07 Septiembre 2014
UN LUGAR DISTINTO. LA GACETA invitó a Oli Alonso a abrir el ciclo de entrevistas distendidas en el restaurant Mora Bistró Argentino, del Sheraton. la gaceta / fotos de juan pablo sanchez noli
Oli Alonso no es Oli Alonso. Durante sus primeras cuatro décadas de vida, respondía a su nombre original: Humberto. El cambio le trajo muchas alegrías y algún tropiezo, como cuando, por ejemplo, los cheques salen con su apodo y no los puede cobrar.
El teatrista se sorprende con el convite de LA GACETA a almorzar para comenzar con un ciclo de entrevistas en profundidad a distintos referentes de la cultura tucumana; acepta divertido. Llega antes de lo pautado al Mora Bistró Argentino, el amplio restaurant del Sheraton Hotel, vestido a la moda con un pantalón rosa pálido, una camisa clara y una campera negra.
Siempre es extremadamente puntual. Ese rasgo de su personalidad le permite organizar sus tiempos entre la actividad pública y la privada, pero también lo enfurece cuando debe esperar al otro. Nadie se demora esta vez: ni bien se sienta, desgrana su vida desde que era Humberto.
“Mi relación directa con el teatro comienza cuando se abre la Escuela en la Universidad Nacional de Tucumán, en el 84. Yo estudiaba ingeniería, con mucha frustración personal porque no era lo que tenía deseos de hacer. Vi el aviso en el diario, y me anoté sin dudarlo”, comienza.
- ¿Te costó ese inicio?
- Soy tímido e introvertido. Tuve que vencer los miedos que me habían impedido encarar algo antes. Me dije: es ahora o nunca.
- ¿Cómo te llamó el teatro?
- Lo primero fue al leer “Bodas de sangre”, encontré el libro en la biblioteca de mi viejo cuando tenía 10 años. Su estructura rara me atrapó mucho y me metí con toda la obra de (Federico García) Lorca: era más que una de piratas, me imaginaba todo con mucha más claridad y fuerza que con una novela.
- ¿Por qué seguiste ingeniería?
- Son esas cosas que tienen que ver con lo que hacen tus amigos. Hice la secundaria en el Sagrado Corazón, y siempre curioseaba el cablerío, las radios y los aparatos. En las fiestas, nos encargábamos de la luz y del sonido. Tenía facilidad con la matemática y la física, la literatura era sólo leer, nada más profundo. Tuve una experiencia frustrada en sonorización, porque la directora de entonces me dijo que era muy grande; y me anoté en la Escuela de Música, pero duré un mes por esa cosa aristocrática de que sólo un niño podía aprender música.
- Pese a todo, terminaste.
- Fue por acompañar a un amigo al que le faltaban pocas materias. En los asados participaba Máximo Valentinuzzi, una eminencia que era nuestro profesor y ahora está en la comisión de notables de la UNT; él me sorprendía cuando tocaba el violín. Daba la sensación de que se podía, de que no debía cargar con una frustración artística. Cuando entré a teatro, descubrí el mundo.
- La secundaria no te sirvió para orientarte hacia el futuro...
- La escuela por donde yo pasé, como modelo institucional, en absoluto (afirma con énfasis). A lo sumo algún profesor te daba un poco más de bola a título individual. Y ahora tampoco lo hace. La escuela debería estar más atenta a lo que hacen los alumnos, a lo que les gusta e interesa. ¿Para qué darle trigonometría a un tipo que me demuestra que es un capo social, que es el presidente del centro de estudiantes, que organiza y consigue cosas? Dale otras cosas. Debe haber gente mirando eso y proponiéndole experiencias y contenidos en relación con sus intereses, como cuando un alumno da su vida por el deporte y está desesperado por terminar para salir jugar. Lo canalizás para donde va, pensá qué cosas que le podés enseñar le vayan a servir en su formación.
- ¿Dónde aparece la vocación?
