Por Miguel Velardez
24 Septiembre 2013
Que dos personas condenadas por un crimen estén alojadas en un mismo edificio es un privilegio. Más aún si entre ellas hay un vínculo sentimental. Las ex novicias Susana Acosta y Nélida Fernández gozan de esa prerrogativa. Ellas están unidas por una relación de pareja y cumplen la condena como si fuese un premio. Dentro de la cárcel de mujeres, ubicada en Banda del Río Salí, comparten -como cualquier pareja- los momentos de "recreo". Ese beneficio les permitió hacer crecer el vínculo entre ellas al punto que pidieron autorización para contraer enlace.
El matrimonio es un derecho que ellas tienen y una ley así lo establece. Eso no merece discusión alguna. En cambio sí resulta objetable que hayan sido alojadas en la misma cárcel. La justicia llegó, pero en forma parcial. Les dictaron una condena a 20 años de prisión. Sin embargo, el hecho de haberlas enviado al mismo penal no fue tanto un castigo, sino más bien les llegó como una bendición.
En la vereda
Sola. De pie frente al portón. Entre sus manos sostiene un retrato y un cartel. Liliana Argañaraz está indignada. No puede creer que las dos ex novicias, que fueron condenadas por el homicidio de su hermana Betty Argañaraz estén a punto de casarse dentro del penal de mujeres. El portón está cerrado, pero ella sigue inmóvil en la vereda. Enciende un cigarrillo. Los periodistas le preguntan. Ella intenta contener las lágrimas, y un nudo en la garganta la deja sin voz por un instante. Fuma nerviosa.
El retrato que carga entre sus manos es el rostro de su hermana Betty, la mujer asesinada en julio de 2006. Pasaron más de siete años y nada se sabe respecto de dónde dejaron el cuerpo de la víctima. Por un instante, la impotencia la domina, aunque después se repone con firmeza. Vuelve a juntar fuerzas y explica su dolor.
La foto en la mano
Adentro del penal, los guardias miran de reojo las cámaras de los reporteros. Ante los periodistas, Liliana Argañaraz admite que no es querellante ni parte del proceso por lo que no puede hacer ninguna presentación judicial para frenar el enlace. Sólo le queda la opción de protestar con un cartel en la mano y una foto de su hermana Betty. Por un instante, la impotencia la domina, aunque después se repone con firmeza. Vuelve a juntar fuerzas y explica su bronca. Habla de un pacto de silencio que se reforzará con el casamiento entre las mujeres condenadas.
Mientras tanto, en la cárcel, Susana y Nélida saben que la unión civil queda suspendida. La Justicia les había dado autorización, pero al momento de concretarse aparecieron algunas trabas. Afuera, Liliana Argañaraz se entera de la suspensión, pero no celebra. Está convencida de que más temprano que tarde, las ex novicias se unirán en matrimonio. Advierte a los jueces que seguirá su lucha, aunque sea en soledad.
Juntas para siempre
En la mañana del 31 de julio de 2006, Betty Argañaraz abordó un colectivo de la línea 103 a pocas cuadras de su casa, en El Manantial. Los testigos la observaron bajarse en la zona del ex Abasto y tomar allí un remise blanco. Nunca más fue vista con vida. En el departamento de las ex novicias, ubicado en Catamarca primera cuadra, las pruebas de luminol revelaron manchas de sangre en las paredes. Tres años después, el 16 diciembre de 2009 fueron condenadas y enviadas a la misma cárcel. Desde aquel día, Susana y Nélida comenzaron a sellar el pacto de silencio.
El matrimonio es un derecho que ellas tienen y una ley así lo establece. Eso no merece discusión alguna. En cambio sí resulta objetable que hayan sido alojadas en la misma cárcel. La justicia llegó, pero en forma parcial. Les dictaron una condena a 20 años de prisión. Sin embargo, el hecho de haberlas enviado al mismo penal no fue tanto un castigo, sino más bien les llegó como una bendición.
En la vereda
Sola. De pie frente al portón. Entre sus manos sostiene un retrato y un cartel. Liliana Argañaraz está indignada. No puede creer que las dos ex novicias, que fueron condenadas por el homicidio de su hermana Betty Argañaraz estén a punto de casarse dentro del penal de mujeres. El portón está cerrado, pero ella sigue inmóvil en la vereda. Enciende un cigarrillo. Los periodistas le preguntan. Ella intenta contener las lágrimas, y un nudo en la garganta la deja sin voz por un instante. Fuma nerviosa.
El retrato que carga entre sus manos es el rostro de su hermana Betty, la mujer asesinada en julio de 2006. Pasaron más de siete años y nada se sabe respecto de dónde dejaron el cuerpo de la víctima. Por un instante, la impotencia la domina, aunque después se repone con firmeza. Vuelve a juntar fuerzas y explica su dolor.
La foto en la mano
Adentro del penal, los guardias miran de reojo las cámaras de los reporteros. Ante los periodistas, Liliana Argañaraz admite que no es querellante ni parte del proceso por lo que no puede hacer ninguna presentación judicial para frenar el enlace. Sólo le queda la opción de protestar con un cartel en la mano y una foto de su hermana Betty. Por un instante, la impotencia la domina, aunque después se repone con firmeza. Vuelve a juntar fuerzas y explica su bronca. Habla de un pacto de silencio que se reforzará con el casamiento entre las mujeres condenadas.
Mientras tanto, en la cárcel, Susana y Nélida saben que la unión civil queda suspendida. La Justicia les había dado autorización, pero al momento de concretarse aparecieron algunas trabas. Afuera, Liliana Argañaraz se entera de la suspensión, pero no celebra. Está convencida de que más temprano que tarde, las ex novicias se unirán en matrimonio. Advierte a los jueces que seguirá su lucha, aunque sea en soledad.
Juntas para siempre
En la mañana del 31 de julio de 2006, Betty Argañaraz abordó un colectivo de la línea 103 a pocas cuadras de su casa, en El Manantial. Los testigos la observaron bajarse en la zona del ex Abasto y tomar allí un remise blanco. Nunca más fue vista con vida. En el departamento de las ex novicias, ubicado en Catamarca primera cuadra, las pruebas de luminol revelaron manchas de sangre en las paredes. Tres años después, el 16 diciembre de 2009 fueron condenadas y enviadas a la misma cárcel. Desde aquel día, Susana y Nélida comenzaron a sellar el pacto de silencio.