Por Guillermo Monti
03 Julio 2014
Imagen 1: Alex Del Piero, comentarista de la cadena de Sky y crack eterno, se pone de pie para contar lo que está viendo. Roberto Carlos cambió los tiros libres por el micrófono de la red O Globo y hace lo mismo. Muy cerca Fantino aúlla: “¡Brasil, eu tem Papa, vocé nao tem nada!” Y abajo, en la cancha, Di María forma un corazoncito con los dedos mientras el resto del equipo lo persigue para sepultarlo a besos y abrazos.
Imagen 2: el avión surca la frontera rumbo a Río de Janeiro. Es 7 de junio, parece que hubiera pasado un siglo, y una banda de rosarinos canta en pleno vuelo: “…que de la mano, de Di Maria, todos la vuelta vamos a dar”. Nada de Messi, reconocido “leproso”. Di María.
Imagen 3: oleadas de hinchas inundan Porto Alegre. Parece el desembarco en Normandía, sólo que –afortunadamente- no hay obuses apuntando a los invasores. Entre el maremágnum de banderas hay una chiquita que no llama la atención. Dice “Alberdi–Rosario” y dos muchachos la pasean por las inmediaciones del estadio Beira Río. Se pierden de vista rápido y queda el apunte en la libreta. Al cronista le falló el olfato para improvisar la entrevista (¿y si eran vecinos?) pero no la memoria. De Alberdi es Di María y esa era la bandera de su patria chica.
Imagen 4: pasan la formación argentina por las pantallas gigantes de la Arena Corinthians y entre el desfile de figuras, detrás de Messi, la mayor ovación es para Di María. Y de inmediato la hinchada entona “¡Fideo, Fideo!” Simple y cariñoso, así como es Di María, la antiestrella por donde se lo mire, salvo cuando entra a la cancha y los telescopios captan ese fulgor tan especial.
Imagen 5: los “forofos” de Real Madrid están chiflando a Di María, reemplazado durante un partido de Liga contra Celta. Va a la cancha Gareth Bale, el prodigio de los 100 millones de dólares. Entre los silbidos, mirando a ningún lugar, Di María se lleva la mano a la entrepierna. Es la hecatombe, el insulto supremo a la grada que vio a Di Stéfano, a Puskas y a Zidane. “Sólo me la acomodé”, filosofa Di María, mientras la prensa apuesta: ¿en qué remoto club será exiliado?
Imagen 6: entonces se juega la final de la Champions, el partido más importante del año en Europa, y Real Madrid parece víctima de la aplanadora de Simeone. ¿Sacaron Cristiano Ronaldo y Bale las papas del fuego? No, el mejor jugador de los “blancos” es Di María, capaz de arrastrar a sus compañeros al alargue y a la goleada. La hinchada se olvidó de todo y lo quiere en el equipo para siempre, por más que José Mourinho pretenda llevárselo al Chelsea de los multimillones.
Imagen 7: por cada gran actuación de Di María en la Selección reaparece esa foto en la que un flaquito de ojos escurridizos posa de pantalones cortos. Es el tiempo de la leyenda; de las 26 pelotas que Rosario Central le pagó al club El Torito por el pase y que nunca llegaron a destino. O de Di María arribando a las prácticas con las manos negras porque había estado ayudando a su papá en la venta de carbón. Sin estas historias el fútbol perdería su costado humano, y despojado de humanidad deja de ser un juego maravilloso para convertirse en una competencia de autómatas que no le interesa a nadie.
Imagen 8: Di María es la reencarnación de Franz Kafka. El rostro largo y anguloso, las orejas a lo señor Spock, los ojos encendidos, la flacura. A Kafka podrían haberle dicho “Fideo” con toda naturalidad en las callecitas de Praga. Kafka fue un escritor extraordinario, autor de clásicos como “La metamorfosis” y “El proceso”; un profundo analista crítico de los entresijos del poder y del empequeñecimiento del hombre ante esa maquinaria. Kafka se rebeló por medio de las letras. Di María es capaz de rebelarse desde lo más lúdico y feliz que puede concebir el hombre. Si las defensas son burocráticos laberintos kafkianos, Di María las demuele con frescura, velocidad y gol. En “La metamorfosis”, Gregor Samsa mutaba en oprimida y desconcertada cucaracha. En la cancha, Di María sale de su crisálida con forma de mariposa alegre y multicolor.
