Pamela Puparelli subió junto a su hija a un interno de la línea 1 en la parada de la avenida Mercedes Sosa, en el barrio Policial III. Lanzó una mirada veloz al fondo del ómnibus mientras soltaba el cospel en la mano del chofer y agarraba el boleto blanco y naranja. Sonrió para sí misma antes de sentarse junto a la ventanilla. A simple vista, le tocó un boleto capicúa. Volvió a mirarlo con ansiedad y ahí vino la decepción: leyó mal y en vez de 25052, salió el 25085. El sábado fue uno de los últimos días en el que cualquier pasajero podía subir con una ficha y tener semejante trofeo para los que se alegran por la buena fortuna. O mantener la esperanza para que en el próximo viaje toque un capicúa.
Sucede que desde el 11 de enero, la única forma de pago por un viaje en cualquiera de las 14 líneas urbanas, será con la Tarjeta Ciudadana. Es más, desde Casa de Gobierno informaron que se retirarán las boleteras de los colectivos, impidiendo cualquier otra forma de abonar el viaje que no sea con el plástico. También será la despedida de los boletos de colores. Y de los capicúas, claro.
Los tucumanos, de nacimiento o por adopción, conviven con el cospel desde hace casi un cuarto de siglo: La medida de pago nació con la ordenanza 708, a finales de los ‘80. El llamado a licitación fue en diciembre de 1987 y la implementación -de acuerdo a notas de archivo- fue el 28 de mayo de 1988, durante la intendencia de Raúl Martínez Aráoz.
Los cospeles, que surgieron por la carencia de cambio para abonar el servicio, nunca pudieron erradicar de manera absoluta el pago con dinero. Incluso, antes de la puesta en funcionamiento de las fichas -inspiradas en aquellas con las que se pagaba el subte en Buenos Aires-, en los colectivos se entregaban “boletos de cambio”: vales para el usuario entregados en lugar del vuelto.
Los cospeles -entre fichas doradas y plateadas uno, dos y tres, pasaron por seis períodos con intendentes electos (Martínez Aráoz, Rafael Bulacio, Oscar Paz, Raúl Topa y Domingo Amaya) y cuatro interinatos (Antonio Álvarez, Marta de Ezcurra, Carolina Vargas Aignasse y Amaya). También fueron sometidos a innumerables aumentos.
Lo que cambia
Pese al insistente hincapié de las autoridades municipales sobre todos los beneficios del pago con tarjeta magnética, hay cosas que indudablemente van a cambiar. Desaparecen el cospel, los boletos y deberán “reacomodarse” laboralmente las personas para las que el cospel, más que un sistema de pago, es un medio de vida.
Los cincuenta vendedores de cospeles que se ubican en las veredas del microcentro sufrirían, tras el 11 de enero, la misma suerte que los vendedores de anilina que pasaban casa por casa. El mismo derrotero deberán afrontar los trabajadores de la empresa Trapasa, así como también los 25 sub distribuidores encargados ser el nexo entre los comerciantes y Trapasa.
El fin de la transición
La tarjeta ciudadana tuvo su debut el 24 de agosto del año pasado. Tras casi cinco meses de convivir con las fichas como forma de pago, el vicepresidente de la Asociación de Empresarios del Transporte Automotor (Aetat), Luis García, confesó que hasta ahora sólo el 30% ó 35% de los usuarios usa periódicamente la tarjeta. Siete de cada diez usuarios sigue pagando con cospeles. Pese a esto, Juan Giovanniello, subsecretario de Tránsito y Transporte municipal, indicó que aún restan distribuir 30.000 plásticos.
El cospel caló hondo en la vida de los tucumanos y tanto comerciantes, usuarios y empresarios coinciden en que, pese a que en Tucumán la gente puede ser reacia al cambio, las fichas forman parte de la historia de la provincia.
Los pasajeros, incluidas Pamela y su hija, tienen los días contados: sólo seis días restan para adquirir las tarjetas -para quienes todavía no la tengan- y para obtener el último capicúa, al menos, en las líneas urbanas.
La historia de la ordenanza
El concejal por la UCR recordó el ambiente de la sesión que aprobó la creación del cospel
José Luis Avignone formaba parte del Concejo Deliberante al momento de sancionar la ordenanza que implementó los cospeles, aunque el sistema debutó en la intendencia de Raúl Martínez Aráoz. El “decano” del recinto municipal por el radicalismo, recordó que el debate no tuvo mayores complicaciones y que se aprobó con beneplácito.
“Cuando empezaron los cospeles se implementaron tres fichas numeradas, para evitar la especulación con cada aumento. Antes de eso, por un proyecto mío, se implementaron temporalmente los ‘boletos de cambio’, que servían de vales ante la falta de monedas para dar cambio”, comentó el funcionario.
