Comprar algo para usarlo muy poco es una de las acciones que llevan a la pobreza. Muchas veces, esas adquisiciones inútiles son producto de un entusiasmo pasajero, de un capricho o de una ilusión que termina apagándose, como fue el Mundial de Fútbol de Brasil.

Las vuvuzelas juntan polvo apoyadas contra una pared o debajo de una cama. Es hora de demostrar que no sólo sirven para alentar en espectáculos deportivos, y que su compra tuvo importancia y trascendencia. Ante las miradas inquisidoras por lo inútil del artefacto o condescendientes como forma de evitar una discusión, reformulemos su destino y la potenciemos como un elemento central de la sociabilización de los ciudadanos.

Los militantes de La Cámpora deberían tenerlas en masa (aclaro, con una sola S) y hacerlas sonar mañana, haya o no default: si lo hay, como mojón en la lucha contra la opresión del capital internacional; y si el maléfico juez Griesa otorga un plazo más para la negociación, como la trompeta de victoria que se escuchaba en las batallas antiguas. El sábado ya perdieron la oportunidad de usarlas los coquetos miembros de la Sociedad Rural, luego del encendido discurso de su presidente, Luis Etchevehere, en la muestra de Palermo. “Que la oposición no tenga otra ocasión de apropiarse de este símbolo”, podría ser la orden de Máximo Kirchner.

La forma de la vuvuzela, obviamente, sirve de embudo para traspasar líquidos, lo cual es siempre útil en cualquier cocina. Eso sí: luego habrá que lavarla muy bien para evitar intoxicaciones en la cancha.

También puede aprovechársela como señalamiento suburbano: así, en el campo se comenzaría a escuchar “de la vuvuzela para la derecha”, en vez de que se indique algún árbol como referencia, lo que complica a los ignorantes en vegetación, que no distinguen un naranjo de un ceibo. Y con un lente en cada lado, se puede transformar en un excelente telescopio doméstico.

Finalmente, pueden usarse de una forma incruenta y bastante barata para definir las internas políticas, tan habituales entre peronistas y radicales. En vez de costosos comicios, que se realicen torneos de esgrima con vuvuzela a primer toque (en vez de los duelos a primera sangre). Puede ser interesante ver enfundados en chaquetilla y pantalón a Domingo Amaya en un lance contra Juan Manzur; o a Osvaldo Jaldo contra Beatriz Rojkés. En definitiva, los esgrimistas necesitan equilibrio, fortaleza mental, decisión, defensa, táctica y estrategia. Como muestra de flexibilidad, cada uno podría elegir el color de la vestimenta, en vez del blanco de rigor. Eso sí: que José Alperovich no sea el juez.

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