"El avance de la imagen es quizá el gran tema de nuestra generación"

Es una de las lingüistas más destacadas de habla hispana. Aquí analiza la relación de la palabra con la imagen, el castellano de los porteños, la imposibilidad de proteger a Alejandra Pizarnik (con quien colaboró y cuya obra conoce como pocos), la situación de la poesía y la narrativa, el lenguaje de los médicos y las arbitrariedades de la Real Academia.

CRÍTICA. “El autoritarismo de la Real Academia va perdiendo fuerza”, dice Bordelois. CRÍTICA. “El autoritarismo de la Real Academia va perdiendo fuerza”, dice Bordelois.
02 Febrero 2014
- Desde el punto de mira de la música, de la cadencia, ¿considera usted, como muchos, que el idioma castellano hablado por los porteños es el más bello?

- Entre los muchos dialectos del español, me parece que el porteño tiene un fuerte sello distintivo, por su entonación singular -heredada en gran medida del italiano- y por la permeabilidad con que ha recibido los elementos propios de las grandes oleadas de inmigración que han caracterizado la historia de Buenos Aires. No creo que corresponda hablar de belleza, pero sí me parece que los porteños tienen un modo de hablar enérgico que desde otros dialectos suele escucharse como desafiante.

- ¿Es el porteño consciente de esas características?

- Históricamente, el porteño ha sido siempre un dialecto arrogante que se pretende pauta nacional; y sus hablantes suelen ironizar, remedándolas, las tonadas y usanzas provinciales propias de nuestro país, cuando no las estigmatizan. Característica de la sobreestimación del porteño fue la actitud de Borges, cuando en la época de la generación del Martín Fierro predicaba una literatura que se fundara exclusivamente en los valores de la conversación de las clases cultivadas de Buenos Aires.

- ¿Qué opina de los anglicismos que actualmente nos acosan?

- Mientras en el siglo XX el afrancesamiento fue una de las pasiones de los snobs porteños, en el día de hoy es la indiscriminada aceptación de anglicismos innecesarios uno de los rasgos del ansioso mimetismo intercultural de nuestros conciudadanos. Pero también hay que subrayar el espíritu de gran variedad léxica que exhibe el porteño frente a la inexistente “norma” del español que vanamente se nos trata de imponer desde la Península: desde el lunfardo todavía vigente a la creatividad del lenguaje adolescente con respecto a los cambios tecnológicos y sociales que experimenta el mundo contemporáneo, un amplio espectro se despliega. Eso muestra la vitalidad de nuestro idioma, muchas veces presente en la calidad de nuestros humoristas y en la literatura joven que crece fuera de los límites del oficialismo lingüístico.

- ¿Considera que el escritor novel -me refiero al que tiene valores-, cuenta con muchas posibilidades de trascender?

- Lamentablemente, asistimos al crecimiento irrefrenable de las grandes editoriales multinacionales que apuestan sin vacilar por el marketing e imponen una literatura fácil y complaciente, que poco tiene que ver con la verdadera conciencia del lenguaje. Un síntoma evidente de esta estrategia es la desaparición de las series de poesía de casi todos los catálogos de estos grandes pulpos editoriales. Una confluencia demasiado previsible de propaganda, premios y apoyos críticos corona, desde todos los medios y suplementos literarios, a obras insignificantes, muchas veces provenientes del mundo anglosajón, y deja en la sombra a muchas posibilidades de nuestra propia cultura. También es lamentable ver prosperar entre nosotros una marcada propensión a exaltar a autores que comulgan con el dogma político del momento o que se publicitan demagógicamente mediante conductas o asociaciones que nada tienen que ver con lo literario.

- ¿Puede el autor desconocido saltar fácilmente esas vallas?

- Hoy es mucho más difícil que antes, para un autor joven y desconocido, perforar el muro de indiferencia y rechazo de las políticas editoriales, que son incapaces de arriesgar un solo centavo a favor de talentos imprevisibles. Por eso mi respeto por las editoriales pequeñas y medianas que se juegan en ese sentido, como Libros del Zorzal o Eterna Cadencia. Y también mi esperanza de que el mundo digital ofrezca la oportunidad de revancha a los talentos poéticos y críticos escondidos que no dejan de asomar entre nosotros. Emprendimientos de gran calidad, como -entre muchas otras- los artículos de Boca de Sapo o las presentaciones de la revista digital Hablar de Poesía, que ofrece traducciones y reseñas críticas de gran nivel, remedian en parte el vacío que dejan el mercantilismo y la miopía de las grandes editoriales.

- ¿Qué opina del auge de Pizarnik en una situación en que la poesía parece estar hecha a un lado?

- Pizarnik era una personalidad muy compleja, que vivió con angustia creciente una existencia totalmente desprovista de horizontes solares. Fue muy notable su coraje al avanzar en este mundo de tinieblas trabajando tenazmente un lenguaje que transmitía directamente, sin atenuaciones, su perpetua sensación de extrañamiento, su “no estar en este mundo”, como lo decía en una expresión que era reflejo fiel de su persona.

