El arte les da alas a los que están encerrados

Qué significa hacer música y teatro en esos sitios de los que nadie quiere saber nadaEmociones, trabajo serio y risas se entrelazan en el ensayo del Urquiza Coral.

EN ACCIÓN. La casa de Bernarda Alba en el Alberdi, a cargo del grupo Gente Común, del penal de mujeres.
 LA GACETA / ARCHIVO EN ACCIÓN. La casa de Bernarda Alba en el Alberdi, a cargo del grupo Gente Común, del penal de mujeres. LA GACETA / ARCHIVO

Esta es una historia a varias voces (no en vano sus protagonistas inmediatos son coreutas y actores). Esas voces no sonaron juntas en el mismo ámbito, pero sonaron armónicas. Fue una especie de canon, digamos. ¿Se acuerdan de la escuela? El canon era ese juego de la hora de música en que todos cantaban una misma canción (a veces, en otra tonalidad) pero entrando en tiempos diferentes. Cada dos o tres compases, por ejemplo...

Belén Mercado, Fernando Korstanje, Gerardo Calderón, Eduardo Ascárate y el grupo Clownetario, todos con su vocación hecha carne, hicieron posible esta composición. La experiencia de cada uno de ellos se entrelaza en esta crónica, que intenta transmitirles a los tucumanos qué produce el arte en contextos de encierro. 

Tras los muros
Hay encierros evidentes: las inmensas tapias del penal de Villa Urquiza no dejan lugar a dudas. Sin embargo, otros muros menos sólidos -virtuales, a veces-, son infranqueables como esos: muchas de las internas del Hospital del Carmen no salen... porque no tienen adónde ir. Muchos de los chicos del Instituto Roca solo cambian de encierro: las "villas" también son campos de exclusión. En esos lugares vive un montón de personas respecto de las cuales la sociedad nada quiere saber. Con las historias de esas personas se entrelazan las de Mercado, Korstanje, Calderón, Ascárate y los clowns.

La primera voz femenina
"El teatro es una ficción. El actor está entrenado para entrar y salir de la emoción. Con la excusa de que lo que representás 'es una mentira', cuando trabajás en estos contextos se abren las puertas a 'otras escenas'. La realidad siempre se cuela, pero es más fácil enfrentarla si 'solo' estás jugando", explica Mercado, que desde hace un par de meses trabaja en el Hospital del Carmen. "Un ejemplo: muchos pacientes resisten el contacto físico. Pero jugar a la pilladita, con la consigna de que el otro está atrapado cuando lo abrazás, como 'es mentira', lo aceptan y de a poco la actitud de rechazo se va modificando -añade-. La ficción permite también poner en palabras las emociones".

Es jovencita, pero tiene la sabiduría de quien trabajó en los tres ámbitos que planteamos: el penal, las "villas" y el hospital. "Creí que mi experiencia lo iba a hacer más sencillo: en el hospital nunca estamos solos; un equipo nos contiene... Sin embargo, siento que es mucho más fuerte, aún, que lo que viví en el penal y en los barrios. De alguna manera, estos suelen sentirse ajenos. El padecimiento que se ve en el hospital, el relacionado con la salud mental... ¡Qué sé yo! ¡Nos puede pasar a todos!".

Voces masculinas y solos
Calderón dirige el Urquiza Coral desde 2007 en el penal masculino, donde lo acompaña Ascárate como asistente. Fernando estuvo a cargo del proyecto que trabajó "La casa de Bernarda Alba", de Federico García Lorca, en el penal de mujeres. A coro coinciden en que la experiencia es un punto de quiebre.

"Te requisan a fondo; tenés que dejar tu celular en la puerta. Hay miles de cosas que no podés hacer... Cuando estás adentro, estás preso, como ellos. Nunca más sos el mismo después de eso", cuenta Korstanje.

"Muchas cosas impresionan. Una de las más fuertes es el golpe de cada puerta que se cierra a nuestras espaldas. Golpean también el alma. Pero también vivimos con Eduardo en estos años lo que llamo 'milagritos': vimos cómo ellos pasan de la desconfianza, generada por desencantos y promesas incumplidas, al abrazo apretado. Vimos cómo cambiaba la mirada de los familiares respecto de los reclusos; cómo el hecho de verlos y oírlos cantar les permitía ponerlos en otro lugar, sentir una especie de 'te perdono lo que hiciste, porque sos capaz de cantar'. No en vano ellos siempre quieren interpretar Volver a empezar", relata Calderón sobre la experiencia en Villa Urquiza.

