Por Guillermo Monti
29 Junio 2014
Admirarse y sorprenderse por las costumbres foráneas es el mejor regalo que ofrece la cobertura de un Mundial. Lo imposible es comprender cómo se puede comer una brochette de pollo frito a las nueve de la mañana. Ahí están los brasileños, sentados a la sombra mientras esperan que se abran las puertas del Mineirao. El penetrante olor del aceite rivaliza con las saudades de nuestro café con leche, medialunas y ¡bollitos! Y conste que seguramente desayunaron huevos y salchichas. La cultura es la sonrisa dice León Gieco, y los anfitriones sonríen todo el tiempo. Del hígado y el colesterol hablarán en otro momento.
A las 19.30 volverán a sentarse a la mesa. La hora ideal para un mate, se añora a la distancia. Aquí es el turno de una feijoada con todas las letras, de bocaditos de pescado, del arroz omnipresente. La cena no puede esperar, a fin de cuentas a las 18 ya es noche cerradísima y en las calle sólo quedan los que no trabajan al día siguiente.
“Aquí el día de partido es feriado”, informa Felipe de camino al estadio. Tal cual. Las lojas (negocios) no levantaron las persianas y Felipe meterá el taxi en el garaje al menos una hora antes del inicio del partido. Que el sábado no engañe porque ocurre lo mismo en cualquier día hábil. El asueto en la administración pública y en todos los niveles educativos está cantado si juega Brasil, y mucho más en un Mundial. ¡Y de local! Los que intentan hacer la diferencia son los vendedores ambulantes, pero la Policía es implacable con ellos. Se secuestra la mercadería (gorros, camisetas, vinchas) y los infractores son detenidos en el acto. “Así se terminó con los vendedores que no respetan los lugares establecidos”, apunta Felipe. Teléfono para Tucumán.
El alargue y los penales demoraron el almuerzo. Una jauría tomó por asalto las churrasquerías adyacentes al Mineirao, en el barrio de Pampulha. Se comió y se brindó a lo grande, por más que la performance de Brasil sea cuestionada. El transporte público recupera las frecuencias habituales hacia la tarde, aunque la resaca anticipada anuncia que el domingo será para descansar los huesos y el espíritu. Mientras tanto, LG Mundial enfila hacia San Pablo, donde a la Selección la aguarda la maquinaria suiza.
A las 19.30 volverán a sentarse a la mesa. La hora ideal para un mate, se añora a la distancia. Aquí es el turno de una feijoada con todas las letras, de bocaditos de pescado, del arroz omnipresente. La cena no puede esperar, a fin de cuentas a las 18 ya es noche cerradísima y en las calle sólo quedan los que no trabajan al día siguiente.
“Aquí el día de partido es feriado”, informa Felipe de camino al estadio. Tal cual. Las lojas (negocios) no levantaron las persianas y Felipe meterá el taxi en el garaje al menos una hora antes del inicio del partido. Que el sábado no engañe porque ocurre lo mismo en cualquier día hábil. El asueto en la administración pública y en todos los niveles educativos está cantado si juega Brasil, y mucho más en un Mundial. ¡Y de local! Los que intentan hacer la diferencia son los vendedores ambulantes, pero la Policía es implacable con ellos. Se secuestra la mercadería (gorros, camisetas, vinchas) y los infractores son detenidos en el acto. “Así se terminó con los vendedores que no respetan los lugares establecidos”, apunta Felipe. Teléfono para Tucumán.
El alargue y los penales demoraron el almuerzo. Una jauría tomó por asalto las churrasquerías adyacentes al Mineirao, en el barrio de Pampulha. Se comió y se brindó a lo grande, por más que la performance de Brasil sea cuestionada. El transporte público recupera las frecuencias habituales hacia la tarde, aunque la resaca anticipada anuncia que el domingo será para descansar los huesos y el espíritu. Mientras tanto, LG Mundial enfila hacia San Pablo, donde a la Selección la aguarda la maquinaria suiza.
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