- Se manifiesta en lugares insospechados (dice firme). Por eso los padres debemos estar muy atentos a nuestros hijos cuando están frente a la computadora; ver si son hábiles con la PC; si disfrutan con alguna cosa, más que con los parámetros convencionales; cuáles son sus manifestaciones de interés y lo que te dicen en la calle o en el café. La clave es: “a mí me encantaría hacer tal cosa”. De chico yo decía que quería ser médico, pero no tuve apoyo, me respondían que me desmayaba si veía sangre; pero a eso uno se acostumbra, como me pasó cuando hice una especialización en el Instituto Favaloro. Los papás son los que más miedos y prejuicios tenemos.
- ¿Te pasó eso con tu hijo?
- Claro. Joel juega muy bien al fútbol, pero tuvo una experiencia desgraciada. A los 5 años lo llevé por primera vez a una escuela y no quiso saber nada; después comenzó una carrera hasta que fue al primer entrenamiento en la reserva de Central Norte y le quebraron un tobillo, fue muy frustrante (se ensombrece). Hoy estudia teatro en la UNT: hablo mucho con él, es muy buen crítico y me gusta que esté en la carrera.
- ¿Qué valorás de La Zona, el centro cultural de los 90?
- Fue una época fantástica. La primera época fue muy dura durante el Gobierno de Antonio Bussi, en Laprida al 100. Día por medio terminábamos declarando en la Comisaría Primera. Luego nos mudamos a la Sociedad Francesa, en San Juan al 700. Con La Zona cambió el paradigma de producción de espectáculos en la provincia, nos formamos en trabajar en equipo y con espectáculos de alta calidad. También aprendí a negociar “la colaboración” que nos pedía la “cana” para no clausurarnos: al principio me enfrenté con ellos y, en el último tiempo, le regateaba al comisario que pasaba a cobrar su óbolo semanal. Fue una época económica muy difícil, la gente no tenía plata y me dejó deudas. Cerramos en 2000.
- En lo privado, hoy tenés tu propia empresa de iluminación.
- Sí, pagué con trabajo una especialización porque no tenía un peso, y monté mi estudio propio de luminotecnia, Luminar. Participé en el diseño de las luces del Monumento a la Bandera de Rosario por invitación de Carlos Kirschbaum; hice la renovación de la Sala de la Jura de la Casa Histórica y acabo de terminar el primer museo de referencia de Martín Miguel de Güemes en Salta. Estoy especializado en revalorizar monumentos históricos.
- ¿Tucumán está muy lejos de Salta en este campo?
- El salteño cuida su patrimonio, no es un mito. No hay urbanismo más espantoso, más desastroso que el tucumano. Nuestros funcionarios tienen carpetas elaboradas por los mejores, pero no le dan bola. Como sociedad, no logramos que se cumplan las leyes y hasta el tránsito es un caos. La única que se respeta es la de no fumar y no sé por qué. Los poderes políticos están preocupados por lo inmediato, y dejan de lado las cosas que no van a terminar en su gestión y las que no se ven. En Yerba Buena vivimos en una cloaca, brota agua en cada esquina y nadie lo soluciona. Hay que organizarse para reclamar, pero también hay que empezar con los mensajes desde arriba, exigir a los políticos que sean cada vez más claros sobre lo que hacen. Las movilizaciones colectivas y populares brindan algún fruto, pero estaría bueno que no haya necesidad de ellas.
- Fuiste funcionario en la Universidad Nacional de Tucumán...
- El problema de la función no es la burocracia, sino las claves del poder que te ponen trabas a la labor. Si no estás enmarañado o metido del lado donde el poder te necesita para generar más poder, perdés. La anterior conducción perdió la visión académica, el norte de una Universidad que debe marcar punta en lo social. Mi nombramiento en el teatro Alberdi no fue político sino técnico; los últimos tres años fueron duros, sin recursos pese a que generaba $ 2,5 millones por año. En la gestión de Manuel Andújar (ex secretario de Extensión Universitaria) se creó la caja única que siguió con Mario Leal (su sucesor), para que las reparticiones que producían dinero subsidiaran a las otras, en una distribución de la riqueza que nunca termina de ser justa, ni para unos ni para otros. Sigo siendo empleado de la UNT, y estoy adscripto al Mercedes Sosa como director técnico. No soy un intelectual sino un ejecutor, y en el teatro soy más puestista que director de actores.
- ¿Qué es lo que te moviliza y a qué le temés?
