Los Tocafondo: "sin la murga estaría preso o drogándome"

Niños y jóvenes de "La Bombilla" asisten todos los sábados a un taller de malabarismo y circo callejero que les da diversión, refugio y esperanza.

 LA GACETA / FOTOS DE ANALIA JARAMILLO  LA GACETA / FOTOS DE ANALIA JARAMILLO
15 Mayo 2013

- Contá, Acerito, contá qué te ha pasado en la cabeza. 

A Acerito -que en verdad se llama Víctor Cardozo- se le amontona una sonrisa traviesa en sus dientes de 11 años, mientras su mano de algodón frota un mechón chamuscado.

- He querido escupir fuego...

- ¿Y no te salió el truco?

- Sí, me salió. Pasa que justo ha venido un viento en contra.

Todos ríen y Acerito también. Le importa muy poco que un costado de su cabeza luzca evidentemente desigual al otro. Al fin y al cabo, entiende él, es su responsabilidad como miembro de una murga ensayar en su casa lo que luego el público festeja. Aunque esta vez se ha tomado demasiados atributos: en su breve carrera, los profesores no le han enseñado los secretos de lanzar llamas por la boca.

Tanto este blooper como los cambios que han experimentado varios niños y jóvenes del barrio Juan XXIII -conocido como La Bombilla-, pueden explicarse por el entusiasmo que les genera integrar el colectivo cultural Los Tocafondo, una organización de payasos, malabaristas, zanquistas y bailarines, cuya hija mayor y más popular es una murga homónima. Cada sábado, unas 50 personas (sus edades van desde los dos hasta los 30 años) confluyen en la escuela Niño Jesús de Praga, en Chile y Thames, donde cinco profesores les enseñan a hacer música y coreografías con repiques, redoblantes y banderines.

Así y todo, la artística ha sido quizá la más superficial de las revoluciones que Los Tocafondo han comandado en un vecindario que lucha contra sus estigmas. Surgida en 2007, cuando los ahora profesores hacían vaquitas para recibir clases de murga y circo callejero, la organización es refugio para varios chicos que no encuentran contención en sus casas; terapia para otros con discapacidades físicas, y esperanza para todos.

"Los chicos esperan con ansiedad que llegue el día de la murga. Se pasan la semana hablando de lo que hacen aquí, pero lo que más los entusiasma es la posibilidad de salir del barrio a hacer presentaciones. Pocas veces pueden pasear por su cuenta...", explica Mónica de Arroyo, una de las integrantes de la Comisión Cosechando Esperanza, formada por madres que ayudan a Los Tocafondo en el cuidado de los niños y que sirven el desayuno los días de clases y ensayo. "¡Siempre piden más! -confirma Gustavo Vaca Martín, profesor y payaso- En ese sentido, Acerito es un caso emblemático: los talleres comienzan a las 9.30, pero él nos está esperando en la puerta desde las 8".

Diversión y terapia
Entre saltos, rumbas y tambores, niños y jóvenes purgan sus dolencias. David Romero, otro de los profes, recuerda el caso de David, un nene de seis años que durante algunos días durmió en una plaza. "Después nos enteramos de que sus padres se estaban separando y que eso lo afectó mucho", relata. "Muchos de los chicos que vienen aquí tienen problemas en la casa, sufren la falta de afecto. De hecho, el grupo de madres invitó a otras a unirse al proyecto, para que apoyen y compartan tiempo con sus chicos. Pero pocas aceptaron", lamenta Teresa Soria, miembro de la Comisión.

A veces, las carencias no son sólo emocionales. Raquel Reyes, otra mamá, cuenta la historia de su hijo Fabián (8), quien entró a la murga por consejo médico. "Él tiene una discapacidad motora en la parte derecha de su cuerpo y el doctor recomendó que hiciera alguna actividad. Lo mandé a la Orquesta Juan XXIII, pero se ponía muy nervioso porque no podía manejar los instrumentos. Traerlo a la murga fue la salvación: al principio tocaba el surdo (tambor grande) con una mano y únicamente si yo lo acompañaba; ahora se soltó y lo hace con las dos, como los otros chicos".

La certeza de que Los Tocafondo es tanta diversión como terapia alcanza también a los profesores. Facundo Lima (17), el más joven de ellos, admite sin tapujos que la murga lo salvó de hacer la calle. "Este grupo me centró: si no hubiese entrado aquí, hoy quizás estaría preso o drogándome... O tal vez ni siquiera estaría". Su entusiasmo se ensombrece cuando recuerda a algunos amigos a los que no pudo convencer de que ingresaran. Y a otros que ya no volverá a ver, como aquel que falleció en un tiroteo cuando tenía 13 años. "A veces, aquí las balas te silban en las orejas", relata. Precisamente Los Tocafondo quieren reemplazar esos silbidos con el bombardeo más alegre del repique y el redoblante.

CURARSE BAILANDO 
Joaquín se curó de una discapacidad motora en sus brazos gracias a los ejercicios que hace con la murga. "A él y a otros con problemas similares les dedico clases especiales. Me gusta ver cómo mejoran y van creciendo", contó el profesor Maximiliano Arroyo.

ACERITO, EL MÁS ANSIOSO DEL GRUPO 
Pese a que los talleres comienzan a las 9.30, "Acerito" espera en la escuela desde las 8. "¡Se demoraron!", les dice a los profes.

PROFESORES, PAYASOS Y AMIGOS 
Gustavo Vaca Martín, Maximiliano Arroyo, Mario, David Romero y Facundo Lima son los profesores que dirigen Los Tocafondo. 

REEMPLAZÓ MAMÁ POR SURDO 
Cuando entró, Fabián no se animaba a tocar el surdo sin tener al lado a su mamá Raquel. Ahora es uno de los que más se divierten.

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