De “próceres” y “libertadores”

No hay edad ni época que no haya utilizado el arte para reafirmar su poder.

Las colosales estatuas de los faraones egipcios y los monumentos griegos, no solo adoraban a los gobernantes y a sus dioses, sino que también exaltaban los valores de un régimen, los principios de un orden social. Las esfinges griegas y egipcias servían para transmitir los mitos, como núcleos de conocimiento (primitivos, para algunos).

Pero sin dudas, durante la Edad Media fue el cristianismo el que más se aprovechó de las imágenes para evangelizar a los pueblos; será la Iglesia Católica la que, igualmente en el Renacimiento, sepa utilizar el valor educativo de la imagen, sobre todo en un mundo analfabeto. Miguel Ángel lo vivió propiamente, cuando en sus negociaciones con los Papas, en alguna escena en la Sixtina, por ejemplo, debía desaparecer un desnudo.

La alianza entre la escultura y el poder, en particular, se ha extendido por los siglos, y, aunque parezca una paradoja, en nuestro tiempo (en una sociedad que, se supone, superó el analfabetismo), la imagen continúa educando.

Y con independencia del régimen de que se trate: con la dictadura, el general Antonio Bussi inauguró la Avenida de Los Próceres, obligando a trabajar a los escultores y a presentar sus obras a paso acelerado. Y mañana, la Municipalidad hará lo suyo con el Paseo de los Libertadores de América. En el primer caso, fueron monumentos, estatuas, de esas que siempre miramos desde abajo; en el segundo, bustos, ubicados casi a nuestra misma altura.

El debate, la iniciativa, no es un hecho meramente local: en la ciudad de Buenos Aires se está discutiendo en estos precisos momentos la ubicación de una serie de monumentos de Perón, que se instalarían en la avenida 9 de Julio, a pocos metros de el Obelisco.

Aquí, en el paseo, que se extiende por Lavalle desde Ayacucho hasta frente al ingreso de la guardia del Hospital Padilla, ya se pueden observar los de Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Bernardo O’ Higgins, Juana Azurduy, José Gervasio Artigas, José Marti, Tupac Amaru y Francisco de Miranda, algunos de los cuales ya estaban ubicados desde otro tiempo. Y hoy se instalará el de José de San Martín y Manuel Belgrano.

De los nombrados en primer lugar, únicamente los bustos de Miguel Hidalgo y Costilla (que porta en su pecho la Virgen de Guadalupe, bandera de los insurgentes mexicanos), y el brasileño Tiradentes (que terminó su vida ahorcado, con un dogal rodeando su cuello), se corren un poco de lo tradicional: estos tienen un dejo expresionista y están pintados con una pátina de ácidos (que les brinda un color verdoso), a diferencia del resto en los que impera un retrato realista y blanco puro.

Está claro que tanto los “próceres” de Bussi, como los “libertadores” de la Municipalidad, forman parte de un relato, que puede debatirse, estar de acuerdo, impugnarse o no. Es una forma de contar la historia a través del arte.

Pero tal vez sea hora que liberen al arte de sus “misiones” o “compromisos” sociales, y se deje plena libertad a los artistas para que ellos mismos interpreten los hechos; para que esa realidad interpretada, pueda transformarse en una realidad artística.

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