- Me mueve el deseo, la curiosidad, la necesidad de no quedarme. El éxito es superarse uno mismo, no ganarle a nadie, y eso debe enseñarse en las escuelas. Admiro a la gente que labura por la ecología, a los que pelean por los demás. Y temo que el físico no acompañe mi pasión y mis ganas de hacer cosas, a levantar a mis nietos o jugar al fútbol con ellos.
El teatrista se sorprende con el convite de LA GACETA a almorzar para comenzar con un ciclo de entrevistas en profundidad a distintos referentes de la cultura tucumana; acepta divertido. Llega antes de lo pautado al Mora Bistró Argentino, el amplio restaurant del Sheraton Hotel, vestido a la moda con un pantalón rosa pálido, una camisa clara y una campera negra.
Siempre es extremadamente puntual. Ese rasgo de su personalidad le permite organizar sus tiempos entre la actividad pública y la privada, pero también lo enfurece cuando debe esperar al otro. Nadie se demora esta vez: ni bien se sienta, desgrana su vida desde que era Humberto.
“Mi relación directa con el teatro comienza cuando se abre la Escuela en la Universidad Nacional de Tucumán, en el 84. Yo estudiaba ingeniería, con mucha frustración personal porque no era lo que tenía deseos de hacer. Vi el aviso en el diario, y me anoté sin dudarlo”, comienza.
- ¿Te costó ese inicio?
- Soy tímido e introvertido. Tuve que vencer los miedos que me habían impedido encarar algo antes. Me dije: es ahora o nunca.
- ¿Cómo te llamó el teatro?
- Lo primero fue al leer “Bodas de sangre”, encontré el libro en la biblioteca de mi viejo cuando tenía 10 años. Su estructura rara me atrapó mucho y me metí con toda la obra de (Federico García) Lorca: era más que una de piratas, me imaginaba todo con mucha más claridad y fuerza que con una novela.
- ¿Por qué seguiste ingeniería?
- Son esas cosas que tienen que ver con lo que hacen tus amigos. Hice la secundaria en el Sagrado Corazón, y siempre curioseaba el cablerío, las radios y los aparatos. En las fiestas, nos encargábamos de la luz y del sonido. Tenía facilidad con la matemática y la física, la literatura era sólo leer, nada más profundo. Tuve una experiencia frustrada en sonorización, porque la directora de entonces me dijo que era muy grande; y me anoté en la Escuela de Música, pero duré un mes por esa cosa aristocrática de que sólo un niño podía aprender música.
- Pese a todo, terminaste.
- Fue por acompañar a un amigo al que le faltaban pocas materias. En los asados participaba Máximo Valentinuzzi, una eminencia que era nuestro profesor y ahora está en la comisión de notables de la UNT; él me sorprendía cuando tocaba el violín. Daba la sensación de que se podía, de que no debía cargar con una frustración artística. Cuando entré a teatro, descubrí el mundo.
- La secundaria no te sirvió para orientarte hacia el futuro...
- La escuela por donde yo pasé, como modelo institucional, en absoluto (afirma con énfasis). A lo sumo algún profesor te daba un poco más de bola a título individual. Y ahora tampoco lo hace. La escuela debería estar más atenta a lo que hacen los alumnos, a lo que les gusta e interesa. ¿Para qué darle trigonometría a un tipo que me demuestra que es un capo social, que es el presidente del centro de estudiantes, que organiza y consigue cosas? Dale otras cosas. Debe haber gente mirando eso y proponiéndole experiencias y contenidos en relación con sus intereses, como cuando un alumno da su vida por el deporte y está desesperado por terminar para salir jugar. Lo canalizás para donde va, pensá qué cosas que le podés enseñar le vayan a servir en su formación.
- ¿Dónde aparece la vocación?
- Se manifiesta en lugares insospechados (dice firme). Por eso los padres debemos estar muy atentos a nuestros hijos cuando están frente a la computadora; ver si son hábiles con la PC; si disfrutan con alguna cosa, más que con los parámetros convencionales; cuáles son sus manifestaciones de interés y lo que te dicen en la calle o en el café. La clave es: “a mí me encantaría hacer tal cosa”. De chico yo decía que quería ser médico, pero no tuve apoyo, me respondían que me desmayaba si veía sangre; pero a eso uno se acostumbra, como me pasó cuando hice una especialización en el Instituto Favaloro. Los papás son los que más miedos y prejuicios tenemos.
