31 Mayo 2013
¡ESTÁS IGUAL! Campera amarilla, cadenita dorada. A Diego Chamorro no le pasan los años. ¡Zandunga! LA GACETA/ FOTOS DE DIEGO ARÁOZ
Hay un punto de la historia en el que se cruzan Carlos Santana, Frank Zappa y Jethro Tull con "Veo veo", "Palo bonito" y "El Negro no puede". La epifanía fue de Diego Chamorro, durante un show en el legendario teatro Fillmore East, de Nueva York. Esa noche a Chamorro se le hizo la luz, y la luz se llamó Zandunga. Mejor dicho, Katunga. Todo esto es rigurosamente cierto.
Porque Katunga nació, allá en los albores de los 70, como un experimento de rock afrolatino, una novedad sonora que llamó la atención de Luis Alberto Spinetta. ¿Qué eran esas tumbadoras, esa percusión, ese ritmo endemoniado?
Chamorro, que no se llama Diego sino Edgardo, cuenta todo esto con un timbre admirativo en la entonación. Como si a más de 40 años de los hechos le costara aceptar que pasó lo que pasó. Y sí, pasó.
Pero antes de Katunga, de los cientos de miles de discos vendidos y del millón de anécdotas en un millón de kilómetros recorridos a fuerza de hits, hay una historia. Chamorro la cuenta mientras el sol de la tarde le ilumina los recuerdos. Algunas horas más tarde desplegará su rutina en el restó de un hotel cinco estrellas. El Sheraton. Porque Katunga nunca para.
La cuestión es que, así como La Renga es de Mataderos y Callejeros de Villa Celina, Katunga defiende los colores de Villa Pueyrredón. Chamorro padre era pintor de barcos, no de batallas. "Se les dice magazineros", ilustra Edgardo/Diego.
Los hermanos -Alberto y Hugo ya estaban listos- se armaron de guitarra, bajo y batería e intentaron una broma adolescente con forma de banda. Le pusieron Séptimo Regimiento.
Eso fue en los 60, advierte Chamorro. Escuchaban a los Beatles, los Rolling Stones, Procol Harum... Todo en inglés. Y de repente estaban subidos a la más exclusiva de las olas artísticas, tocando en galerías de arte y happenings. La crema del Di Tella, los Vianini, los Bordeu, todos felices con Séptimo Regimiento. Tanto que quedaron inmersos en una película -"Sexoanálisis"-, con Libertad Leblanc como Dios la trajo al mundo en una cama gigante. Piensen en una Andrea Rincón rubia y refinada. Eso era la Leblanc por aquellas épocas. Una bomba. Pasaban cosas en los 60.
Séptimo Regimiento entró al estudio, metió un exitazo -"Paco Camorra"- y terminaron en una película con Luis Sandrini. Entonces las cosas se pusieron serias.
¿Quién no escuchó "El extraño de pelo largo", ese que sin preocupaciones va? Lo cantaba La Joven Guardia. Un día Roque Narvaja se bajó del tren y los integrantes de la banda -Hiacho Lezica, Enrique Masllorenz y Félix Pando- salieron a buscar un reemplazante. ¿Y por qué no Chamorro?
El problema es que en La Joven Guardia eran chicos bien, así que al pibe de Villa Pueyrredón le cambiaron el nombre: pasó a llamarse Diego Aguerre. Y de paso lo vistieron en Recoleta, le llenaron el bolsillo de dólares y lo mandaron a Nueva York. Al encuentro de Santana.
Ya de vuelta, Aguerre volvió a ser Chamorro, pero se dejó el Diego. Uf, demasiados cambios. Lo importante era motorizar esa idea. Esa Zandunga que por cuestiones legales mutó en Katunga. La banda propia. Jugar en Primera con todas las letras.
Cuenta Chamorro que el sonido dependía de la percusión, y que entre los músicos profesionales ninguno encontraba el punto justo. Así que se fueron al bajo, a caminar los cabarutes, la tierra de los caballos lentos y las chicas rápidas. Y ahí estaban, por supuesto, los magos del tam tam, listos para hacer de Katunga el hijo legítimo de Los Shakers y Los Wawancó.
Sigamos. Katunga sudaba rock, pero la discográfica RCA exigía dividendos. "Muchachos, si quieren triunfar graben esto", les dijo Cacho Améndola. "Esto" era "Veo veo". Lo grabaron. Se vendió como rosarios bendecidos por el papa Francisco. ¿Tocarlo en vivo? ¡Ni a palos!
Hasta que una noche, después de un show, el productor los puso entre la espada y la pared: "si no cantan 'Veo veo' no cobran", les dijo. Fue desde ese momento que Chamorro trazó una línea y decidió ponerse del lado del público. Cantar muy feliz, noche tras noche, "Mirá para arriba, mirá para abajo", "Palo bonito", "El Negro no puede", "Me lo dijo una gitana". Una escuela en la que, por ejemplo, Los Auténticos Decadentes se recibieron con honores.
En Miami, la revista "Record World" premió al combo de los Chamorro. Sí, fueron el grupo más popular de América Latina. Pasaron por el tamiz de Lalo Fransen y de Palito Ortega. Rodaron películas de toda laya -¡los dirigió Adolfo Aristarain!-, se hicieron grandes amigos de Ricardo Darín y de Cacho Castaña. Quedaron ligados por siempre a Alberto Olmedo. La rompieron en televisión.
