Mucha obra para tan poco espacio

Más de un centenar de obras, casi empujándose una con otra, pero ubicadas en zonas bien demarcadas por el color. “El lenguaje gráfico de Picasso” propone una serie de ejes temáticos, algunos de los cuales fueron fundamentales en la producción del artista. Y alguno que otro interrogante difícil de responder.

Ya se habló de la importancia de este arte en el siglo XX. ¿Quién podría, en su sano juicio, objetar o formular aunque sea una crítica al dominio técnico de las herramientas artísticas por parte de Picasso? Nadie.

Lo que sí es posible es revisar si el montaje de estas decenas de grabados es útil a la lectura, al disfrute de esas imágenes en el Museo Timoteo Navarro.

Porque de una rápida mirada, queda claro que el espacio es insuficiente para contener la cantidad de cuadros que hay colgados: hay mucha obra disputándose lugar, podría decirse, lo que impide una lectura atenta y reflexiva; faltan esas distancias necesarias que nos permiten una observación mayor, sin competencias. Un curador sabe que los espacios libres son imprescindibles, más allá de la urgencia de exponer tal número de litografías, como en este caso.

Lo que sí constituyó un acierto es la separación de los ejes temáticos en salas identificadas por un color. Si bien se advierte desde el principio de que son trabajos realizados entre 1940 y 1960, es toda una ventaja que no haya primado un criterio cronológico en la presentación de las obras, ni estilístico: porque toda la producción de Picasso, desde fines del siglo XIX hasta cuando murió en 1973, estuvo atravesada por iguales preocupaciones.

En la sala Erótica, hay pequeños trabajos al lado de obras de John Lennon (de 1969). Y se impone la pregunta de rigor: ¿qué motiva esta asociación, que perseguiría “rendir homenaje al arte como espacio de libertad”, según da cuenta el catálogo?

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