Por Guillermo Monti
29 Junio 2014
A RESPALDARLO. Alejandro Sabella demostró ser un DT sumamente preparado.
¿Sabe quién fue Juan José Tramutola? El entrenador más joven de la historia de los Mundiales. Y pertenece a la historia grande de nuestro fútbol, porque condujo a la Selección al subcampeonato en la Copa de Uruguay 1930, la primera que se disputó. Tenía 27 años y compartía la dirección del plantel con Francisco Olazar. Eran otras épocas, porque los técnicos eran personajes secundarios en los que casi no se reparaba. Mandaban los jugadores, y en aquella Argentina la voz cantante era la de Luis Monti, el caudillo del plantel. A Alejandro Sabella le toca realizar el mismo trabajo que Tramutola, 84 años después y en un contexto impensado para aquellos pioneros mundialistas. Los entrenadores hoy son tan -o más- cotizados que las estrellas que ingresan a la cancha. El signo de los tiempos.
Una decisión de Tramutola, y eso cuando contaba con margen para tomarla, no movía el amperímetro. Una decisión de Sabella es motivo de debate nacional. Son las reglas con las que aceptan jugar los técnicos a cambio de todo lo que implica dirigir a una Selección en la Copa del Mundo, desde el desafío personal hasta el prestigio y el dinero que embolsan. Las presiones del público, de la prensa, de los dirigentes y de los propios jugadores, que suelen ser las más difíciles de manejar, vienen en la letra chica del contrato.
Plafond
Sabella cuenta con el plafond de una sólida formación cultural. No es común entre sus colegas en nuestro país, ex futbolistas devenidos entrenadores casi sin transiciones. La inteligencia emocional, la intuición, el buen ojo, la habilidad para relacionarse, integran un bagaje que los DT pueden ir recogiendo en base a la experiencia. Sabella agrega capacidad de análisis y genuinos recursos discursivos, puertas adentro y afuera. No es un chicanero ni un mentiroso. El bajo perfil es una decisión de vida, confundido erróneamente -con buena o mala leche- con síntomas de debilidad. Lo mismo decían de José Pekerman.
La honestidad intelectual de Sabella es un bien de la Selección. Que pueda equivocarse al momento de determinar una táctica o de alinear a determinado futbolista integra el gigantesco universo de las posibilidades. El contexto lo obliga a debatirse entre el esquema que le gusta (5-3-2 o 4-4-2) y la jerarquía de sus jugadores, que habilita planteos tan ofensivos como riesgosos (4-3-3). Si reemplaza a Agüero por Lavezzi para enfrentar el martes a Suiza será tan válido como reforzar la mitad de cancha con un volante (¿”Ricky” Alvarez? ¿”Maxi” Rodríguez?). Sabella no es necio ni obcecado. Su Selección puede jugar bien, regular o mal, pero siempre estará dispuesto al diálogo y al cambio.
El fútbol argentino estuvo partido durante demasiado tiempo entre la dicotomía Menotti vs. Bilardo, nuestros entrenadores campeones mundiales. La discusión trascendió el fútbol y tomó forma de batalla cultural, con sectores embanderados detrás de uno y otro. Lo que nació como un atractivo debate futbolero devino en guerra de guerrillas, acusaciones y trapitos que nunca debieron salir al sol. Una lástima.
Sabella, como Pekerman y como Bielsa, propone un salto de calidad desde la transparencia del mensaje, desde la tranquilidad que transmite y desde su contracción al trabajo. A Pekerman le fue bien en el Mundial de Alemania 2006: perdió por penales con el local en cuartos de final. A Bielsa le fue mal en Japón/Corea 2002: lo pagó con una insólita eliminación en primera ronda. El equipo de Sabella puede ser campeón del mundo o perder el martes con Suiza en San Pablo. Lo valioso, y esto es necesario decirlo antes, pasa por la calidad humana y profesional del entrenador. Lo que venga después lo determinarán variables de toda clase.