"Fue increíble cómo las mujeres en el penal se apropiaron del texto de Lorca -describe Korstanje-. Era encontrar un lugar que les fuera propio, que les permitiera decir su verdad. Un espacio en el que un grupo de personas las trató de igual a igual, les permitió tener amigos, abrir rendijas para la reinserción. Una de ellas no sabía leer y aprendió para poder armar su personaje. Otra descubrió que la iban a liberar antes de poder actuar y ¡llegó a pedir que le retrasaran el juicio!".

Final de mujer Patricia Ternavasio fue una de las coordinadoras del trabajo que Clownetario llevó adelante en 2011 en el Instituto Roca y en el Goretti. "La nariz roja que nos distingue nos permite trabajar nuestro objetivo: la promoción de los derechos. El clown es un adulto que se comporta como niño: mira sin juzgar, se posiciona en un lugar de absurdo, de pequeñez". La nariz, como símbolo, permite la transgresión, pero no la agresión", describe para explicar qué entiende por filosofía del clown.

"Trabajar en instituciones para menores en conflicto con la ley fue muy duro. A pesar de que nos habíamos preparado mucho, ver chicos detrás de las rejas es terrible. En muchos casos son niños que no tuvieron infancia (de hecho, a algunos, de 14 o 15 años, los van a visitar sus hijos). ¡Muchos nunca habían jugado! Al mismo tiempo, fue muy gratificante. La especialidad del clown es, precisamente, transformar un espacio de shock en otro espacio, mediante el juego. Siempre pedíamos permiso para jugar; ese pequeño gesto les daba derecho a decidir un instante de su vida. Y eso es importantísimo".

Unísono a distancia
Los clowns, Ascárate, Calderón, Korstanje y Mercado, como muchos otros, lograron con el arte lo que parecía imposible: abrir puertas (para cantar, para jugar, para actuar) donde hay murallas; abrir los brazos donde hubo rechazo; sostener derechos donde suelen ser vulnerados; jugar a que la realidad es mentira y así recuperarla... Lograron ser creativos para ayudar a modificar la realidad cruel del encierro. Juntos, aunque hayan estado separados.

"Cuando canto siento que estas paredes desaparecen"

El penal de Villa Urquiza es, hoy por hoy, su mundo. Algunos de ellos esperaban a las puertas de la capilla de la cárcel. Lentamente llegaron los demás, unos 25 en total. El director del coro, Gerardo Calderón, conectó el equipo de música, levantó la mano derecha y las voces de los reclusos se elevaron fuertes, decididas, entusiastas. Hoy van a cantar para sus compañeros en la escuela del penal. "Con ropa común, nomás. Sin uniforme", recordó el maestro. Las canciones hablaban de amor, de esperanza, de nuevas oportunidades. Antes de irse pidieron cantar, como siempre, como un himno, "Volver a empezar".

Media hora antes, mientras acomodaban las gradas para ensayar, habían aceptado charlar un poco. "Estaba deprimido. Mi hermano había muerto y yo no tenía ganas ni de vivir. Un chango que ya salió aseguraba que cantar me iba a hacer bien. Desconfiaba, pero vine. Él tenía razón: cantar me quitó las penas. Y cuando mi madre, que está muy enferma, me ve cantar, también se pone mejor", contó uno de ellos (no más de 30; posiblemente menos) mientras sus ojos oscuros se empañaban de lágrimas. "Descubrí que lo que más me gusta es cantar; y haberlo hecho en el Virla... ¡es increíble! En unos meses voy a estar en libertad y quiero encontrar un profe que me dé clases. ¡Quiero cantar!", exclamó otro, más curtido por los golpes; emocionado también, aunque lo disimulara. "Cuando canto siento que estas paredes desaparecen. Canto y me transporto a otros mundos; y por un rato vuelvo a ser libre", confesó con la timidez de sus veintipico uno de los más chicos.

Es hora de despedirse. Abrazos; muchos abrazos. Algunas lágrimas todavía. Y esta rosa de regalo (vino con una reverencia). El único testimonio tangible de la experiencia transformadora de compartir un ensayo con los coreutas del penal de Villa Urquiza.

Mercado
"El teatro es ficción, una 'mentira'. Y como lo que representás 'es una mentira', en el trabajo en contextos de encierro esa 'mentira' abre las puertas a 'otras escenas'".

Korstanje
"Las mujeres en el penal se apropiaron del texto de Lorca. Les permitió encontrar un lugar propio, decir su verdad. Abrir rendijas a la reinserción".

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