Imagen 9: y aquí está Di María, en los cuartos de final del Mundial, arte y parte de un equipo que lucha contra los rivales y contra sí mismo para ser, definitivamente, la Selección con mayúsculas. Contra Bosnia e Irán, Di María sufrió el efecto contagio y no logró despegar. Frente a Nigeria, arrancando desde más atrás, encontró su lugar y su ritmo. Y sobre todo se encontró con Messi, y por eso se hizo el fútbol.
Imagen 10: de vuelta en Itaquera y en el suplementario contra la guardia suiza abroquelada en torno a Benaglio, el arquero con apellido de chocolate y manos mágicas, capaces de desviar al córner un lanzazo que Di María había apuntado al ángulo. La Selección se va cansando y Di María sigue corriendo, porque reservó un pulmón -el tercero- para el alargue. Ese pulmón extra no está en la caja torácica, lo lleva en el espíritu. Es tiempo de que Messi se conecte y de que abra a la derecha para que Di María, fresquito y lúcido, como el fideíto sin salsa de El Torito, como el pibe de 19 años que Benfica le arrancó a Central, como el campeón mundial Sub-20 y el campeón olímpico, le dé un pase a la red. Así se hacen los goles, según César Luis Menotti.
Imagen 11: le piden que hable y lo hace con espontaneidad y pocas palabras. Di María es un futbolista maduro, pero sobre todo un hombre maduro. Hombre de familia, de su hija Mia –nacida prematura y con pocas chances de sobrevida, episodio admirablemente superado-, y de su esposa Jorgelina.
Imagen 12: puede que Di María levante la Copa del Mundo, puede que no. Esa es una foto que nadie sacó, un flashazo de conjeturas. La instantánea real, la tapa de los diarios y el copete de los noticieros, son las manos formando el corazoncito. Como diciendo, más allá de la dedicatoria familiar: “argentinos, dejen de sufrir un rato, bajen las pulsaciones, este cuore nuevo es para todos ustedes, es un regalo”. Obsequio generoso en una siesta de Copa del Mundo. Así se escriben las historias.
Imagen 2: el avión surca la frontera rumbo a Río de Janeiro. Es 7 de junio, parece que hubiera pasado un siglo, y una banda de rosarinos canta en pleno vuelo: “…que de la mano, de Di Maria, todos la vuelta vamos a dar”. Nada de Messi, reconocido “leproso”. Di María.
Imagen 3: oleadas de hinchas inundan Porto Alegre. Parece el desembarco en Normandía, sólo que –afortunadamente- no hay obuses apuntando a los invasores. Entre el maremágnum de banderas hay una chiquita que no llama la atención. Dice “Alberdi–Rosario” y dos muchachos la pasean por las inmediaciones del estadio Beira Río. Se pierden de vista rápido y queda el apunte en la libreta. Al cronista le falló el olfato para improvisar la entrevista (¿y si eran vecinos?) pero no la memoria. De Alberdi es Di María y esa era la bandera de su patria chica.
Imagen 4: pasan la formación argentina por las pantallas gigantes de la Arena Corinthians y entre el desfile de figuras, detrás de Messi, la mayor ovación es para Di María. Y de inmediato la hinchada entona “¡Fideo, Fideo!” Simple y cariñoso, así como es Di María, la antiestrella por donde se lo mire, salvo cuando entra a la cancha y los telescopios captan ese fulgor tan especial.
Imagen 5: los “forofos” de Real Madrid están chiflando a Di María, reemplazado durante un partido de Liga contra Celta. Va a la cancha Gareth Bale, el prodigio de los 100 millones de dólares. Entre los silbidos, mirando a ningún lugar, Di María se lleva la mano a la entrepierna. Es la hecatombe, el insulto supremo a la grada que vio a Di Stéfano, a Puskas y a Zidane. “Sólo me la acomodé”, filosofa Di María, mientras la prensa apuesta: ¿en qué remoto club será exiliado?
