Por Guillermo Monti
24 Agosto 2013
A esta película ya la vimos... y más de una vez
Cuando desaparece su madre, Clary Fray descubre que hay en Nueva York un submundo poblado de vampiros, licántropos y demonios. Se une entonces a los cazadores de sombras, grupo milenario que se dedica a combatir a las fuerzas del mal. Pero la historia de Clary es mucho más complicada aún...
Advertencia: detrás de la película se mueve un universo literario, ya que está basada en los exitosos libros que Cassandra Clare escribe para el público infanto-juvenil. Como ocurre en estos casos, hay una elite de iniciados en la mitología de los cazadores de sombras. Al resto de los mortales les (nos) queda la adaptación que hicieron el director holandés Harald Zwart (el responsable de la remake de Karate Kid) y la guionista Jessica Postigo.
La aclaración viene a cuento de los numerosos cabos sueltos desparramados por la trama, y que -se supone- irán atándose en la medida que funcione la máquina de secuelas.
La sensación que deja la película es la de un enorme y costoso collage. Como en "El señor de los anillos" (y perdón por la comparación) todos persiguen un objeto mágico, en este caso una copa. Como en "Crepúsculo" se forma un triángulo amoroso (sazonado aquí por un aditamento gay), y pululan hombres lobo y vampiros. Como en Harry Potter hay magia, demonios y un castillo (sospechosamente parecido a Hogwarts; es más, la enfermería es idéntica). Como en "Los juegos del hambre" la heroína se hace fuerte en la adversidad. Y podemos seguir.
A la ensalada la condimentan todos los elementos del imaginario fantástico medieval, incluidos Lena Headey (la malísima Cercei Lannister de "Juego de tronos") y el villano que encarna Jonathan Rhys Meyers (quien siempre será el Enrique VIII de "Los Tudor").
No por repetidos o por conocidos los platos dejan de ser sabrosos. El problema es que Zwart cocinó "Cazadores de sombras" en el fuego del lugar común, los diálogos solemnes y las remanidas peleas con monstruos. Falta humor, falta imaginación, falta densidad en los personajes. Ni siquiera llama la atención desde lo visual. De tan chata y previsible, a su lado "Los juegos del hambre" es cine de autor.
La aclaración viene a cuento de los numerosos cabos sueltos desparramados por la trama, y que -se supone- irán atándose en la medida que funcione la máquina de secuelas.
La sensación que deja la película es la de un enorme y costoso collage. Como en "El señor de los anillos" (y perdón por la comparación) todos persiguen un objeto mágico, en este caso una copa. Como en "Crepúsculo" se forma un triángulo amoroso (sazonado aquí por un aditamento gay), y pululan hombres lobo y vampiros. Como en Harry Potter hay magia, demonios y un castillo (sospechosamente parecido a Hogwarts; es más, la enfermería es idéntica). Como en "Los juegos del hambre" la heroína se hace fuerte en la adversidad. Y podemos seguir.
A la ensalada la condimentan todos los elementos del imaginario fantástico medieval, incluidos Lena Headey (la malísima Cercei Lannister de "Juego de tronos") y el villano que encarna Jonathan Rhys Meyers (quien siempre será el Enrique VIII de "Los Tudor").
No por repetidos o por conocidos los platos dejan de ser sabrosos. El problema es que Zwart cocinó "Cazadores de sombras" en el fuego del lugar común, los diálogos solemnes y las remanidas peleas con monstruos. Falta humor, falta imaginación, falta densidad en los personajes. Ni siquiera llama la atención desde lo visual. De tan chata y previsible, a su lado "Los juegos del hambre" es cine de autor.
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