Por Marcelo Androetto
11 Julio 2014
REINARON LAS SONRISAS. Demichelis y Lavezzi se mostraron distendidos durante la práctica de los “albicelestes”. reuters
BELO HORIZONTE.- “Cidade da alegría”. La Selección le cambió oficiosamente el nombre a su casa, un día después de haber sacado el boleto más preciado, el que lo lleva de regreso a Río de Janeiro para disputar la final del Mundial, en ese mismo Maracaná en el que inició su camino en Brasil 2014. Este jueves, las sonrisas estuvieron a la orden: entre los jugadores, en los integrantes del cuerpo técnico, hasta en los mismos empleados del predio del Atlético Mineiro, orgullosos por el logro de quienes eligieron Cidade do Galo como su segundo hogar. Paradójicamente, a diferencia de lo sucedido en cada una de las jornadas en que el plantel estuvo alojado aquí, no hubo presencia ni colorido de hinchas apostados tras las vallas del predio. Con una excepción: un tal Facundo Vilas, rosarino veinteañero vestido oportunamente con la número 14 de Mascherano, luciendo además una bandera con colores coincidentes, los del Racing Club de sus amores.
Claro, el resto de los hinchas, los que ya estaban desde antes y los que están por venir, no pisarán ya Belo Horizonte: su destino actual o por venir es la “Cidade Maravillosa”. En esos 15 minutos de práctica abierta, las huestes del general Alejandro mostraron un ánimo acorde al objetivo cumplido de meterse no sólo entre los cuatro mejores, sino con llevar a la Argentina a su quinta final del Mundial. Maxi, Demichelis, Zabaleta y Gago son los primeros que pisan el campo. Aunque no esté con ellos el bromista Lavezzi, entre ellos priman las chanzas. Enseguida se suma el resto, incluidos el “Grandote” Romero, más Andújar y Orión, quienes los precedieron a las revolcadas en uno de los arcos.
Sabella, pantalón corto e inseparable gorra blanca, reúne a su tropa en el centro, y los arenga. Es una charla sin estridencias, con el aporte del resto de su cuerpo técnico. Esos tres minutos se cierran con un estridente aplauso: es la finalista Argentina la que ocupa el centro de la escena.
Está extrañamente nublado en las afueras de Belo Horizonte, pero el sol resplandece en el interior de todos. Desde una pequeña elevación, el doctor Bilardo, el “tío de la criatura”, rebosa de satisfacción mientras los titulares realizan trabajos regenerativos con pelota. Un rato nomás, para darle paso al fútbol en espacio reducido de los sparrings con los suplentes, incluido el “Kun” Agüero, quien un rato después dijo que si Sabella el domingo le da la “voz de aura”, está presto para dar batalla ante Alemania.
Allá en el fondo, solitario pero esperanzado, Di María libraba otra batalla, contra el tiempo, para estar aunque sea un ratito en el partido que siempre soñó jugar. Trabajo diferenciado, evolución ostensible y un seguimiento día a día hasta el domingo, tratamiento con plasma y cámara hiperbárica mediante, dice el parte. Del otro lado de la línea de cal, Messi reposa, recostado sobre su brazo derecho, mientras Lavezzi, ahora sí, ríe a boca amplia a dúo con Demichelis.
A unos 50 metros de allí, siguen en pie aquellos carteles presentes desde el día 1. “La ilusión es el camino, la victoria es el destino”. “Si podemos soñarla, podemos alcanzarla”. Y otro, cuyo significado se potencia a pocas horas del adiós del plantel a Cidade do Galo, para ya no volver: “Viajan 23, empujan 40 millones. HASTA LA FINAL”. Así será nomás.
Claro, el resto de los hinchas, los que ya estaban desde antes y los que están por venir, no pisarán ya Belo Horizonte: su destino actual o por venir es la “Cidade Maravillosa”. En esos 15 minutos de práctica abierta, las huestes del general Alejandro mostraron un ánimo acorde al objetivo cumplido de meterse no sólo entre los cuatro mejores, sino con llevar a la Argentina a su quinta final del Mundial. Maxi, Demichelis, Zabaleta y Gago son los primeros que pisan el campo. Aunque no esté con ellos el bromista Lavezzi, entre ellos priman las chanzas. Enseguida se suma el resto, incluidos el “Grandote” Romero, más Andújar y Orión, quienes los precedieron a las revolcadas en uno de los arcos.
Sabella, pantalón corto e inseparable gorra blanca, reúne a su tropa en el centro, y los arenga. Es una charla sin estridencias, con el aporte del resto de su cuerpo técnico. Esos tres minutos se cierran con un estridente aplauso: es la finalista Argentina la que ocupa el centro de la escena.
Está extrañamente nublado en las afueras de Belo Horizonte, pero el sol resplandece en el interior de todos. Desde una pequeña elevación, el doctor Bilardo, el “tío de la criatura”, rebosa de satisfacción mientras los titulares realizan trabajos regenerativos con pelota. Un rato nomás, para darle paso al fútbol en espacio reducido de los sparrings con los suplentes, incluido el “Kun” Agüero, quien un rato después dijo que si Sabella el domingo le da la “voz de aura”, está presto para dar batalla ante Alemania.
Allá en el fondo, solitario pero esperanzado, Di María libraba otra batalla, contra el tiempo, para estar aunque sea un ratito en el partido que siempre soñó jugar. Trabajo diferenciado, evolución ostensible y un seguimiento día a día hasta el domingo, tratamiento con plasma y cámara hiperbárica mediante, dice el parte. Del otro lado de la línea de cal, Messi reposa, recostado sobre su brazo derecho, mientras Lavezzi, ahora sí, ríe a boca amplia a dúo con Demichelis.
A unos 50 metros de allí, siguen en pie aquellos carteles presentes desde el día 1. “La ilusión es el camino, la victoria es el destino”. “Si podemos soñarla, podemos alcanzarla”. Y otro, cuyo significado se potencia a pocas horas del adiós del plantel a Cidade do Galo, para ya no volver: “Viajan 23, empujan 40 millones. HASTA LA FINAL”. Así será nomás.
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