- Su “no estar en este mundo” puede considerarse como una pregunta, una negación o una protesta. ¿Cómo era ella?

- Se la sentía desprotegida y vulnerable, y al mismo tiempo dotada de una cierta energía feroz que la impulsaba a encontrar y lograr esa electricidad de lenguaje que tanto fascina a los adolescentes y fundamenta justificadamente su leyenda. En el plano personal, hubiéramos querido protegerla, pero a la vez algo misterioso y formidable en ella ahuyentaba todo intento de amparo, como lo atestiguaron también sus psicoanalistas.

- ¿Qué saca en limpio de su diario?

- La lectura de su Diario es una experiencia casi insoportable, por la intensificación de la soledad, el sufrimiento, el progresivo deterioro de su persona que van mostrando sus páginas.

- ¿Tenía condiciones para la narrativa?

- Uno de los tantos motivos de su descomunal frustración existencial fue su incapacidad de llevar a cabo una novela, pero con La Condesa Sangrienta nos ha dejado una narración que es también un conjunto de imágenes de belleza y terror indelebles, de una perfección difícil de superar en nuestra literatura.

- ¿Le es útil leer en voz alta sus propios poemas?

- Si bien estos registros no son intercambiables: hay veces en que un poema escrito nos resulta perfectamente trivial y prescindible, y sin embargo al oírlo recitar nos damos cuenta de las posibilidades de resonancias inéditas que albergaba, sin que lo hubiéramos podido percibir sólo desde la lectura de la página. Lo mismo ocurre en la dirección contraria: una canción que nos puede parecer vulgar, una vez leída con detención en un contexto propicio, quizá nos revele un pliegue de imaginación imprevisible.

- Entonces el recitado puede ayudar secundariamente al poeta. ¿Verdad?

- Hay poemas que sugieren su propia dicción de una manera irresistible, y otros que brindan una gama impresionante de distintas posibilidades, que van desde la sátira hasta una compenetración impactante con la emoción o la pasión original del texto. Yo he descubierto a veces el sentido de mis propios poemas, que de algún modo se me escapaba, gracias a un recitado talentoso, como por ejemplo el de Fabiana Rey en ocasión de algunos recitales en escenarios porteños: una experiencia casi psicoanalítica, que iluminaba aspectos escondidos de mi propia trayectoria vital. Las palabras son animales peligrosos: encierran resortes inesperados y conexiones secretas a nuestros propios ojos, que sólo una voz inspirada puede llevar a la luz. Y esa es precisamente la misión de la poesía: hacer escuchar lo inaudible, así como la pintura vuelve visible lo invisible, al decir de Klee.

- ¿Por qué la poesía no “prende” en la juventud como sí lo hace la música? Me refiero al rock, claro.

- Una señal certera de nuestra decadencia cultural, precisamente, es la falta de oportunidades que tiene la gran poesía de ser llevada de viva voz a escuelas y encuentros populares. La poesía es el cenit indiscutible del lenguaje, y el español tiene un caudal maravilloso de grandes poetas, clásicos y contemporáneos, entre los cuales los poetas argentinos brillan sin desmedro. Apartar a la gente joven de este contacto insustituible con lo más alto y vivo de nuestro propio idioma, impidiéndoles emprender los caminos de su propia inspiración, representa algo así como un imperdonable genocidio cultural del que todos somos responsables.

- ¿Cree que la narrativa está en baja?

- Creo que la narrativa contemporánea –no sólo la argentina- debe competir con mayor fuerza que antes con la mediática, que impone actualmente estilos de relatos muy atrapantes desde la televisión o el cine. Relatos en los que el imperio de la imagen tiende a desalojar el prestigio de la palabra. En las pocas novelas que leo, no veo asomarse en general esa densidad interior que campea por ejemplo en los escritos de Proust o de Márai, y para quienes nos formamos como lectores dentro de esa óptica nos resulta difícil reencontrar el encanto o la fascinación de aquellos textos.

- ¿Qué opinión le merece el llamado boom latinoamericano de literatura?

- Escritores como Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa hicieron brillar la novelística latinoamericana con lenguajes y enfoques que sacudieron no sólo la literatura sino la conciencia de toda su época: no creo que haya en este momento ningún fenómeno de esa envergadura entre nosotros, y dudo que lo haya en otros sitios del mundo en la actualidad. Se dan excelentes ejemplos de narrativa en la argentina actual porque tenemos escritores de gran oficio, como Guillermo Martínez, Sylvia Iparraguirre, Alicia Dujovne Ortiz o María Negroni –entre otros- pero falta ese soplo generacional que permitió una visión transformadora en ese momento deslumbrante que fueron los 60.

- ¿A qué atribuye esta moda de restar -y hasta, inclusive, negar- valores a grandes figuras de la literatura argentina? Por ejemplo, Julio Cortázar.

