BUENOS AIRES.- La mejor definición de la cumbre del G-20 la brindó la presidenta Cristina Fernández de Kirchner: "si lo ven a Obama, pregúntenle". Tan elocuente como concluyente. Y en esa línea, el resultado para la Argentina fue catastrófico. Otra vez, la delegación argentina se vino con las manos vacías de una cumbre internacional, sin poder plantear uno de los reclamos que llevó en carpeta. La mandataria argentina no sólo no pudo acercarse a los líderes mundiales -al margen de lo protocolar-, sino que además dejó una imagen de aislamiento muy llamativa.

La primera conclusión es que las inquietudes de Buenos Aires no llegaron siquiera a oídos de los principales líderes mundiales. El segundo resultado es que la postura argentina respecto de los fondos buitres no sólo es desechada sino que ahora es ignorada. El tercer saldo negativo pasa por un férreo rechazo de los países industrializados contra las políticas proteccionistas de los países emergentes, lo cual impacta de lleno sobre el modelo.

Puertas afuera, la diplomacia piquetera se anotó otro fracaso y aisló aún más al país frente a la comunidad internacional. Puertas adentro, las contradicciones del gobierno quedaron expuestas frente a la sociedad. La reapertura del canje de la deuda es otra expresión del fracaso en la negociación con los acreedores. El revés judicial en los Estados Unidos, es la muestra del aislamiento internacional. Los pleitos siguen adelante y la misma oferta del gobierno argentino por algo que ya fue rechazado; resulta ociosa.

La polémica en torno del impuesto a las ganancias desnudó no sólo los enfrentamientos internos sino que dejó al descubierto el ahogo financiero por el que atraviesa el modelo. Mientras el gobierno planteó un aumento de la presión impositiva para reemplazar la tenue suba del mínimo no imponible, el fisco pierde millones de dólares por falta de control aduanero.

Por caso, la exportación de una mezcla molida obtenida a partir de granos de maíz y harina de soja, que aprovecha derechos de exportación sensiblemente inferiores con respecto tanto al maíz como a los subproductos de soja, lleva generadas pérdidas por más de U$S 150 millones, sólo este año.

Los ingresos fiscales perdidos, que ocasionan además un desequilibrio en el comercio exterior, equivalen a $ 694 millones, casi el 29% del aporte del Estado para financiar la mejora en las asignaciones familiares y la deducción especial que evita el pago de Ganancias a los trabajadores. La mencionada mezcla -5% de maíz y 95% de harina de soja-, tributa un derecho de exportación del 5%, mientras que la exportación del maíz es del 20% y la harina de soja, el 32%. Esta es solo una muestra de que la administración Kirchner ni siquiera se plantea una reforma fiscal porque no le interesa. Como tampoco devolverle a los trabajadores lo que le ha quitado de su sueldo ya que la mejora es muy magra.

Si se toma en cuenta el límite no imponible de $ 15.000 brutos, se trata de un ingreso neto de $ 12.500. Los que ganan entre $ 15.000 y $ 20.000 netos pagan un 20% menos y los más perjudicados van a ser quienes están ganando más de ese monto. Pero si para financiar un magro beneficio, habrá un 10% más de pago por parte de los accionistas, entonces, las posibilidades de terminar con el impuesto inflacionario y el desempleo se esfuman. Las sociedades anónimas pagan un 35% y ahora se pagará un 10% mas, en la distribución de dividendos es decir el impuesto a la ganancias para las empresas se va a un 45%. Una enormidad si se tiene en cuenta lo que se recibe del Estado. Pero hay dos consecuencias no deseadas. Primero, más impuestos sobre ganancias empresarias, menos inversiones, menos empleo y menos inflación. Segundo, en los países vecinos el gravamen sobre los beneficios es sensiblemente menor con lo cual se corre el riesgo de una migración masiva de empresas hacia otras playas.

En Chile, en Uruguay, en Brasil, en Perú y en Colombia, el impuesto es mucho menos costoso. Son las consecuencias de un gobierno sin ideas y de un modelo agotado.

¿Dónde están los padres del modelo?

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