- ¿Te pasó eso con tu hijo?
- Claro. Joel juega muy bien al fútbol, pero tuvo una experiencia desgraciada. A los 5 años lo llevé por primera vez a una escuela y no quiso saber nada; después comenzó una carrera hasta que fue al primer entrenamiento en la reserva de Central Norte y le quebraron un tobillo, fue muy frustrante (se ensombrece). Hoy estudia teatro en la UNT: hablo mucho con él, es muy buen crítico y me gusta que esté en la carrera.
- ¿Qué valorás de La Zona, el centro cultural de los 90?
- Fue una época fantástica. La primera época fue muy dura durante el Gobierno de Antonio Bussi, en Laprida al 100. Día por medio terminábamos declarando en la Comisaría Primera. Luego nos mudamos a la Sociedad Francesa, en San Juan al 700. Con La Zona cambió el paradigma de producción de espectáculos en la provincia, nos formamos en trabajar en equipo y con espectáculos de alta calidad. También aprendí a negociar “la colaboración” que nos pedía la “cana” para no clausurarnos: al principio me enfrenté con ellos y, en el último tiempo, le regateaba al comisario que pasaba a cobrar su óbolo semanal. Fue una época económica muy difícil, la gente no tenía plata y me dejó deudas. Cerramos en 2000.
- En lo privado, hoy tenés tu propia empresa de iluminación.
- Sí, pagué con trabajo una especialización porque no tenía un peso, y monté mi estudio propio de luminotecnia, Luminar. Participé en el diseño de las luces del Monumento a la Bandera de Rosario por invitación de Carlos Kirschbaum; hice la renovación de la Sala de la Jura de la Casa Histórica y acabo de terminar el primer museo de referencia de Martín Miguel de Güemes en Salta. Estoy especializado en revalorizar monumentos históricos.
- ¿Tucumán está muy lejos de Salta en este campo?
- El salteño cuida su patrimonio, no es un mito. No hay urbanismo más espantoso, más desastroso que el tucumano. Nuestros funcionarios tienen carpetas elaboradas por los mejores, pero no le dan bola. Como sociedad, no logramos que se cumplan las leyes y hasta el tránsito es un caos. La única que se respeta es la de no fumar y no sé por qué. Los poderes políticos están preocupados por lo inmediato, y dejan de lado las cosas que no van a terminar en su gestión y las que no se ven. En Yerba Buena vivimos en una cloaca, brota agua en cada esquina y nadie lo soluciona. Hay que organizarse para reclamar, pero también hay que empezar con los mensajes desde arriba, exigir a los políticos que sean cada vez más claros sobre lo que hacen. Las movilizaciones colectivas y populares brindan algún fruto, pero estaría bueno que no haya necesidad de ellas.
- Fuiste funcionario en la Universidad Nacional de Tucumán...
- El problema de la función no es la burocracia, sino las claves del poder que te ponen trabas a la labor. Si no estás enmarañado o metido del lado donde el poder te necesita para generar más poder, perdés. La anterior conducción perdió la visión académica, el norte de una Universidad que debe marcar punta en lo social. Mi nombramiento en el teatro Alberdi no fue político sino técnico; los últimos tres años fueron duros, sin recursos pese a que generaba $ 2,5 millones por año. En la gestión de Manuel Andújar (ex secretario de Extensión Universitaria) se creó la caja única que siguió con Mario Leal (su sucesor), para que las reparticiones que producían dinero subsidiaran a las otras, en una distribución de la riqueza que nunca termina de ser justa, ni para unos ni para otros. Sigo siendo empleado de la UNT, y estoy adscripto al Mercedes Sosa como director técnico. No soy un intelectual sino un ejecutor, y en el teatro soy más puestista que director de actores.
- ¿Qué es lo que te moviliza y a qué le temés?
- Me mueve el deseo, la curiosidad, la necesidad de no quedarme. El éxito es superarse uno mismo, no ganarle a nadie, y eso debe enseñarse en las escuelas. Admiro a la gente que labura por la ecología, a los que pelean por los demás. Y temo que el físico no acompañe mi pasión y mis ganas de hacer cosas, a levantar a mis nietos o jugar al fútbol con ellos.