Resucitar el alma del hombre y de la sociedad

Pbro. Marcelo Barrionuevo

06 Abril 2014
La resurrección de Lázaro que hoy nos recuerda la Iglesia es un signo de la restauración del hombre sujeto a la muerte, como el pueblo israelita a la esclavitud del destierro (1ª lect). Este prodigio realizado por Jesús en el umbral de su propia muerte, nos confirma que Él es la Resurrección y la Vida, una Vida que vence a la muerte tanto física como espiritual, no ya mediante la resurrección final sino en la existencia presente.

En el diálogo de Jesús con Marta, ella proclama su fe en la Resurrección futura, pero Cristo le contesta: “Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en Mí aunque esté muerto vivirá; y el que está vivo y cree en Mí, no morirá para siempre”. El creyente se sabe ya libre y salvado por Cristo, no de la muerte biológica que Cristo también padeció, sino del pecado, del miedo a la destrucción total. Sí, no todo acaba para nosotros con la muerte. La última palabra no la tiene la muerte sino la Vida.

Este quinto domingo de cuaresma es un llamado a resucitar lo muerto para dar una nueva vida plena de sentido en la esperanza. La muerte de Lázaro en el símbolo de la muerte que produce el pecado mortal en el alma cristiana y a ella se la vence por la confesión sincera de nuestros pecados. El día del perdón llamado por Francisco fue un día inolvidable de gracia al ver muchedumbres de hombres y mujeres de todo el mundo que acudieron con humildad y sencillez a pedir perdón y recibir la misericordia de Dios. Por ello estos días son para volver a confesarnos.

Pero la muerte de Lázaro también se identifica con las causas de muerte que sufre la sociedad en su conjunto: jóvenes muertos por la droga y las adicciones, una sociedad muerta que produce “el linchamiento” publico como autodefensa refleja el estado de ánimo social que toca lo más primitivo de épocas prehistóricas, provocado por la inseguridad como reflejo de la muerte que produce la anomia de nuestra dirigencia social y política; todo parece no estar bien. A esto Jesús nos convoca a dar una nueva lucha por la vida, por la familia, por la equidad social, por los más desprotegidos.

Esta cuaresma y Semana Santa no son días para vacaciones, son días para reflexionar como andamos con Dios y de modos especial como andamos como sociedad argentina. Argentina no está para distracciones, está para decidirse a salvar la vida de sus hijos pensando que si no nos determinamos a mejorar, su historia será irreversible en su debacle moral y espiritual.

Jesús se nos presenta como “resurrección y vida”. Volvamos a Dios para volver al hombre y a la sociedad. Cada uno de nosotros puede ser transmisor de vida, de bien, de verdad, de caridad. Que no nos roben la esperanza, seamos constructores de una sociedad que se sabe poseedora del don de Dios y responsable de la historia que se nos pudo en las manos.

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