Mensajes mirando a octubre

Un tiempo de eufemismo, de avisos cifrados y de medias palabras. Hasta se habló de la pobreza en Haití. Scioli y Massa se mantienen en el centro de la escena. Entre la sumisión y lo práctico.

Fue la semana de los mensajes. Implícitos, gestuales, hablados, verídicos o simulados, cruzaron de punta a punta todo el espectro político para desviar la atención. Un gran partido de truco con guiños de posicionamiento, algunos demasiado fugaces como para tomarlos en serio, que surgieron de discursos encendidos, reuniones no tan secretas, fotografías de ocasión, silencios tácticos y hasta de medias palabras lanzadas al viento para que cada uno las interprete como desee. En un país dispuesto a mirarse el ombligo siempre, hasta se habló de las situaciones de pobreza... en Haití.

También fue tiempo de eufemismos, es decir de los avisos cifrados con medias palabras que fueron de un lado para el otro y que, con el marco de las salutaciones para el Día del Periodista, involucraron a la Presidenta, al gobernador Daniel Scioli y al titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti. Con sus afirmaciones, presencias y omisiones, ellos intentaron marcar territorio frente al valor de la libertad de expresión y a la independencia de la Justicia, en una jornada que no fue para nada feliz para quienes trabajan en los medios, debido a las divisiones ideológicas que en estos días le quitan brillo a la profesión.

Scioli se mostró activo frente a los periodistas durante dos días seguidos después de haber sido aludido como un "protegido" de los medios. Cristina Fernández se hizo presente con sus tuits de defensa del periodismo oficialista y aludiendo irónicamente a que "muchos de los que hoy escriben están convencidos de que ser periodistas es ser opositores". Y el presidente del alto tribunal hizo saber que el cuerpo resolverá lo que le llegue sobre la reforma judicial de modo "inmediato", tema que tiene a maltraer al Gobierno porque observa que en el turno electoral probablemente no camine del todo el cambio en la conformación del Consejo de la Magistratura que le permitiría controlar al Poder Judicial.

En cuanto al universo de la política partidaria, más que activo en esto de jugar al misterio, es verdad que se nutre de los dobles mensajes y de las engañifas por definición, pero en general el actual nivel de la discusión es muy precario para contener a una sociedad que, tal como lo advierte la Iglesia, adelgaza cada día más y se vuelve más "vulnerable" desde lo económico, lo cultural y lo moral y que necesita enriquecerse con debates concretos, que a muy pocos les parece oportuno dar.

Hay muchas denuncias de corrupción que involucran al Gobierno, algunas más virulentas y probadas que otras y férreas defensas del modelo, algunas de ellas con tan poco tino que suenan risibles por lo soberbias, como lo que dijo el Jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina en el Senado: "No escondemos fracasos, porque no tenemos fracasos", afirmó. Por una cosa u otra, aquello que pasa en la calle no parece interesarle demasiado a los políticos.

Tanta estrechez hubo en el panorama, que apenas media frase de la Presidenta pareció darle aire a quienes suponen que los consensos son mejores que las peleas, que el diálogo supera los enfrentamientos y que la planificación conjunta es siempre más efectiva que las ideas salvadoras de los iluminados. "Me gustaría más una Argentina en la cual se escucharan, además de las cosas que hacemos, contamos y de nuestras propuestas, también otras propuestas y, entonces, entablar un sano debate democrático", dijo Cristina en Tucumán. Pero, hasta allí llegó la esperanza, porque lo dicho duró lo que un suspiro. Inmediatamente después lo devaluó con un "pero, cuando hablo de propuestas, hablo también de la autoridad para hablar", arrogándose probablemente el derecho a decir con quién sí y con quién no debatir, en este caso puntual dándole un especial aire a la juventud ("nadie sale de debajo de las baldosas; por eso, yo valoro tanto a los jóvenes que vienen sin las mañas...").

Entonces, lo que parecía que era una bocanada de aire fresco, una apertura que llegaba desde donde debía llegar, pasó a ser apenas una señal más, destinada a seducir a uno de los públicos que ella supone que más la podría acompañar en las elecciones de octubre.

