Aguante el default, contra toda la traición

02 Agosto 2014

Carlos M. Reymundo Roberts - LA NACION

No sé si podré terminar de escribir esta columna. Atravesado por la emoción, con el corazón a punto de estallarme, no creo estar en condiciones de mantener el pulso y la templanza. Una y otra vez me vuelven las imágenes de nuestra Presidenta durante el acto de anteayer, pletórica de felicidad en su recién estrenada condición de defaulteadora. Una y otra vez asiento con Scioli, sonrío con Boudou, me entrego al éxtasis con Kicillof, aplaudo desde las primeras filas con Verbitsky, canto y lloro con la militancia en los patios de la Casa Rosada.

Una y otra vez vuelvo mis ojos sobre ella. La hemos vista exultante otras veces, por ejemplo hace poco, cuando festejó que íbamos a romper el chanchito para pagarles una millonada a los cretinos del Club de París. Pero esta vez es distinto. Ahora, que está festejando exactamente lo contrario, es como que la alegría la embarga de pies a cabeza, como que la cosa es más visceral y profunda.

Déjeme que la mire, señora. Y que la admire. Déjeme que le diga que usted ha pulverizado a Rodríguez Saá, que al declarar que no iba a hacer frente a una deuda de 132.000 millones de dólares, en diciembre de 2001, apenas se ganó el aplauso del Congreso. A usted la ovacionaron en el Salón Dorado y en tres patios sucesivos por 1500 millones. Cuatro ovaciones contra una sola del Adolfo. Si entramos al default, que sea por la puerta grande.

Me van a decir que en la Casa Rosada kirchnerista se aplaude cualquier cosa. Que los asistentes a nuestros actos primero aplauden y después preguntan. Que es un apoyo subsidiado. Que en las convocatorias dice: “Está usted invitado a aplaudir a la señora Presidenta a las 18.30 en el Salón Dorado”. Todas mentiras. Sí es cierto que Cristina nos cautiva con su verbo y con su encanto, y que nadie como ella justifica con la misma convicción un pago y, al día siguiente, una cesación de pagos.

A ver si me entienden: nosotros estamos con ella. Siempre. Cuando aplaude a los Eskenazi por lo bien que están manejando YPF (diciembre de 2010), cuando expropia YPF por lo mal que lo están haciendo los Eskenazi (abril de 2012), cuando culpa a Repsol de haber vaciado YPF y cuando le paga a Repsol una indemnización de 10.000 millones de dólares por haberla vaciado. Estamos con ella cuando les dice a Zannini, a Capitanich y a Fábrega que aprieten a banqueros y empresarios para que compren la deuda de los holdouts, y cuando, 24 horas después, los manda al infierno a todos ellos, que ya habían juntado la plata. La respaldamos cuando le promete a la justicia de Estados Unidos que va a cumplir con la sentencia, y cuando les jura a los argentinos que lo último que hará en su vida es acatar esa sentencia. La respaldamos hoy, en pleno festival del default, y en enero o en febrero, cuando empiece a pagarles a los buitres.

Estamos con ella y, por supuesto, estamos con Kichi. Un grande. En 2005 y 2010 los holdouts no aceptaron los canjes porque la quita era muy grande. Claro que lo era. Enorme. De Néstor para acá venimos vanagloriándonos de haber hecho “la mejor reestructuración de deuda soberana de la historia”. Los tipos no aceptaron y nos hicieron un juicio, en el que, depredadores salvajes, invirtieron fortunas. Lo ganaron en las tres instancias. Cuando llegó el momento de pagar, de cumplir el fallo, “el pibe rubiecito”, como lo llamó la señora, se les presentó en Nueva York y les dijo, muy suelto de cuerpo: “Les ofrecemos que cobren lo que se negaron a cobrar cuando nos demandaron”. Los buitres no entendieron. Se los explicó mejor: “Ahora que ganaron el juicio, cobren como si lo hubieran perdido”. Cada vez más asombrados, con su buitridad perpleja, contestaron que no. “Carroñeros insaciables”, los fulminó Kichi antes de dar el portazo. Afuera lo esperaban las felicitaciones telefónicas de Cristina, tuits de viejos camaradas marxistruchos de la UBA, el calor de la militancia, la reivindicación de su propia historia. Hasta entonces caracterizado como el que “ante la duda, paga”, ahora era el que “ante la deuda, pega”.

Vuelvo a la Casa Rosada. Allí todo es fiesta. La señora acaba de anunciar un aumento para los jubilados. La mayoría pasará a cobrar 3200 pesos, lo cual servirá para reactivar la venta de autos de alta gama y el mercado inmobiliario. Otro anuncio: se crea un fuero judicial dedicado a proteger los derechos del consumidor (con jueces amigos, por si la primera denuncia es contra el Gobierno). Y, en la Secretaría de Comercio, un observatorio de precios, para poder apreciar bien de cerca el fenomenal espectáculo de su crecimiento.

Claro que la apoteosis llega cuando Cristina jura por la memoria de Néstor que no va a pagar, que no cederá al chantaje. Dice que esto no es un default y la aplauden; la aplauden porque les encanta verla defaultear. La Casa Rosada está en llamas. Cristina ha encendido el fuego de la justicia universal, en el que se consumen Griesa, el mediador y los buitres, y el fallo, y las negociaciones, y el banquero Brito, y los que desde dentro del Gobierno defienden la ortodoxia. No importa el desempleo, la inflación, la recesión, el déficit fiscal. Que trepe el paralelo y se derrumben los mercados. Es el viejo país. El nuevo, el que está alumbrando la señora, se levantará sobre esas cenizas.

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