Por Guillermo Monti
21 Septiembre 2013
"Jobs": Trazos demasiado gruesos
La película enfoca el período 1974/1996 en la vida de Steve Jobs. La fundación de Apple, los problemas que lo llevaron a abandonar la compañía y el modo en el que recuperó el control de la firma. Hace pie en la relación de Jobs con sus socios y en el proceso de creación de los revolucionarios productos de Apple.
Cuando se quieren contar -y mostrar- tantas cosas en dos horas suelen pasar estas cosas. La velocidad del relato, esa ambición por abarcar tanto deriva en que no se aprieta nada. Mejor dicho: en que la superficialidad gana la partida. ¿Cuál es el foco de "Jobs"? Buena pregunta sin respuesta.
Lo más interesante se ve al comienzo. Son las aproximaciones más genuinas a Steve Jobs. Ese viaje iniciático a la India, el jugueteo con el ácido lisérgico, la ambivalente manera de relacionarse con las mujeres. La burbuja estalla cuando Joshua Michael Stern, acicateado por el guión de Matt Whiteley, se larga a narrar 20 años en la vida de Jobs con témperas y crayones. Adiós a los trazos finos, a las pausas para construir personajes, al tratamiento profundo de los conflictos.
El Jobs de Stern es tan caprichoso como arbitrario y despótico. También un líder infinitamente creativo e inspirador. Rasgos inherentes a (casi) todo genio. Nada que no supiéramos o intuyéramos. A la película le falta el decisivo paso más allá. Stern se cuida de meterse bajo la piel del icono. ¿Qué había detrás de los actos de Jobs? ¿Por qué actuaba como actuaba? Pisar ese terreno habría modificado el eje de "Jobs".
Lo más sencillo fue acumular anécdotas con forma de hitos históricos. Hacer desfilar a los verdaderos laderos de Jobs por la pantalla, pero lo suficientemente rápido como para no contarnos quiénes eran (son) en realidad Mike Markkula (Dermot Mulroney), Steve Wozniak (el siempre correcto Josh Gad), Daniel Kottke (irreconocible Lukas Haas) y siguen las firmas. Mientras tanto, Ashton Kutcher camina como Jobs y habla como Jobs. Se sabe lo mucho que hizo para obtener el papel. No tiene la culpa de los tropiezos de la película.
La superpelea Apple vs. Microsoft se resume a una llamada telefónica con Bill Gates. La vida familiar de Jobs se resume a una viñeta de telefilm. Los ejemplos eximen de mayores comentarios.
Lo más interesante se ve al comienzo. Son las aproximaciones más genuinas a Steve Jobs. Ese viaje iniciático a la India, el jugueteo con el ácido lisérgico, la ambivalente manera de relacionarse con las mujeres. La burbuja estalla cuando Joshua Michael Stern, acicateado por el guión de Matt Whiteley, se larga a narrar 20 años en la vida de Jobs con témperas y crayones. Adiós a los trazos finos, a las pausas para construir personajes, al tratamiento profundo de los conflictos.
El Jobs de Stern es tan caprichoso como arbitrario y despótico. También un líder infinitamente creativo e inspirador. Rasgos inherentes a (casi) todo genio. Nada que no supiéramos o intuyéramos. A la película le falta el decisivo paso más allá. Stern se cuida de meterse bajo la piel del icono. ¿Qué había detrás de los actos de Jobs? ¿Por qué actuaba como actuaba? Pisar ese terreno habría modificado el eje de "Jobs".
Lo más sencillo fue acumular anécdotas con forma de hitos históricos. Hacer desfilar a los verdaderos laderos de Jobs por la pantalla, pero lo suficientemente rápido como para no contarnos quiénes eran (son) en realidad Mike Markkula (Dermot Mulroney), Steve Wozniak (el siempre correcto Josh Gad), Daniel Kottke (irreconocible Lukas Haas) y siguen las firmas. Mientras tanto, Ashton Kutcher camina como Jobs y habla como Jobs. Se sabe lo mucho que hizo para obtener el papel. No tiene la culpa de los tropiezos de la película.
La superpelea Apple vs. Microsoft se resume a una llamada telefónica con Bill Gates. La vida familiar de Jobs se resume a una viñeta de telefilm. Los ejemplos eximen de mayores comentarios.
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