Por Nora Jabif
02 Diciembre 2013
"Los habitantes de mi memoria son jóvenes y alegres, beben, bailan y ríen, corren por praderas cuajadas de rocío. / No sufren los agravios del invierno y gozan de los calores del estío. / Visten ropas livianas, vestidos vaporosos como nubes y se saludan agitando las manos pero nunca se alejan del todo y vuelven a encontrarse. / Entonces estallan las risas. / No sienten el dolor, no temen a los estertores de la muerte ni a los terrores de la oscuridad y la felicidad es su estado natural. / Pero no será así eternamente. / En su inocencia no saben que todo acabará cuando me vaya para siempre y ellos tengan que venir conmigo". Un poema de Julio Ardiles Gray que rescató su amigo Juan Tríbulo nos muestra que, escéptico sobre algún tipo de trascendencia, el "Chivo" a veces se equivocaba. Primero: ya hay docentes que trabajan su producción en las aulas. Y tendrían que ser muchos más, porque entre los escritos del autor de "El inocente" hay mucha literatura fantástica, de esa que tanto les gusta a los chicos de hoy. Una consigna podría ser, entonces: "a asustarse con los cuentos de Ardiles Gray". Segundo: desde la semana pasada, una escuela de Monteros, donde él nació, lleva su nombre: otra de las formas de trascender, junto con su escritura, su cultura exquisita y su generosidad sin límites. Eso sí, si pudiéramos dialogar con el "duende" del Chivo, donde quiera que esté, nos gustaría preguntarle qué cuento le habría inspirado la situación que rodeó al homenaje. El viernes de la semana pasada, la comunidad de la escuela N° 318 de Villa Quinteros (Monteros) organizó un festín de aquellos para bautizar al establecimiento con el nombre del talentoso escritor y periodista. Al llegar los organizadores por la mañana a la escuela, se dieron con que delincuentes habían ingresado por la noche y se habían llevado toda la comida que estaba lista para el ágape, freezer incluido. Otra vez (y ya van...) los "ladrones ocasionales" se ensañaron con los bienes de una escuela de zona vulnerable. Si no fuera porque el hurto en edificios escolares ya se ha convertido en un clásico tucumano de la inseguridad, hubiéramos querido creer que los duendes existen. Y que la comida que se esfumó no fue más que una travesura del "Chivo", que supo ser cultor del arte del buen comer.