Por ese tiempo había tres bloques principales en el recinto, que respondían al PJ, a la UCR y a “Bandera Blanca”. Los primeros años, los cospeles de canjeaban en el Banco Municipal, hasta que este quebró y pasó a ser Trapasa la encargada de esta actividad. “Los iluminados de la política liberal de los ‘90 llevaron a que la municipalidad perdiera el control sobre las fichas”, reflexionó el concejal.
“La municipalidad se hizo cargo y compró 3 millones de fichas. Es más, en el subsuelo del Concejo hay 250.000 cospeles guardados”, acotó el radical. Además, agregó que cuando dejen de circular, Trapasa debería devolver los cospeles que conserva a la municipalidad. “No sé qué haremos con ellos, pero deben volver al municipio. Haremos campeonatos de ‘arrimaditas’ si más no es”, ironizó el concejal.
“El cospel funcionó perfectamente bien durante mucho tiempo, pese a los problemas que se generaron luego con cada uno de los aumentos. De pronto ‘desaparecían’ los cospeles. Espero que esta tarjeta sea algo superador, pero debe superarse el problema de la distribución, aumentando las bocas de expendio”, se reprochó
Antes de la tarjeta ciudadana, hubo diversos proyectos para implementar el pago mediante tarjeta magnética. El primero de ellos es de 1991, con máquinas fabricadas por IBM. Sin embargo, la tecnología de ese entonces y el mal estado de las calles minaron el proyecto.
“Todas las iniciativas quedaron en la nada. En todo este tipo de cosas siempre hay intereses creados de algunas áreas, y esto se fue dilatando. Sin embargo, creo que aquí se debería instalar un sistema similar al de la SUBE de Buenos Aires”, finalizó.
“El cospel es mi vida”
Reina la incertidumbre entre los cospeleros que trabajan en el centro
Víctor Jaimes espera paciente, soportando el calor con una sombra que apenas llega a cubrirle el rostro del sol, en la esquina de Laprida y San Martín. Al lado suyo está una mesa pequeña de madera, con varias hileras de cospeles apilados. Tiene 65 años y vende fichas en la misma esquina y con la misma mesa desde hace 24 años. Viaja en bicicleta todos los días a su trabajo desde su casa en San Cayetano.
Justo entre las columnas del ingreso central de la tienda San Juan -en Muñecas y Mendoza-, Fernando Abreu (jubilado, 65 años), ayuda a su hijo Ariel a vender cospeles, pilas, candados y Mentisán. Ariel lleva 24 años y un par de meses dedicado a la venta de cospeles. Dejó los estudios en el último año del secundario en el Instituto Mariano Moreno porque tenía que conseguir un empleo. Ahí es cuando empezó a vender cospeles. Se casó y crió a sus dos nenas vendiendo las fichas metalizadas.
Así como Víctor y Ariel hay más de cuarenta “cospeleros” distribuidos sólo en el centro de la ciudad. Cuando las fichas salgan de circulación, ellos deberán cambiar el producto de venta o buscar otra profesión. Para ellos, el cospel es un medio de vida más que un simple sistema de pago.
“Para mí, que estoy desde 1988 cuando empezaron las fichas, el cospel es todo. La mitad de mi vida estuve pegado a ellos. Es mi forma de vivir y la que me permitió mantener mi familia”, sentenció el vendedor.
Según recuerda, cuando empezó el cospel costaba 75 australes. Luego vinieron más de quince aumentos. “Empezamos con el austral, después pasamos al peso, los bonos, los cheques diferidos... nos pasó de todo a nosotros. Recuerdo cuando pusieron las máquinas para que dieran boletos, así el chofer no se distraiga, y aumentaron un 20% las fichas para pagar las máquinas. Luego sacaron las máquinas y nunca bajó el precio como correspondía. Pasaron tantas cosas con el colectivo durante este tiempo”, rememoró Ariel.
El problema, a su criterio, es que la gente que decide el destino del transporte urbano no sube a los colectivos. “Esperemos que podamos vender esas tarjetas descartables, porque el cospel funciona como un imán. Ahora se vende poco, pero en las buenas épocas se vendían hasta mil cospeles por día. Mi récord fue a principios de los ‘90, cuando vendí hasta 3.000 por día”, dijo. Respecto a la tarjeta, al igual que muchos usuarios, Ariel apuntó contra la distribución. “Las tarjetas no se consiguen. Hablé con muchos kiosqueros y la empresa demora mucho tiempo en reponer el stock. El problema es que hay cerca de 200 puntos de venta de tarjetas -según leí en el diario-, pero si para vender el cospel hay más de 600 puntos -y aún así hay muchos barrios en donde no se consiguen- es lógico que no sea fácil hacerse con el plástico”, sentenció.
Ariel, Fernando y Víctor respondieron de manera casi idéntica cuando se les consultó sobre su futuro cuando el cospel deje de circular: “Habrá que ver que hacemos, y seguir peleándola”. Ariel repitió varias veces “veremos que pasa”, como buscando convencerse a sí mismo de que, después de tanto tiempo, encontrarán otra fuente de ingreso.