Por Fernando Stanich
29 Junio 2013
Las vacaciones de julio suelen ser una buena temporada para los estrenos cinematográficos. Y los políticos tucumanos han anunciado una cartelera tan variada que la elección de la película bien amerita la compra de pochoclos y una buena ubicación en la sala.
El oficialismo se inclinó por una zaga de ficción, con algo de suspenso y mucho de drama. Porque nada más irreal que un alperovichismo unido podría presentarse en la pantalla electoral. El gobernador, José Alperovich, planteó un guión con un solo protagonista -él- y muchísimos actores de reparto. Sólo así se explica que no haya querido compartir cartelera con un artista en crecimiento -como el intendente Domingo Amaya- y se haya inclinado por un casting más austero. En realidad, que el presupuesto para el filme haya sido reducido no equivale a que los resultados vayan a ser más modestos. Por caso, Juan Manzur encarna a un personaje típico de la farándula holywoodense, con una vida de excentricidades más propias de un magnate que de un médico, ex ministro de Salud de la pobrísima ciudad de La Matanza y de una de las provincias que repitió la película de la desnutrición infantil tantas veces que rayó la cinta.
Al parecer, el caché que pedía el codiciado Amaya no estaba al alcance de la productora oficial. El segundo lugar en la lista de diputados era demasiado cartel para Germán Alfaro, y Alperovich se arriesgó a dejar afuera una atracción más para la audiencia, cada vez más crítica de la trama de la "década ganada". El concejal, aunque menospreciado, es un actor de peso en la grilla de canales capitalina. Sus mejores papeles le brotan en la ficción. Sino pregunten al propio director de la obra, que el martes, con las heridas aún abiertas en el amayismo por su exclusión de la filmación, se creyó la comedia romántica que le montaron el lord mayor y Alfaro en Avellaneda Central.
El drama del largometraje alperovichista está puesto por los interminables llantos que provoca la causa Lebbos. Porque el padre de la joven asesinada en 2006 decidió ceder al propio gobernador el protagonismo de la película de terror que vive desde el instante en que su hija apareció muerta. El suspenso lo aporta el desenlace del divorcio entre los actores principales del oficialismo. Hasta octubre, dicen los críticos de cine, primará la ficción. En esa temporada, Amaya y Alperovich rodarán una serie con la estampa de la felicísima familia Ingalls. Pero cuando se baje el telón, tras bambalinas la realidad mostrará otra cosa: porque si uno rompe récords de taquilla, el otro se hundirá en el ostracismo. Y ya no habrá tiempo para pensar en la próxima cinta, que comenzará a grabarse en 2015.
Como en el sitcom furor estadounidense Two and half men, Amaya discute cartel con Alperovich, y Manzur crece bajo el influjo del picarezco tío Charlie.
El radicalismo, fiel a su tradición cinéfila, recurrió al trillado género de las intrigas. En su película se multiplican las traiciones, los desamores y los finales, por cierto, poco felices. José Cano disfruta de ese personaje de héroe que viene a salvar el mundo de la peste alperovichista. Mientras, sus colegas que le sonríen en los camerinos reprochan el ego del George Clooney tucumano. Es que el senador, como buen artista celoso, acepta cuanta propuesta le acerquen para filmar con la expectativa de obtener el papel principal del film que se rodará dentro de dos años.
Con el resultado de las elecciones, también acabará la temporada de estrenos. Tras ella vendrán los replanteos artísticos, los lanzamientos de nuevas figuras cinematográficas, la consagración de algunos actores y el ostracismo de otros. Es que la industria del cine es así: el salón de la fama puede quedar demasiado lejos si uno toma una mala decisión.
El oficialismo se inclinó por una zaga de ficción, con algo de suspenso y mucho de drama. Porque nada más irreal que un alperovichismo unido podría presentarse en la pantalla electoral. El gobernador, José Alperovich, planteó un guión con un solo protagonista -él- y muchísimos actores de reparto. Sólo así se explica que no haya querido compartir cartelera con un artista en crecimiento -como el intendente Domingo Amaya- y se haya inclinado por un casting más austero. En realidad, que el presupuesto para el filme haya sido reducido no equivale a que los resultados vayan a ser más modestos. Por caso, Juan Manzur encarna a un personaje típico de la farándula holywoodense, con una vida de excentricidades más propias de un magnate que de un médico, ex ministro de Salud de la pobrísima ciudad de La Matanza y de una de las provincias que repitió la película de la desnutrición infantil tantas veces que rayó la cinta.
Al parecer, el caché que pedía el codiciado Amaya no estaba al alcance de la productora oficial. El segundo lugar en la lista de diputados era demasiado cartel para Germán Alfaro, y Alperovich se arriesgó a dejar afuera una atracción más para la audiencia, cada vez más crítica de la trama de la "década ganada". El concejal, aunque menospreciado, es un actor de peso en la grilla de canales capitalina. Sus mejores papeles le brotan en la ficción. Sino pregunten al propio director de la obra, que el martes, con las heridas aún abiertas en el amayismo por su exclusión de la filmación, se creyó la comedia romántica que le montaron el lord mayor y Alfaro en Avellaneda Central.
El drama del largometraje alperovichista está puesto por los interminables llantos que provoca la causa Lebbos. Porque el padre de la joven asesinada en 2006 decidió ceder al propio gobernador el protagonismo de la película de terror que vive desde el instante en que su hija apareció muerta. El suspenso lo aporta el desenlace del divorcio entre los actores principales del oficialismo. Hasta octubre, dicen los críticos de cine, primará la ficción. En esa temporada, Amaya y Alperovich rodarán una serie con la estampa de la felicísima familia Ingalls. Pero cuando se baje el telón, tras bambalinas la realidad mostrará otra cosa: porque si uno rompe récords de taquilla, el otro se hundirá en el ostracismo. Y ya no habrá tiempo para pensar en la próxima cinta, que comenzará a grabarse en 2015.
Como en el sitcom furor estadounidense Two and half men, Amaya discute cartel con Alperovich, y Manzur crece bajo el influjo del picarezco tío Charlie.
El radicalismo, fiel a su tradición cinéfila, recurrió al trillado género de las intrigas. En su película se multiplican las traiciones, los desamores y los finales, por cierto, poco felices. José Cano disfruta de ese personaje de héroe que viene a salvar el mundo de la peste alperovichista. Mientras, sus colegas que le sonríen en los camerinos reprochan el ego del George Clooney tucumano. Es que el senador, como buen artista celoso, acepta cuanta propuesta le acerquen para filmar con la expectativa de obtener el papel principal del film que se rodará dentro de dos años.
Con el resultado de las elecciones, también acabará la temporada de estrenos. Tras ella vendrán los replanteos artísticos, los lanzamientos de nuevas figuras cinematográficas, la consagración de algunos actores y el ostracismo de otros. Es que la industria del cine es así: el salón de la fama puede quedar demasiado lejos si uno toma una mala decisión.