Claudio Borghi lo definió bien. Acaso Juan Román Riquelme, a quien presentará hoy como nuevo jugador de Argentinos, es algo así como “una mina con tres tetas”. Es decir, algo inexistente. Pero no sólo porque Riquelme pueda o no ser o haber sido un jugador único por su talento. Su puesto, el del enganche, es en sí mismo un puesto en extinción. Tener ya no a Riquelme, sino a un enganche, es tener a una mina con tres tetas, definición que Borghi, en realidad, usó cuando dirigió a Román en Boca, cuatro años atrás. Está muy reciente el Mundial de Brasil. La imagen, entre otras, de la propia selección anfitriona sin alguien que condujera el barco. El mismo fútbol que, en 1970, se coronó tricampeón mundial en México con cinco números 10. De la superpoblación se pasó a la nada. ¿O acaso hay hoy equipos que jueguen con número 10?

El fútbol cambió, claro. La velocidad por un lado, y la polivalencia por otro, liquidaron al especialista. Argentinos, club de origen, tendrá a Román por 18 meses. Lo descubrieron jugando de pibe en la cancha del club La Carpita, la “Bombonerita” de Tropezón, después de que fracasó una prueba nada menos que en River. Lo habían rebotado también en Platense. “Físico chiquito”, sentenció alguien. Para hacerle un favor a Jorge Rodríguez (su descubridor) fue otra vez a River con otro pibe. Hubo destrato y se fue enojado. Ya algo más grandecito, y en Argentinos, Marcos Franchi, su representante, le dijo en 1996 que River le ofrecía 5.000 pesos por mes, mucho más que los 1.500 de Boca. Fue contado no hace mucho en esta misma columna, pero vale reiterarlo para recordar que, cuando pudo, Román siempre eligió a Boca. Ya era Román. Difícil y tímido. Esperanza de una familia de once hermanos que creció en el barrio San Jorge, de la villa de Don Torcuato. Con fuerte exigencia paternal.

A Boca llegó dentro de un paquete de jugadores cuya estrella era César “Leche” La Paglia, no él. Mauricio Macri había aterrizado en Boca con el poder de la chequera. Un dirigente pago de Argentinos, según se contó entonces, filtró a Boca los nombres de jugadores con buena proyección. Llegó como cinco.

Las piernas largas y la inteligencia le bastaban. Pero Pancho Sá lo vio acaso demasiado fino. Le dijo que, en Boca, al cinco se le exigía tirarse al piso, cosa que Román no hacía. Y no estaba dispuesto a hacer. Cuentan que Carlos Bilardo, entonces DT de la Primera, amante del jugador polivalente, pero el técnico que acaso mejor explotó a Diego Maradona, le preguntó de qué quería jugar cuando pensó incluirlo como titular. “Como Verón”, respondió Román, por la “Brujita”, que acababa de irse de Boca.

Fue el inicio. Jugó 388 partidos oficiales, anotó 92 goles y ganó 11 títulos. Fue votado como ídolo máximo en la historia del club. Claro, en la posición de “enganche”. Número 10. La posición que antes cotizaba en oro.

En Brasil 2014 lució el colombiano James Rodríguez, goleador del Mundial. Fue enganche, mediapunta, interior izquierdo, asistidor y goleador. Tuvo pase largo, gambeta corta, inteligencia, visión de juego, gol y sacrificio, según lo requiriera el partido. No debe haber sido casual que quien más le cuidara el lugar haya sido José Pekerman.

Con Pekerman, justamente, fue cuando más cerca estuvo Román de un Mundial. Un problema cervical lo hizo jugar limitado en Alemania 2006. Esa selección que estuvo apenas a minutos de eliminar al anfitrión y pasar a semifinales de una Copa que fue ganada por una Italia absolutamente olvidable.

Argentina había jugado su mejor partido histórico de Mundial (6-0 a Serbia y Montenegro, con debut y gol de Lionel Messi) y ganaba 1-0 a Alemania. Pekerman vio cansado a Riquelme, ordenó el ingreso de Cambiasso para que ayudara a Sorín en el lateral izquierdo y la Selección, como contó alguna vez Ayala, quedó sin alguien que pudiera tener la pelota. Aún en una pierna, los jugadores precisaban acaso la referencia de Riquelme para darle la pelota y saber que alguien la retendría al menos unos segundos.

Fue el inicio de la maldición alemana que aún hoy nos persigue en los Mundiales. Era un Riquelme que ya había rebatido a quienes decían que era demasiado lento para Europa después de que Louis Van Gaal no le encontró espacio en Barcelona. ¿Acaso ese lento Román no llevó a Villarreal a un tercer puesto inédito en Liga de España y a semifinales de Liga de Europa? Bailó al Barcelona de Ronaldinho y al Inter de Javier Zanetti. Confirmó que su velocidad era otra. Que él determinaba los tiempos. Porque de nada servía pasar rápido si la pelota no iba al destino correcto.

Será extraño verlo en la presentación hoy de Argentinos, en el Microestadio de La Paternal. Y será más extraño aún verlo jugando en la B Nacional. Pero no hay derecho a la sorpresa en su salida de Boca. Había olor a despedida en el último partido oficial contra Lanús, cuando entregó una última magia (caño sin pelota). La relación siempre tirante con el presidente Daniel Angelici había llegado a su punto máximo. Porque, analizado desde el punto de vista futbolístico, no había motivo alguno para no renovar el contrato.

Era cierto que las lesiones habían afectado su continuidad. Pero, cuando Román estuvo, Boca mejoró. Se hizo competitivo. Supo a qué jugaba. Román, más viejo y cada vez más estático, no siempre jugó bien, claro. Pero con él en la cancha, Boca sumó 24 de 32 puntos. Los motivos de la ruptura tampoco parecen económicos. Hasta Mauricio Macri (el hombre que no olvidó nunca el “Topo” Gigio, como reconoció una vez el propio Angelici) había dicho que Boca tenía dinero para mantener a Román.

Riquelme rechazó el contrato de 1,2 millones de dólares y decidió irse a Argentinos por mucho menos. Y a la B Nacional. ¿Le dará el físico si otra vez no hizo pretemporada?, se preguntan sus críticos. Sus exigencias económicas, acaso implacables para un Boca que no lo trató bien en los inicios, agravaron distancias con parte de la dirigencia.

El sector que, según cuentan allegados, siempre lo vio como “un negro de mierda”. Que acaso no soportó que el Román de la villa de Don Torcuato se les plantara y les recordara arrogante su condición de crack. Boca gastó ahora más de 4 millones de dólares en el actual mercado de pases. Una política de fichajes -y la crítica incluye al DT Carlos Bianchi- que sufrió fuertes fracasos en estos últimos años. Al pobre Gonzalo Castellani, 27 años, de último paso por Godoy Cruz, le adjudican ahora la tarea de reemplazar a Riquelme. Lo podrá hacer, claro, con más oficio que cualquier dirigente. Pero la Bombonera seguramente hará escuchar su opinión. Angelici lo sabe.

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