- El encono de algunos de nuestros intelectuales con respecto a Cortázar es otra figura más del resentimiento que suele asolar a nuestra crítica literaria. Algo semejante ocurre con la poesía: después de la generación del Martín Fierro y de los años en que Olga Orozco, Amelia Biagioni o Enrique Molina eran constelaciones indiscutibles de nuestra poética, no hay una brillantez equivalente en estos momentos: los jóvenes poetas son sumamente permeables a modas y manierismos que nada tienen que ver con una búsqueda auténtica de la nueva palabra poética y se dejan llevar por exhibicionismos que delatan su carencia de inspiración y auténtica fuerza creativa –aunque, naturalmente, hay excepciones dignas de salvar.

- ¿Qué puede decir acerca de su colaboración con la medicina? He leído algo sobre eso.

- Fue muy afortunado, en verdad, mi encuentro con un grupo de médicos excepcionales que me instaron a escribir A la escucha del cuerpo, un libro donde examino los caminos de la comunicación entre pacientes y médicos, sus dificultades particulares, sus riesgos y sus logros. Aprendí mucho del contacto con ellos, y también de la riqueza metafórica y etimológica que ofrecen los términos que se refieren a la medicina.

- ¿Cree que hay una especie de ignorancia en la forma en que el médico debe hablar al paciente?

- La experiencia indica que resulta fundamental considerar que la palabra del médico no es un elemento más en el encuentro entre paciente y médico, sino una pieza crucial, al igual que los medicamentos y las intervenciones quirúrgicas, en el restablecimiento pleno del paciente, y sobre todo en la reconstrucción de su autoestima personal. La mayor parte de los juicios de mala praxis apuntan a las dramáticas fallas de comunicación que en gran medida condujeron a resultados adversos o fatales, en aquellos casos en que una conversación sincera, personal y detallada hubiera podido sortear las dificultades encontradas y evitar los efectos catastróficos de una incomunicación.

- ¿Hay una situación de tirantez entre la palabra y la imagen? Digo, por lo de las mil palabras.

- Éste es un gran tema. Quizá, el gran tema de nuestra generación. Y veo mucho silencio y desconcierto alrededor de él, acaso porque todavía no contamos con los instrumentos y argumentos necesarios para elaborarlo y evaluarlo eficientemente. Hay un arrollador avance de la imagen en nuestra cultura, y si bien la palabra no puede desaparecer, una vez que está desprovista de un soporte visual puede perder mucho de su eficacia, dadas las imperiosas exigencias del contexto mediático actual. Esto implica nuevas metodologías de representación, tanto individual como colectiva, y asimismo implica importantes cambios en las pautas de identidad y de memoria que solíamos compartir. Nuestros adolescentes filman y fotografían mientras nosotros escribíamos cartas y diarios: hay una gran diferencia en los contenidos expresivos y las zonas de intimidad que pueden circular o alcanzarse por cauces tan distintos como estos.

- Afirman que Borges se refirió a Lugones diciendo que era un gran escritor, aunque era una lástima que se empeñara en utilizar todas las palabras del diccionario. Teniendo Borges un enorme sentido del humor y transitando tan a menudo la ironía punzante, ¿cree que –más allá de la exageración- no le falta razón?

- En mi libro Borges, Lugones y Güiraldes: un triángulo crucial (Eudeba, 1998) examiné la compleja y conflictiva relación entre Borges y Lugones, una de cuyas claves es la preferencia que este último mostró por el autor de Don Segundo Sombra. Si bien Borges atacó con buena puntería el exceso de retórica lugoniana, también admiraba el estilo del gran escritor cordobés, como puede verse en la nota necrológica que le dedicó luego de su suicidio, donde lo considera el mayor escritor de nuestro idioma -es decir, más allá de Rubén Darío o de Unamuno. Cuando se lee el opúsculo que le dedicó luego, saltan a la vista que tanto las cualidades como los defectos que Borges achacaba a Lugones se asemejaban a los suyos propios: si bien no hubo una influencia directa entre ellos, ya que sus universos imaginarios eran radicalmente distintos, hay una fascinación en ambos por el lenguaje que los reúne en cierto modo en la pertenencia al mismo canon.

- No cree que hay cierta actitud autoritaria por parte de la Real Academia Española? ¿Por qué, entre otras cosas, debo renunciar a los acentos en preguntas que incluyen la palabra cuándo, dónde y cómo?

- Creo que el autoritarismo de la Real Academia Española -que se pretende cada vez más democrática- va perdiendo fuerza en tanto las medidas que adopta nos resultan a todos -es decir, a la mayoría de los hablantes del español -claramente arbitrarias. Me resulta imposible y contradictorio escribir prohíbe con el absurdo acento sobre la i, como si la h no fuera suficiente marca de iniciación silábica. Estas ridiculeces afectan el prestigio de una institución políticamente tan correcta como obsoleta, y sin duda serán desconocidas por las generaciones futuras.

© LA GACETA

Asher Benatar - Novelista,  dramaturgo y fotógrafo.

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