Cargas
Una de las mayores responsabilidades con las que carga Sabella se llama Lionel Messi. El técnico cuenta con el mejor jugador del mundo en la plenitud de su carrera. Bilardo aprovechó a Maradona en 1986 y Menotti hizo lo propio con Mario Kempes en 1978. Una digresión: es tan llamativo como injusto el grado de desconocimiento, y a veces de ninguneo, referido a Kempes en nuestro país. Afortunadamente los cordobeses le pusieron su nombre al estadio mundialista. Kempes debería ser una figura mucho más valorada en Argentina. Fue la estrella del equipo campeón y el goleador del torneo.
Volvamos a Messi y a Sabella. La relación entre ellos es de respeto, cordialidad y lejanía. Messi se sentía cobijado por Guardiola y, en especial, por Tito Vilanova en Barcelona. No tiene esa llegada al cuerpo técnico de la Selección, por su propia forma de ser y por la de Sabella, que prefiere llegar a la intimidad de Messi por medio de intermediarios. Son formas. Lo que pretende Sabella es que Messi se sienta cómodo, lo que no quiere decir que se someta a sus caprichos. Además, Messi no los tiene, o por lo menos no los explicita. Pero lo que sabe Sabella es que si la Selección no obtiene la Copa él pasará a la historia como el DT que no pudo o no supo sacarle el jugo a un genio. Ya sabe que deberá convivir con eso para siempre.
Passarella tenía una relación casi de padre-hijo con Ariel Ortega y estaba seguro de que el jujeño sería la estrella del Mundial de Francia 98. La conclusión es que Ortega se hizo expulsar por una estupidez en el momento más importante -los cuartos de final contra Holanda- y, con 10 jugadores, Argentina perdió 2 a 1 en los últimos minutos. No hay por lo tanto métodos infalibles.
Sabella conduce a la Selección en años prolíficos en éxitos para los entrenadores argentinos. Simeone, Martino, Pochettino, Pekerman, Sampaoli, Berizzo, son reconocidos en el exterior y abren las puertas más importantes para los que vienen detrás. En cierta forma Sabella representa a todos ellos, así como Messi lidera en la cancha a un grupo de jugadores que triunfa en Europa. Eso coloca al DT en una posición privilegiada, para la que se siente preparado y asume con orgullo y responsabilidad. No es un dato menor.
Tramutola, Olazar (1930), Felipe Pascucci (1934, dirigiendo a un equipo amateur), Guillermo Stábile (1958), Juan Carlos Lorenzo (1962/1966), Vladislao Cap (1974), Menotti (1978/1982), Bilardo (1986/1990), Alfio Basile (1994), Passarella (1998), Bielsa (2002), Pekerman (2006) y Maradona (2010) son los predecesores de Sabella. Dirigir a la Selección en un Mundial equivale a hacer cumbre en el Everest. Ahí está Sabella, en el momento que esperó toda su vida.
Una decisión de Tramutola, y eso cuando contaba con margen para tomarla, no movía el amperímetro. Una decisión de Sabella es motivo de debate nacional. Son las reglas con las que aceptan jugar los técnicos a cambio de todo lo que implica dirigir a una Selección en la Copa del Mundo, desde el desafío personal hasta el prestigio y el dinero que embolsan. Las presiones del público, de la prensa, de los dirigentes y de los propios jugadores, que suelen ser las más difíciles de manejar, vienen en la letra chica del contrato.
Plafond
Sabella cuenta con el plafond de una sólida formación cultural. No es común entre sus colegas en nuestro país, ex futbolistas devenidos entrenadores casi sin transiciones. La inteligencia emocional, la intuición, el buen ojo, la habilidad para relacionarse, integran un bagaje que los DT pueden ir recogiendo en base a la experiencia. Sabella agrega capacidad de análisis y genuinos recursos discursivos, puertas adentro y afuera. No es un chicanero ni un mentiroso. El bajo perfil es una decisión de vida, confundido erróneamente -con buena o mala leche- con síntomas de debilidad. Lo mismo decían de José Pekerman.
La honestidad intelectual de Sabella es un bien de la Selección. Que pueda equivocarse al momento de determinar una táctica o de alinear a determinado futbolista integra el gigantesco universo de las posibilidades. El contexto lo obliga a debatirse entre el esquema que le gusta (5-3-2 o 4-4-2) y la jerarquía de sus jugadores, que habilita planteos tan ofensivos como riesgosos (4-3-3). Si reemplaza a Agüero por Lavezzi para enfrentar el martes a Suiza será tan válido como reforzar la mitad de cancha con un volante (¿”Ricky” Alvarez? ¿”Maxi” Rodríguez?). Sabella no es necio ni obcecado. Su Selección puede jugar bien, regular o mal, pero siempre estará dispuesto al diálogo y al cambio.