Cristina no fue la única, sino la más encumbrada de este minué de chicanas que atiende únicamente al juego de los pocos que están arriba del colectivo, mientras el grueso mira desde la calle como los dirigentes o los que se postulan para serlo, juegan a las zancadillas. Ni siquiera por ahora es una hoguera de vanidades, sólo la hipocresía de muchos para encontrar el mejor lugar en la largada. En este sentido, Daniel Scioli y Sergio Massa se llevaron las palmas del suspenso, los dos mostrando temple de acero para que no se les mueva un músculo de la cara que denote ni frío ni calor, ni blanco ni negro. Ambos están empeñados en decir sin decir, en sugerir antes que en afirmar, en aferrarse a una táctica que les hace cerrar la boca.

Desde lo práctico, tan mal no les ha ido, porque hablan de ellos en estos días, ya que han dejado que los demás crean que son los más importantes del espinel. No hay opositores que hayan podido hasta el momento opacar el ruido que vienen haciendo con sus actitudes o con sus silencios, pese a que el frente de centro-izquierda ha presentado un plausible armado de tono democrático rumbo a las primarias, sobre todo en la Capital Federal. Sin embargo, una vez más se hizo presente la lógica que tiene bajo la piel la sociedad, que suele creer que el peronismo es el único que puede gobernar sin sobresaltos en la Argentina. Entonces, porque se trata de la provincia de Buenos Aires, porque son peronistas, porque tienen cargos ejecutivos, porque por su juego de ambigüedades para muchos son una esperanza y porque para no desairar a nadie anticipadamente no definen aún si van a jugar a pleno con el mundo K al que pertenecen o por dentro del PJ planteando internas o si van a ir por afuera, en alianza con otros peronistas desencantados, Scioli y Massa han pasado a ser los más mirados de los últimos días. En este mapa que se está dibujando en territorio bonaerense no es menor la participación de los intendentes justicialistas, unos por estar definidos para cualquiera de los cuatro cuartos del espectro partidario (Cristina, Scioli, Massa y de Narváez) y otros no, aunque la mayoría se ha sumado al juego de ambigüedades. Los leales a la Rosada tienen la chequera de De Vido como zanahoria, aunque no dudarían en salirse del cristinismo pese a los bochincheros actos que suelen organizar para satisfacción de la Presidenta.

Lo cierto es que no hay genuina cultura K en la mayoría de los municipios y en ese sentido, los jefes comunales peronistas, sobre todo los del Conurbano, no se privan de rosquear para sacar la mejor tajada porque aún conservan los códigos del duhaldismo. Pero, con la mano en el corazón, todos temen que los avances de La Cámpora en sus distritos, a la corta o a la larga se los lleven puestos. Entre Scioli y Massa, quien puede pilotar la situación con mayor comodidad es este último, ya que tiene menos para perder y más tiempo para arriesgar, ya que los 15 años de diferencia de edad le dan más chance cronológica que al gobernador. Además, el intendente de Tigre no depende de la caja nacional como el habitante de La Plata, por más que en las últimas horas las usinas bonaerenses hayan comenzado a decir que la provincia está equilibrada en sus números, como si ya no fuera ese condicionamiento el único cabo que mantiene atado al gobernador a la Casa Rosada. Esa debilidad objetiva lo tuvo a Scioli permanentemente expuesto a que lo más rancio del cristinismo lo vapulee, exigiéndole cosas que no puede cumplir no por ideología, sino por personalidad, como un cambio en su ardor para defender a ultranza el modelo. Ya no le piden sólo lealtad, ahora le reclaman fogosidad.

En verdad, todas esas exigencias de sumisión extrema, que lo obligarían a tener que pelearse con la otra mitad del mundo, no pueden llegar de otra persona que no sea de la propia Cristina. Aunque Scioli se empeñe en preservar la figura presidencial, las presiones no sólo son una trampa indigerible para alguien que aprendió a hacer de la no confrontación un arte, sino que lo dejan irremediablemente mal frente a quienes, por no entenderlo tampoco, le exigen un gesto de independencia ya.

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