16 Junio 2013
LOS ROLDÁN. Jacinto es ídolo de San Martín. Dos de sus tres hijos juegan allí, y el otro, en All Boys. LA GACETA / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO
Los Roldán cuentan que en su casa siempre se respiró fútbol. No sólo entre los varones; tampoco las hijas de Jacinto Roldán renegaron de ese deporte que convirtió a su papá en ídolo del club San Martín. Casi como un mandato implícito, los varones de la familia eligieron la misma carrera. Hoy Sebastián, de 26 años, juega en All Boys; Nicolás, de 23, en la primera de San Martín, y Facundo, de 16, en la séptima de ese mismo club.
Jacinto se crió con 11 hermanos: 10 varones y una mujer. Su padre, Eusebio, era boxeador y soñaba con que algún hijo siguiera sus pasos, pero todos se inclinaron por el fútbol. Sólo con los hermanos ya casi tenían un equipo. "Al lado de casa, en el barrio San Bernardo, había una cancha. Ahí comencé a correr detrás de la pelota", recuerda Jacinto. Era muy chico cuando ingresó a Tucumán Central... tenía unos 8 años. Después jugó en Metalúrgico y debutó en San Martín a los 12 años. Ese fue el inicio de una carrera futbolística que lo llevó a jugar cinco años en Colombia, para el Tolima; también en Salta y en Jujuy, y luego en la primera de San Martín.
A medida que su carrera se fortalecía su familia comenzó a crecer. Lleva con Elvira, su mujer, 32 años juntos, y tuvieron seis hijos: tres varones y tres mujeres.
Osado
Todos se ríen cuando Nicolás cuenta que la primera vez que tocó una pelota significó una "traición" para su padre. Jacinto enseñaba en una escuela de fútbol y no había querido incluirlo en el equipo, porque todavía era chico. Muy resuelto, con solo cuatro años, se presentó a un entrenador de otra escuelita. "Al rato ya tenía puesta la camiseta de Aconquija y corría en la cancha con los de 12 años", recuerda.
Esa anécdota confirma la pasión que Jacinto contagió a sus hijos. "Yo nunca los obligué a que fueran futbolistas, solo quería que hicieran algún deporte", explica. De hecho, Sebastián y Nicolás probaron con el voley, pero no hubo forma.
Con 54 años no sacó los pies de la cancha. Dirige la sexta de San Martín y la escuelita de San José Obrero. "Siempre les digo que hay que tener amor por lo que uno hace, lo que sea. El fútbol es muy sacrificado. ¡Imaginate! Te puede llegar a tocar jugar un domingo mientras se te casa un hermano... y bueno", explica Jacinto.
Casi como un clásico, cada fin de año los Roldán se enfrentan en un gran partido en el que ponen en juego el honor. "Se arma entre mi papá y sus hermanos, y nosotros con nuestros primos. Nunca les pudimos ganar", reconoce Sebastián. La técnica que dominan los mayores supera la energía de los más chicos. Con gambetas y mente fría los adultos logran demostrar que el fútbol es cuestión de habilidad.
Quizás mientras lean esto los Roldán estén llegando a la casa de don Eusebio. Son tantos que ya perdieron la cuenta ("Casi 60, le invadimos la casa", reconoce Jacinto). Después de la sobremesa seguro se vendrá el picadito.
Jacinto se crió con 11 hermanos: 10 varones y una mujer. Su padre, Eusebio, era boxeador y soñaba con que algún hijo siguiera sus pasos, pero todos se inclinaron por el fútbol. Sólo con los hermanos ya casi tenían un equipo. "Al lado de casa, en el barrio San Bernardo, había una cancha. Ahí comencé a correr detrás de la pelota", recuerda Jacinto. Era muy chico cuando ingresó a Tucumán Central... tenía unos 8 años. Después jugó en Metalúrgico y debutó en San Martín a los 12 años. Ese fue el inicio de una carrera futbolística que lo llevó a jugar cinco años en Colombia, para el Tolima; también en Salta y en Jujuy, y luego en la primera de San Martín.
A medida que su carrera se fortalecía su familia comenzó a crecer. Lleva con Elvira, su mujer, 32 años juntos, y tuvieron seis hijos: tres varones y tres mujeres.
Osado
Todos se ríen cuando Nicolás cuenta que la primera vez que tocó una pelota significó una "traición" para su padre. Jacinto enseñaba en una escuela de fútbol y no había querido incluirlo en el equipo, porque todavía era chico. Muy resuelto, con solo cuatro años, se presentó a un entrenador de otra escuelita. "Al rato ya tenía puesta la camiseta de Aconquija y corría en la cancha con los de 12 años", recuerda.
Esa anécdota confirma la pasión que Jacinto contagió a sus hijos. "Yo nunca los obligué a que fueran futbolistas, solo quería que hicieran algún deporte", explica. De hecho, Sebastián y Nicolás probaron con el voley, pero no hubo forma.
Con 54 años no sacó los pies de la cancha. Dirige la sexta de San Martín y la escuelita de San José Obrero. "Siempre les digo que hay que tener amor por lo que uno hace, lo que sea. El fútbol es muy sacrificado. ¡Imaginate! Te puede llegar a tocar jugar un domingo mientras se te casa un hermano... y bueno", explica Jacinto.
Casi como un clásico, cada fin de año los Roldán se enfrentan en un gran partido en el que ponen en juego el honor. "Se arma entre mi papá y sus hermanos, y nosotros con nuestros primos. Nunca les pudimos ganar", reconoce Sebastián. La técnica que dominan los mayores supera la energía de los más chicos. Con gambetas y mente fría los adultos logran demostrar que el fútbol es cuestión de habilidad.
Quizás mientras lean esto los Roldán estén llegando a la casa de don Eusebio. Son tantos que ya perdieron la cuenta ("Casi 60, le invadimos la casa", reconoce Jacinto). Después de la sobremesa seguro se vendrá el picadito.
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