Por Alejandro Klappenbach
19 Noviembre 2013
EXPECTATIVA. El español llegó con retraso, pero cumplió con sus compromisos.
Es alguien absolutamente distinto. Y se nota. Desde que Rafael Nadal pisó territorio argentino revolucionó el ambiente del tenis y concentró la atención de unos y otros. Qué distinto, para él y para quienes fuimos testigos en 2005, de aquello que generó en su primera vez en el país. Claro, en aquel tiempo era sólo una insinuación de gran promesa. Hoy es, quién puede dudarlo, uno de los mejores de la historia.
Su impronta es diferente. Se nota en su andar. La opulencia física de la cancha destaca también afuera. Estallado de gente, el espacio de su contacto con la prensa abrió un surco para que pasara él. Con su aura. Con su magnetismo. Con ese no sé qué tan especial que torna inviable desviar la vista de sus ojos.
Y entonces, ya en su lugar de estrella, desde el centro del escenario, entregó las palabras que contradicen al contexto. Su discurso es humilde al extremo. "Tomaré la oportunidad de disfrutar del público argentino que es uno de los más intensos del mundo. Recuerdo el ambiente cuando perdí contra Gaudio en 2005 y también a los que fueron a Sevilla para la final de la Davis de 2011. Aunque eran muchos menos hicieron tremendo ruido". Y luego desfilaron por su boca su mágica temporada, la final del Masters perdida, la frustrada candidatura olímpica de Madrid y la admiración por David Nalbandian, amigo y admirado rival.
Más allá de estos y otros conceptos, se sabe que su fuerte está alejado de las palabras y las poses de ocasión. En unas horas, antes y después de su viaje a Chile, estará en el lugar de los hechos. La cancha de tenis, primero en Córdoba y después en Buenos Aires, será el marco lógico para sus partidos con David, las clínicas para chicos carenciados y sponsors, y el duelo contra Novak Djokovic. Todo en el marco de su segunda visita a la Argentina que no será la última. Al fin y al cabo, como él mismo dijo, esa semana de febrero, la del ATP de Buenos Aires, aún no está cerrada en su calendario 2014.
Su impronta es diferente. Se nota en su andar. La opulencia física de la cancha destaca también afuera. Estallado de gente, el espacio de su contacto con la prensa abrió un surco para que pasara él. Con su aura. Con su magnetismo. Con ese no sé qué tan especial que torna inviable desviar la vista de sus ojos.
Y entonces, ya en su lugar de estrella, desde el centro del escenario, entregó las palabras que contradicen al contexto. Su discurso es humilde al extremo. "Tomaré la oportunidad de disfrutar del público argentino que es uno de los más intensos del mundo. Recuerdo el ambiente cuando perdí contra Gaudio en 2005 y también a los que fueron a Sevilla para la final de la Davis de 2011. Aunque eran muchos menos hicieron tremendo ruido". Y luego desfilaron por su boca su mágica temporada, la final del Masters perdida, la frustrada candidatura olímpica de Madrid y la admiración por David Nalbandian, amigo y admirado rival.
Más allá de estos y otros conceptos, se sabe que su fuerte está alejado de las palabras y las poses de ocasión. En unas horas, antes y después de su viaje a Chile, estará en el lugar de los hechos. La cancha de tenis, primero en Córdoba y después en Buenos Aires, será el marco lógico para sus partidos con David, las clínicas para chicos carenciados y sponsors, y el duelo contra Novak Djokovic. Todo en el marco de su segunda visita a la Argentina que no será la última. Al fin y al cabo, como él mismo dijo, esa semana de febrero, la del ATP de Buenos Aires, aún no está cerrada en su calendario 2014.
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