Unidos por la sangre y por la vocación

Por admiración, por vocación, por el ejemplo... varias son las razones que impulsaron a algunos hijos a elegir la misma carrera de sus padres. Cuando se los mira desde afuera es evidente que no sólo comparten el conocimiento (y los rasgos), sino también los modos, la forma de hablar, el aspecto. A los futboleros, esa condición se les nota: ropa informal, el corte desmechado, zapatillas y remeras ajustadas. La solemnidad de quienes ejercen la abogacía también resulta inconfundible, al igual que la sencillez de la chaqueta blanca y la cara que acumula los cansancios de las varias horas que pasan quienes transitan los pasillos de un hospital, atendiendo niños y consolando padres. Los que cultivan la música también tienen su sello: la tranquilidad y la seguridad que dan los años acariciando el éxito y los acordes de una guitarra, y también la humildad de reconocer el origen. El "Chango" Paliza y su hija Cecilia comparten la pasión por la música

 LA GACETA / FOTO DE HECTOR PERALTA LA GACETA / FOTO DE HECTOR PERALTA

Él le canta y se emociona con la voz de ella

Ni lerdo ni perezoso le pone ritmo de zamba melódica a la sesión de fotos. Mientras el fotógrafo mide la luz, el espacio y la distancia, Carlos "Chango" Paliza, de 78 años, mira a su hija, Cecilia, de 41, e improvisa una serenata, cantándole "Ay niña". Y en la mente del Chango asoma el recuerdo de la primera vez que rasgó una guitarra cuando tenía siete años. Su madre, Luz María Escobar, era una música nata que tocaba la guitarra, el piano y el violín y también era poetisa. De hecho, "Niño adorado" es un poema de ella que su hijo convirtió en canción y que también Cecilia cantó un par de veces. Luz María era directora de una escuela y la letra evoca la frescura de los niños.

El Chango fue el único de la familia que se animó a vivir de la música. "El único audaz", confirma. Ingresó a Los Tucu Tucu en el año 58, en el 60 grabaron el primer disco con el sello RCA Víctor y comenzaron a conocer los escenarios de todo el mundo. Sin embargo, nunca se va a olvidar cómo le temblaban las piernas la primera vez que cantó en Cosquín. "Habrá sido hace 50 años y me acuerdo que cuando salimos no podía creer la cantidad de gente que había", cuenta.

Un poco por respeto y también por admiración hacia la carrera que construyó su padre, Cecilia, decidió no cantar folclore y se inclinó hacia el pop y lo melódico. "La decisión también la tomé en Cosquín, en el 87, cuando viajé representando a Tucumán y Los Tucu Tucu me presentaron como padrinos", recuerda. Tenía 15 años y esa experiencia multitudinaria de amantes del folclore la impresionó mucho. "Después de eso mi papá me llevó a visitar a Mercedes Sosa en su casa del barrio Jardín. Ella me dijo que aunque fuera una cantante popular debía estudiar canto". Esas dos experiencias tan fuertes la llevaron a alejarse del terreno folclórico y a explorar lo suyo ("Ahí hay material para el psicólogo", dice entre carcajadas).

A fines de los 70, en la cumbre del éxito, el Chango dejó el grupo los Tucu Tucu porque no quería alejarse más de sus hijos: Cecilia, Ángel José y María Inés, y de su esposa María Elisa. "Los mellizos (Cecilia y Ángel José) casi no me reconocían", dice en broma, pero con una cuota de verdad. Nunca se arrepintió, aunque admite que extrañó horrores las giras y los amigos que había hecho en cada provincia. Como buen músico de sangre, su carrera continuó, pero ya sin tantos trajines y en el 78 inauguró la peña "El rancho del Chango Paliza", en el acceso Norte. "Ahí íbamos todos los domingos después de comer. Siempre había shows de payasos y de música", cuenta Cecilia. Ese lugar funcionó hasta mediados de los 80. De sus tres hijos, solo Cecilia siguió los pasos de su padre, después hay un farmacéutico y una decoradora de interiores. Como una continuidad, el Chango empezó a disfrutar de los logros de su hija. "Siempre que la escucho me emociono. Lo más fuerte fue la final del Soñando por Cantar. Fue una injusticia que no ganara", se lamenta.

De las paredes amarillas de su casa en el barrio Padilla cuelga parte de su historia musical: distinciones, fotos y un disco de oro por las miles de copias vendidas. En una mesa ratona se amontonan los recuerdos familiares en retratos de distintos tamaños. También están sus dos guitarras sin funda, listas para sonar si alguien se lo pide. "Soy un romanticón", contesta cuando le preguntan qué música le gusta escuchar. "Gloria Estefan, La oreja de Van Gogh, Juan Luis Guerra", enumera Cecilia.

Antes de terminar, pregunta: "¿Esto es para el Día del Padre, verdad? Entonces me gustaría dedicarles unos versos".

"Ves como mueren las gotas de los días y tus hijos no se alejan de tu lado. Y al pasar de viajeras golondrinas van y vuelven asentándose en tu árbol, en silencioso galope de distancias aquí me tienes de nuevo a tu lado, jugueteando como un niño en mi guitarra olvidado del mundo y de tus años".

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