Por Juan Pablo Durán
28 Noviembre 2014
La experiencia es un peine que te regalan cuando te quedaste pelado, solía decir el filósofo y boxeador argentino Ringo Bonavena. ¡Y cuánta razón tenía! Si trasladamos esta máxima al plano de la crianza de los hijos, muchos nos terminamos de recibir de padres cuando nuestros pequeños comienzan a usar barba. ¿O no? Y en el medio, mientras se consume una gran parte de la vida, una serie de interminables errores que cometimos -por acción u omisión- nos lleva a reflexionar sobre si lo que hicimos estuvo bien, o hubiese estado mejor. No hay peor nostalgia que añorar lo nunca sucedió, dijo alguna vez el poeta Joaquín Sabina y lanzó el concepto al mundo de las frases inmortales. Sabias palabras, sin duda.
Pero volvamos a la crianza de los hijos. Paradójicamente, no existe acción más dañina que la de no haber pronunciado nunca el adverbio “no”. Amamos demasiado a nuestros vástagos, es verdad. Pero eso no implica que los pequeños tengan que recibir siempre un “sí” a todos sus requerimientos y caprichos. Decir “no” es amar plenamente. Es regalarle la posibilidad a esa incipiente vida que gatea por la casa de que conozca el valor del esfuerzo propio para conseguir las cosas y hacer frente a las adversidades. La semilla de la virtud florecerá en su interior y contará con las herramientas para pulir, con sus propias manos, la piedra filosofal de la voluntad. Sabrá que con su propia fuerza podrá alcanzar sus objetivos. Y contará con la sabiduría necesaria para transitar por el turbulento mar de la cotidianidad. ¿No les parece?
Pero volvamos a la crianza de los hijos. Paradójicamente, no existe acción más dañina que la de no haber pronunciado nunca el adverbio “no”. Amamos demasiado a nuestros vástagos, es verdad. Pero eso no implica que los pequeños tengan que recibir siempre un “sí” a todos sus requerimientos y caprichos. Decir “no” es amar plenamente. Es regalarle la posibilidad a esa incipiente vida que gatea por la casa de que conozca el valor del esfuerzo propio para conseguir las cosas y hacer frente a las adversidades. La semilla de la virtud florecerá en su interior y contará con las herramientas para pulir, con sus propias manos, la piedra filosofal de la voluntad. Sabrá que con su propia fuerza podrá alcanzar sus objetivos. Y contará con la sabiduría necesaria para transitar por el turbulento mar de la cotidianidad. ¿No les parece?