un gran protagonista de muchos de los inconvenientes y situaciones de riesgo que a diario se presentan en la vía pública. Se trata de la persona que se moviliza a pie. El peatón de San Miguel de Tucumán, de todos los sexos y de todas las edades, es el ser más indisciplinado y más desdeñoso de las normas. No solamente de las municipales, sino también de las elementales que deben tenerse presentes por la propia integridad física. En nuestra capital, cualquiera puede advertir que es raro el caminante que, antes de atravesar una arteria, repare en la indicación del semáforo. No solamente cruza cuando la luz roja le está ordenando detenerse. Ocurre que lo hace con ritmo de paseo y mirando hacia cualquier parte, aunque vaya empujando el cochecito de un niño. Y por cierto que no practica el cruce desde una esquina, como debiera, sino que lo inicia tranquilamente desde la mitad de la calzada, por regla general.
Una de las razones por las cuales el flujo de los vehículos por el centro suele mostrar exasperante lentitud, reside en que los conductores se ven obligados a detener su marcha a cada momento, para no arrollar al ciudadano que ha resuelto atravesar súbitamente la calzada desde cualquier parte.
Cuando desciende de un colectivo, el peatón suele pasar delante del mismo sin fijarse en que pueda venir otro vehículo y atropellarlo. Y si una fila de automotores está aguardando la luz verde para reiniciar la marcha, se introduce sin miedo alguno entre dos paragolpes para cruzar.
Así, podrían multiplicarse fácilmente los ejemplos reveladores de que la mayoría de quienes caminan por las calles, miran con la más absoluta indiferencia las pautas que existen para un razonable ordenamiento del tránsito y para su propia seguridad.
Se habla con insistencia de la necesidad de implementar enérgicas campañas de "educación vial". Claro está que ellas resultan muy convenientes y adecuadas. Pero pensamos que resulta indispensable encarar, en forma simultánea, campañas de "educación peatonal", que mucho contribuirán a hacer más fluida y más segura la circulación de vehículos.
Puesto que se exige, de quienes conducen automotores, el respeto por las normas vigentes, idéntica exigencia corresponde a las personas que circulan a pie. Las autoridades debieran organizar la necesaria estrategia para lograr, en tan importante terreno, esos resultados que hoy son más que deseables.
Pero las críticas, sin duda fundamentadas, que merecen tales conductas -y que hemos enumerado sólo a titulo de ejemplo- no suelen apuntar a alguien que es un gran protagonista de muchos de los inconvenientes y situaciones de riesgo que a diario se presentan en la vía pública. Se trata de la persona que se moviliza a pie. El peatón de San Miguel de Tucumán, de todos los sexos y de todas las edades, es el ser más indisciplinado y más desdeñoso de las normas. No solamente de las municipales, sino también de las elementales que deben tenerse presentes por la propia integridad física. En nuestra capital, cualquiera puede advertir que es raro el caminante que, antes de atravesar una arteria, repare en la indicación del semáforo. No solamente cruza cuando la luz roja le está ordenando detenerse. Ocurre que lo hace con ritmo de paseo y mirando hacia cualquier parte, aunque vaya empujando el cochecito de un niño. Y por cierto que no practica el cruce desde una esquina, como debiera, sino que lo inicia tranquilamente desde la mitad de la calzada, por regla general.
Una de las razones por las cuales el flujo de los vehículos por el centro suele mostrar exasperante lentitud, reside en que los conductores se ven obligados a detener su marcha a cada momento, para no arrollar al ciudadano que ha resuelto atravesar súbitamente la calzada desde cualquier parte.
Cuando desciende de un colectivo, el peatón suele pasar delante del mismo sin fijarse en que pueda venir otro vehículo y atropellarlo. Y si una fila de automotores está aguardando la luz verde para reiniciar la marcha, se introduce sin miedo alguno entre dos paragolpes para cruzar.
Así, podrían multiplicarse fácilmente los ejemplos reveladores de que la mayoría de quienes caminan por las calles, miran con la más absoluta indiferencia las pautas que existen para un razonable ordenamiento del tránsito y para su propia seguridad.
Se habla con insistencia de la necesidad de implementar enérgicas campañas de "educación vial". Claro está que ellas resultan muy convenientes y adecuadas. Pero pensamos que resulta indispensable encarar, en forma simultánea, campañas de "educación peatonal", que mucho contribuirán a hacer más fluida y más segura la circulación de vehículos.
Puesto que se exige, de quienes conducen automotores, el respeto por las normas vigentes, idéntica exigencia corresponde a las personas que circulan a pie. Las autoridades debieran organizar la necesaria estrategia para lograr, en tan importante terreno, esos resultados que hoy son más que deseables.
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