El fútbol argentino estuvo partido durante demasiado tiempo entre la dicotomía Menotti vs. Bilardo, nuestros entrenadores campeones mundiales. La discusión trascendió el fútbol y tomó forma de batalla cultural, con sectores embanderados detrás de uno y otro. Lo que nació como un atractivo debate futbolero devino en guerra de guerrillas, acusaciones y trapitos que nunca debieron salir al sol. Una lástima.
Sabella, como Pekerman y como Bielsa, propone un salto de calidad desde la transparencia del mensaje, desde la tranquilidad que transmite y desde su contracción al trabajo. A Pekerman le fue bien en el Mundial de Alemania 2006: perdió por penales con el local en cuartos de final. A Bielsa le fue mal en Japón/Corea 2002: lo pagó con una insólita eliminación en primera ronda. El equipo de Sabella puede ser campeón del mundo o perder el martes con Suiza en San Pablo. Lo valioso, y esto es necesario decirlo antes, pasa por la calidad humana y profesional del entrenador. Lo que venga después lo determinarán variables de toda clase.
Cargas
Una de las mayores responsabilidades con las que carga Sabella se llama Lionel Messi. El técnico cuenta con el mejor jugador del mundo en la plenitud de su carrera. Bilardo aprovechó a Maradona en 1986 y Menotti hizo lo propio con Mario Kempes en 1978. Una digresión: es tan llamativo como injusto el grado de desconocimiento, y a veces de ninguneo, referido a Kempes en nuestro país. Afortunadamente los cordobeses le pusieron su nombre al estadio mundialista. Kempes debería ser una figura mucho más valorada en Argentina. Fue la estrella del equipo campeón y el goleador del torneo.
Volvamos a Messi y a Sabella. La relación entre ellos es de respeto, cordialidad y lejanía. Messi se sentía cobijado por Guardiola y, en especial, por Tito Vilanova en Barcelona. No tiene esa llegada al cuerpo técnico de la Selección, por su propia forma de ser y por la de Sabella, que prefiere llegar a la intimidad de Messi por medio de intermediarios. Son formas. Lo que pretende Sabella es que Messi se sienta cómodo, lo que no quiere decir que se someta a sus caprichos. Además, Messi no los tiene, o por lo menos no los explicita. Pero lo que sabe Sabella es que si la Selección no obtiene la Copa él pasará a la historia como el DT que no pudo o no supo sacarle el jugo a un genio. Ya sabe que deberá convivir con eso para siempre.
Passarella tenía una relación casi de padre-hijo con Ariel Ortega y estaba seguro de que el jujeño sería la estrella del Mundial de Francia 98. La conclusión es que Ortega se hizo expulsar por una estupidez en el momento más importante -los cuartos de final contra Holanda- y, con 10 jugadores, Argentina perdió 2 a 1 en los últimos minutos. No hay por lo tanto métodos infalibles.
Sabella conduce a la Selección en años prolíficos en éxitos para los entrenadores argentinos. Simeone, Martino, Pochettino, Pekerman, Sampaoli, Berizzo, son reconocidos en el exterior y abren las puertas más importantes para los que vienen detrás. En cierta forma Sabella representa a todos ellos, así como Messi lidera en la cancha a un grupo de jugadores que triunfa en Europa. Eso coloca al DT en una posición privilegiada, para la que se siente preparado y asume con orgullo y responsabilidad. No es un dato menor.
Tramutola, Olazar (1930), Felipe Pascucci (1934, dirigiendo a un equipo amateur), Guillermo Stábile (1958), Juan Carlos Lorenzo (1962/1966), Vladislao Cap (1974), Menotti (1978/1982), Bilardo (1986/1990), Alfio Basile (1994), Passarella (1998), Bielsa (2002), Pekerman (2006) y Maradona (2010) son los predecesores de Sabella. Dirigir a la Selección en un Mundial equivale a hacer cumbre en el Everest. Ahí está Sabella, en el momento que esperó toda su vida.