Por Álvaro José Aurane
02 Enero 2014
Trabajar el 1 de enero es una ceremonia. Su prólogo consiste en declinar invitaciones de amigos para “pasar el día” porque la Redacción debe atender dos ediciones: la impresa, de hoy, y la online, que no se interrumpe. Sigue con los periodistas que vienen del interior, que llegan sin almorzar. Y con los que se quedaron en la capital, que atraviesan calles desiertas, regadas de cadáveres de pirotecnia. Todos arriban con más ganas de irse que de llegar. Besos, abrazos, modorra, escritorios vacíos de quienes salieron de vacaciones, mucho mate, poca nostalgia del año que se fue, enhorabuenas del que llegó. Hasta que las noticias acaban con los brindis. Una tormenta atormentó a Simoca. Las naftas salen más caras. Los accidentes cuestan vidas. Cayó el consumo. El Papa pide una sociedad más justa. “Cerremos temprano”, ruega uno de los jefes. Y saltar sobre las teclas. Y marcar y llamar y cortar. 2014 está vivo. Imprimimos sus primeras palabras públicas. Y termina el ritual.
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