Un efecto psicológico más que económico

Por Eduardo Robinson - Economista.

28 Enero 2014
El Gobierno parece haber entrado en el proceso de prueba y error. Hacia fines de 2011 instrumentó el cepo cambiario, que consiste en un conjunto de medidas que restringen el acceso a divisas, especialmente al dólar norteamericano. Esa fue la evidencia de que el Poder Ejecutivo, lejos de procurar atacar la raíz de los problemas que habían causado una salida de U$S 22.000 millones durante ese año electoral, continuaría tomando medidas sobre las consecuencias. Ensayó entonces la teoría de la cultura del dólar, presionando para que las operaciones inmobiliarias se realicen en pesos, lo que afectó bastante la dinámica en ese mercado. Luego, impulsó las trabas para las importaciones, lo que terminó afectando a la industria, y poco tiempo después fue perfeccionando el cepo, prohibiendo directamente la posibilidad de que las personas físicas y las empresas vuelquen sus excedentes en pesos al ahorro en dólares.

A dos años de la implementación del cepo cambiario, ¿sirvió la medida? Claramente no. Se trata de una barrera para desincentivar las operaciones en dólares, cuyo objetivo era evitar una brusca devaluación del peso. Pero es claro que no se pudo evitar la devaluación. Además, hubo que dar marcha atrás con la medida que impedía el atesoramiento de dólares, prohibir las compras de productos extranjeros por internet, encarecer las salidas del país y continuar con las presiones inflacionarias y con la incertidumbre cambiaria. Es decir, la medida no sólo no consiguió los efectos deseados, sino que produjo los no deseados. Al incrementarse la incertidumbre, apareció un mercado informal del dólar. Esto mostró la debilidad de la actividad económica y un sistema de parches permanentes, que obliga a los funcionarios a cambiar las reglas de juego de manera permanente. Hoy una medida, mañana otra, casi en sentido contrario, sumar acuerdos de precios, que de nada sirven para estabilizar el nivel de precios, corroer la actividad económica y seguir sembrando incertidumbre.

Las últimas medidas relacionadas con la posibilidad de permitir el ahorro en dólares a personas físicas que con ingresos mínimos de $ 7.200 -y con la posibilidad de depositarlos por un año, con un tope de hasta U$S 2.000 por mes- si bien en los papeles constituyen una flexibilización al cepo, no dejan de generar desconfianza. ¿Devolverá el Gobierno en un año los dólares?, ¿qué impulsa la medida si no hubo ningún cambio en la macroeconomía?, ¿por qué ahora se autoriza la compra, si con el mismo esquema económico vigente la semana pasada era no?, ¿quien depositó dólares, recibirá dólares?, ¿evitará esta medida el drenaje de reservas?, ¿sirve para contener el nivel de precios?

Es una medida que apunta a quitarle presión al mercado paralelo, a reducir la brecha entre la cotización del dólar oficial con el informal. Suponiendo que logre ese cometido de reducir la brecha, ¿solucionará el problema de fondo que es la falta de divisas?, ¿evitará que el nivel de actividad se siga deteriorando?, ¿mejorará las perspectivas productivas? Claramente no. Es una medida aislada, como las que se vinieron tomando en los últimos meses, en busca de un efecto psicológico más que de verdadero carácter económico.

Transcurrido casi el primer mes de 2014, es claro que con la dosificación de medidas no alcanza, que el Gobierno en materia económica sigue corriendo por detrás de los acontecimientos y que a medida que transcurren los días crece el desafío para evitar que la situación siga acumulando presión.

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