Las canciones, está claro, no son de Katunga. Se las apropió el público. Son de las hinchadas de fútbol y del trencito que se arma en el casamiento a las tres de la mañana. Y pensar que en España tocaron con Ray Charles y con Joan Manuel Serrat. Todo esto es rigurosamente cierto.
Porque Katunga nació, allá en los albores de los 70, como un experimento de rock afrolatino, una novedad sonora que llamó la atención de Luis Alberto Spinetta. ¿Qué eran esas tumbadoras, esa percusión, ese ritmo endemoniado?
Chamorro, que no se llama Diego sino Edgardo, cuenta todo esto con un timbre admirativo en la entonación. Como si a más de 40 años de los hechos le costara aceptar que pasó lo que pasó. Y sí, pasó.
Pero antes de Katunga, de los cientos de miles de discos vendidos y del millón de anécdotas en un millón de kilómetros recorridos a fuerza de hits, hay una historia. Chamorro la cuenta mientras el sol de la tarde le ilumina los recuerdos. Algunas horas más tarde desplegará su rutina en el restó de un hotel cinco estrellas. El Sheraton. Porque Katunga nunca para.
La cuestión es que, así como La Renga es de Mataderos y Callejeros de Villa Celina, Katunga defiende los colores de Villa Pueyrredón. Chamorro padre era pintor de barcos, no de batallas. "Se les dice magazineros", ilustra Edgardo/Diego.
Los hermanos -Alberto y Hugo ya estaban listos- se armaron de guitarra, bajo y batería e intentaron una broma adolescente con forma de banda. Le pusieron Séptimo Regimiento.
Eso fue en los 60, advierte Chamorro. Escuchaban a los Beatles, los Rolling Stones, Procol Harum... Todo en inglés. Y de repente estaban subidos a la más exclusiva de las olas artísticas, tocando en galerías de arte y happenings. La crema del Di Tella, los Vianini, los Bordeu, todos felices con Séptimo Regimiento. Tanto que quedaron inmersos en una película -"Sexoanálisis"-, con Libertad Leblanc como Dios la trajo al mundo en una cama gigante. Piensen en una Andrea Rincón rubia y refinada. Eso era la Leblanc por aquellas épocas. Una bomba. Pasaban cosas en los 60.
Séptimo Regimiento entró al estudio, metió un exitazo -"Paco Camorra"- y terminaron en una película con Luis Sandrini. Entonces las cosas se pusieron serias.
¿Quién no escuchó "El extraño de pelo largo", ese que sin preocupaciones va? Lo cantaba La Joven Guardia. Un día Roque Narvaja se bajó del tren y los integrantes de la banda -Hiacho Lezica, Enrique Masllorenz y Félix Pando- salieron a buscar un reemplazante. ¿Y por qué no Chamorro?
El problema es que en La Joven Guardia eran chicos bien, así que al pibe de Villa Pueyrredón le cambiaron el nombre: pasó a llamarse Diego Aguerre. Y de paso lo vistieron en Recoleta, le llenaron el bolsillo de dólares y lo mandaron a Nueva York. Al encuentro de Santana.
Ya de vuelta, Aguerre volvió a ser Chamorro, pero se dejó el Diego. Uf, demasiados cambios. Lo importante era motorizar esa idea. Esa Zandunga que por cuestiones legales mutó en Katunga. La banda propia. Jugar en Primera con todas las letras.
Cuenta Chamorro que el sonido dependía de la percusión, y que entre los músicos profesionales ninguno encontraba el punto justo. Así que se fueron al bajo, a caminar los cabarutes, la tierra de los caballos lentos y las chicas rápidas. Y ahí estaban, por supuesto, los magos del tam tam, listos para hacer de Katunga el hijo legítimo de Los Shakers y Los Wawancó.
Sigamos. Katunga sudaba rock, pero la discográfica RCA exigía dividendos. "Muchachos, si quieren triunfar graben esto", les dijo Cacho Améndola. "Esto" era "Veo veo". Lo grabaron. Se vendió como rosarios bendecidos por el papa Francisco. ¿Tocarlo en vivo? ¡Ni a palos!
Hasta que una noche, después de un show, el productor los puso entre la espada y la pared: "si no cantan 'Veo veo' no cobran", les dijo. Fue desde ese momento que Chamorro trazó una línea y decidió ponerse del lado del público. Cantar muy feliz, noche tras noche, "Mirá para arriba, mirá para abajo", "Palo bonito", "El Negro no puede", "Me lo dijo una gitana". Una escuela en la que, por ejemplo, Los Auténticos Decadentes se recibieron con honores.
En Miami, la revista "Record World" premió al combo de los Chamorro. Sí, fueron el grupo más popular de América Latina. Pasaron por el tamiz de Lalo Fransen y de Palito Ortega. Rodaron películas de toda laya -¡los dirigió Adolfo Aristarain!-, se hicieron grandes amigos de Ricardo Darín y de Cacho Castaña. Quedaron ligados por siempre a Alberto Olmedo. La rompieron en televisión.
Las canciones, está claro, no son de Katunga. Se las apropió el público. Son de las hinchadas de fútbol y del trencito que se arma en el casamiento a las tres de la mañana. Y pensar que en España tocaron con Ray Charles y con Joan Manuel Serrat. Todo esto es rigurosamente cierto.