En la casa de Eliana, las ganas de aprender dicen presente

Es una de las cinco viviendas en las que se dictan clases a personas que no pudieron adaptarse a la escuela tradicional.

ALUMNAS. Yenifer, Eliana, Melina y Johana, en la casa de la segunda; adentro se ven los pupitres y en las paredes, leyendas con mensajes positivos. la gaceta / foto de inés quinteros orio ALUMNAS. Yenifer, Eliana, Melina y Johana, en la casa de la segunda; adentro se ven los pupitres y en las paredes, leyendas con mensajes positivos. la gaceta / foto de inés quinteros orio
08 Julio 2014
No es una escuela, ni un centro vecinal, ni un club ni un consultorio, ni un lugar de reuniones. Pero es todo eso al mismo tiempo. Así es La Casa del Barrio. Un lugar al que no se llega por los caminos tradicionales, sino que se abre paso entre las complejidades de una comunidad que le lucha a la droga, a la desocupación y a la violencia. La vivienda de Eliana Rodríguez está en pleno corazón de La Costanera. Allí funciona la Casa del Barrio, a la que muchos llaman la “escuelita”, porque ahí la maestra o la profesora los espera todos los días para enseñarles lo que no pudieron aprender cuando eran chicos.

La casa tiene pocas comodidades: el techo es de chapa, como casi todas las viviendas del barrio, y al fondo funciona una carpintería como microemprendimiento. Pero a Johana Jaime lo que más le gusta es la sencillez, no la escuela grande a la que nunca terminó de acostumbrarse. “Prefiero este lugar, porque está al lado de mi casa, porque me reciben con mi hija de dos años -no tengo con quién dejarla- y porque los profesores son muy buenos, y nos tienen mucha paciencia”, ríe con confianza.

Como Johana, que tiene 21 años, hay vecinos de todas las edades. Hasta una abuela de 75 años, que venía con su nieto a la Casa del Barrio, y que el año pasado concluyó sus estudios primarios. Al principio, en 2011, cuando se inauguró la casa, apenas venían 10 vecinos, pero este año ya son 22 los que cursan el nivel primario y 132 el secundario, es decir, 154 vecinos que ya no tendrán que salir de sus barrios para encontrar dónde estudiar, porque la escuela vino a buscarlos a su propio barrio.

Cinco casas
La Casa del Barrio de La Costanera no es la única. Hay cinco en las zonas más vulnerables de la ciudad, como en los barrios Smata II, San Cayetano, La Ciudad de Dios y Echeverría. Todas con sus características propias, pero siempre con la impronta comunitaria, con talleres de oficios, deportes y actividades artísticas y con consultoría en temas de violencia y adicciones.

En La Costanera el gran problema era la droga. “Preocupada por la situación, la ministra de Educación, Silvia Rojkés de Temkin, me convocó a fines de 2010 para hacer prevención. Es así que caminamos el barrio, hicimos un diagnóstico y el resultado fue consumo excesivo de drogas, violencia y naturalización del consumo”, cuenta el licenciado Ignacio Ygel, psicólogo especialista en drogadependencia.

Así nació La Casa del Barrio, nombre que le puso la propia ministra de Educación. En ellos funcionan centros de alfabetización para la terminalidad de la primaria y la secundaria. En La Costanera, el año pasado se recibieron 10 alumnos del nivel medio y cinco de la primaria. Los estudiantes son tantos y las aulas tan pequeñas que se hizo un desdoblamiento en tres turnos. A los vecinos del barrio se les agregaron los jóvenes de los proyectos “Ellas hacen” y “Progresar”.

En la escuelita cada uno va al turno que le conviene, porque la mayoría trabaja y tiene varios hijos para atender. Es apenas una hora y media, en turnos de 9 a 10.30, de 15 a 16.30 o de 16.30 a 18. “Yo había dejado la escuela en 2008, después me puse de novia, me junté y tuve una nena y ya no pude seguir estudiando. Cuando se abrió la escuelita yo ya estaba viviendo en Los Ralos, pero me gusta tanto, que desde allá me vengo todos los días para poder recibirme”, cuenta esperanzada Yenifer Villafañe, de 21 años. “Esta escuela me encanta porque aquí uno no tiene vergüenza de ser mayor, siempre hay alguien más grande que vos que comienza a estudiar”, comenta.

“Aunque el sistema es semipresencial, aquí los alumnos vienen todos los días, hay asistencia perfecta”, se sorprende Valeria Durand, la encargada administrativa. Melina Vargas tiene 17 años y todavía no comenzó la secundaria. “Repetí el octavo, iba a una escuela que no me gustaba, pero ahora vengo con mi mamá, y es más lindo todavía”, dice con timidez.

Sin descuidar a los chicos
La dueña de la casa, Eliana, también estudió tres años y se recibió el año pasado, sin descuidar a sus hijos de 14, seis y un año.

“Gracias a este proyecto no sólo pude terminar la secundaria, también me ayudaron con mi hermano que tenía problemas de adicciones. Aquí vienen muchos chicos con problemas de drogas, gracias a que los escuchan y los orientan en actividades, ocupan su tiempo libre. Muchos dejaron de drogarse para venir acá, porque se sienten contenidos”, cuenta Eliana.

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