Las causas profundas

Mañana se cumplen 100 años del inicio de la guerra que cambiaría el mundo. En este número le ofrecemos notas y una entrevista con distintos abordajes. Además, reseñas y fragmentos de las novelas y ensayos históricos que nos pueden ayudar a entender el horror que se desató hace un siglo.

27 Julio 2014
Escucho “La Gran Guerra” y como italiana pienso en el título del film homónimo de Mario Monicelli, con Vittorio Gassman y Alberto Sordi. Esa película mostraba las verdaderas condiciones en las que combatían los soldados italianos, como me lo contaba mi abuela: jóvenes valientes trajinados al frente sin preparación adecuada, con hambre y frío, con botas de cartón deshechas por la nieve, con uniformes embarrados en las trincheras del Carso y el miedo en los ojos por la terrible derrota de Caporetto. Una imagen lejanísima de la estética y de la retórica fascista de un ejército vencedor. Más de 20 millones, entre soldados y civiles, murieron en la Primera Guerra Mundial y más de 21 millones fueron heridos. Millones fueron arrasados por las enfermedades propagadas a causa del conflicto que causaron, entre 1918 y 1919, más de 20 millones de muertos. Estas cifras no logran, sin embargo, trasmitir el impacto que el conflicto produjo en el mundo desde 1914. Las consecuencias de las transformaciones sufridas en la civilización europea y planetaria constituyen un punto de giro en la historia moderna.

En la escuela nos enseñaron que la mecha que inició la guerra fue encendida por un estudiante serbo-bosnio que asesinó al heredero al trono austrohúngaro, pero la relación entre el crimen perpretado y el conflicto que se desencadenó no tiene proporción. La Gran Guerra fue un evento tan significativo que las investigaciones sobre sus causas configuran uno de los temas más relevantes de la historia contemporánea. A partir de los años 60 se abrió una nueva fase con la investigación de Fritz Fisher, quien trabajó sobre documentos hasta entonces escondidos que ofrecen una versión plausible sobre lo que ocurrió en aquel fatídico verano de 1914. Se demostró que no era verdad lo sostenido por muchos autores ingleses según los cuales Europa, antes de la guerra, era una suerte de Edén sacudido por un rayo en cielo sereno.

Dura competencia
Los dirigentes políticos sabían que Europa estaba empeñada en una carrera armamentista sin precedentes y que en el plano económico se desarrollaba una competencia atroz entre las potencias más industrializadas lo que preparaba conflictos sociales y políticos. Alemania, por ejemplo, aumentaba impuestos para acelerar sus programas militares a un ritmo insostenible.

Partiendo de los documentos de Fisher, el historiador norteamericano David Fromkin, en su libro El último verano de Europa, sostiene que el conflicto consistió, en verdad, en dos guerras y no en una. Ambas fueron iniciadas deliberadamente y tuvieron una total correlación. Una fue desencadenada por el Imperio Austro-Húngaro contra Serbia y la otra por Alemania contra Rusia.

La primera se hubiera apagado con facilidad si no hubiera creado las condiciones que los generales alemanes necesitaban para dar inicio a una guerra mundial. Los soldados estancados en las trincheras por cuatro largos años pensaban que todo era inútil pero la realidad era muy diferente. La guerra giró en torno al punto clave de la política internacional: qué potencia industrial dominaría el planeta. En cuanto a Europa el dilema radicaba en si Alemania o Gran Bretaña (aliada de Rusia) controlarían el continente y, como consecuencia, quién dominaría África y Asia. Tal dilema se expresó después, enmascarado, en ideologías “contrapuestas”: fascismo-nazismo-comunismo-democracias liberales. La decisión de entrar en guerra fue deliberada, según Fromkin, y no insensata como muchos historiadores habían sostenido. La Primera Guerra no puede verse como el resultado de una imprevista reacción en cadena a partir de un atentado, sino como el resultado de una dura competencia económica y de las decisiones premeditadas de dos gobiernos que dieron los primeros pasos teniendo en cuenta la posibilidad de que sus adversarios los precedieran. El soldado alemán Eric María Remarque escribió en su prodigiosa novela: “Era un soldado, ahora no soy otra cosa que sufrimiento”.

© LA GACETA

Cristiana Zanetto - Periodista italiana de  medios gráficos y audiovisuales.


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