Imagen 6: entonces se juega la final de la Champions, el partido más importante del año en Europa, y Real Madrid parece víctima de la aplanadora de Simeone. ¿Sacaron Cristiano Ronaldo y Bale las papas del fuego? No, el mejor jugador de los “blancos” es Di María, capaz de arrastrar a sus compañeros al alargue y a la goleada. La hinchada se olvidó de todo y lo quiere en el equipo para siempre, por más que José Mourinho pretenda llevárselo al Chelsea de los multimillones.
Imagen 7: por cada gran actuación de Di María en la Selección reaparece esa foto en la que un flaquito de ojos escurridizos posa de pantalones cortos. Es el tiempo de la leyenda; de las 26 pelotas que Rosario Central le pagó al club El Torito por el pase y que nunca llegaron a destino. O de Di María arribando a las prácticas con las manos negras porque había estado ayudando a su papá en la venta de carbón. Sin estas historias el fútbol perdería su costado humano, y despojado de humanidad deja de ser un juego maravilloso para convertirse en una competencia de autómatas que no le interesa a nadie.
Imagen 8: Di María es la reencarnación de Franz Kafka. El rostro largo y anguloso, las orejas a lo señor Spock, los ojos encendidos, la flacura. A Kafka podrían haberle dicho “Fideo” con toda naturalidad en las callecitas de Praga. Kafka fue un escritor extraordinario, autor de clásicos como “La metamorfosis” y “El proceso”; un profundo analista crítico de los entresijos del poder y del empequeñecimiento del hombre ante esa maquinaria. Kafka se rebeló por medio de las letras. Di María es capaz de rebelarse desde lo más lúdico y feliz que puede concebir el hombre. Si las defensas son burocráticos laberintos kafkianos, Di María las demuele con frescura, velocidad y gol. En “La metamorfosis”, Gregor Samsa mutaba en oprimida y desconcertada cucaracha. En la cancha, Di María sale de su crisálida con forma de mariposa alegre y multicolor.
Imagen 9: y aquí está Di María, en los cuartos de final del Mundial, arte y parte de un equipo que lucha contra los rivales y contra sí mismo para ser, definitivamente, la Selección con mayúsculas. Contra Bosnia e Irán, Di María sufrió el efecto contagio y no logró despegar. Frente a Nigeria, arrancando desde más atrás, encontró su lugar y su ritmo. Y sobre todo se encontró con Messi, y por eso se hizo el fútbol.
Imagen 10: de vuelta en Itaquera y en el suplementario contra la guardia suiza abroquelada en torno a Benaglio, el arquero con apellido de chocolate y manos mágicas, capaces de desviar al córner un lanzazo que Di María había apuntado al ángulo. La Selección se va cansando y Di María sigue corriendo, porque reservó un pulmón -el tercero- para el alargue. Ese pulmón extra no está en la caja torácica, lo lleva en el espíritu. Es tiempo de que Messi se conecte y de que abra a la derecha para que Di María, fresquito y lúcido, como el fideíto sin salsa de El Torito, como el pibe de 19 años que Benfica le arrancó a Central, como el campeón mundial Sub-20 y el campeón olímpico, le dé un pase a la red. Así se hacen los goles, según César Luis Menotti.
Imagen 11: le piden que hable y lo hace con espontaneidad y pocas palabras. Di María es un futbolista maduro, pero sobre todo un hombre maduro. Hombre de familia, de su hija Mia –nacida prematura y con pocas chances de sobrevida, episodio admirablemente superado-, y de su esposa Jorgelina.
Imagen 12: puede que Di María levante la Copa del Mundo, puede que no. Esa es una foto que nadie sacó, un flashazo de conjeturas. La instantánea real, la tapa de los diarios y el copete de los noticieros, son las manos formando el corazoncito. Como diciendo, más allá de la dedicatoria familiar: “argentinos, dejen de sufrir un rato, bajen las pulsaciones, este cuore nuevo es para todos ustedes, es un regalo”. Obsequio generoso en una siesta de Copa del Mundo. Así se escriben las historias.