“Si desvestís a la política, verás que es gangsteril”

El puñal es la novela más leída en la Argentina, una historia atrapante en la que se mezclan el amor y la política observados desde la violencia. En esta entrevista su autor cuenta, entre otras cosas, por qué eligió narrar con una mirada tan diferente a la de sus libros anteriores. “Soy un desesperado de que el lector no me abandone”, afirma el autor de Mamá y La logia de Cádiz.

30 Noviembre 2014

Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

Han pasado unos cuantos libros y muchos más años. La lista es conocida: Mamá, La logia de Cádiz, Fernández, Corazones desatados, La segunda vida de las Flores y otros. Esos trabajos recibieron elogios, fueron best sellers y tienen calidad. Son recomendables cien por cien. Sin embargo, Jorge Fernández Díaz, el autor de esos títulos, sentía una piedra en el zapato de su alma. Algo que no lo terminaba de conformar. Hasta que se tomó tres años para escribir El puñal (Planeta), su última novela que ya encabeza listas de ventas y en la que incursiona en las dos temáticas que más dice conocer: el amor y la política. De eso habla durante una entrevista que acordamos realizar en un bar de una calle sin salida de Palermo, el mismo barrio de Buenos Aires en el que se crió y que sirve, también, como escenario de la gran mayoría de sus historias. Esa piedra en el zapato tiene que ver con aquel pibe que a los 12 años se frustró al querer escribir una novela policial a partir de lecturas de Conan Doyle. “Lo que hacía ese tipo, quería hacerlo yo”, me recuerda Fernández esta mañana de calor en la que nos separa una mesa con cafés y grabador. Y se explaya:

- Fue un momento fundacional para mí. No sabía qué era eso. Era ser escritor. Para los 15 ya quería escribir una novela de espionaje en la Argentina. Y no sabía nada del espionaje, ni de la Argentina, ni de la pasión, ni del amor. No sabía nada. Estuve como dos años trabajando y fracasé completamente. Hasta que hace unos 20 años Arturo Pérez-Reverte, que había leído El dilema de los próceres, vino al país y me dijo que escribiera una novela de aventuras. Y empecé a escribir algo sobre puñales, pero llevaba en la cabeza aquello que intenté a los 15. Me puse mucho las pilas. Y fracasé. Porque lo que escribí no estaba vivo. Todavía lo tengo. Conocía algo de política e historia, pero no tenía la densidad necesaria. Entonces me fui a otro lado, a otro territorio, con Mamá, con Fernández. Y hace tres años me dije que iba a escribir algo con las dos cosas que conozco: la política y el amor, dos territorios en los que estuve personal y profesionalmente. En la política como columnista y periodista de 30 años de redacción. Y en el amor porque lo había tratado en Corazones desatados, La segunda vida de las Flores y en el programa de radio. Es un tema complejo, riesgoso. Siempre al borde entre Corín Tellado y Scott Fitzgerald.

- Y de esa combinación sale El puñal.

- Me pregunté qué pasaría si encaraba una novela con un espía en Argentina. ¿Y qué es un espía en Argentina? Es un trucho. Entonces, el personaje no podía ser un héroe de corazón puro o cansado como los de Pérez-Reverte. Tenía que ser un héroe infame. Porque la estructura de poder en Argentina es trucha, llena de mentiras, corrupta. ¿Y qué pasa si desnudo al amor y a la política? Si desvestís a la política, le sacás el discurso, el sermón, las declaraciones mediáticas y todo eso, y ves cómo funciona el poder, en todos los niveles, verás que es gangsteril. Lo que importa es la plata, porque el que la tiene, tiene el poder; y el que tiene poder extorsiona. La trastienda de la política es una novela negra. El puñal terminó siendo eso. En cuanto a desvestir al amor… ¿qué ocurre cuando le quitás lo romántico, las buenas canciones románticas, las buenas intenciones, las ilusiones? Queda una pasión turbulenta, inexplicable, innombrable. Llena de incertidumbre. De seducción y de traición. En este caso quería poner al amor entre dos personas crueles, para que se vea un amor casi en estado primitivo, casi un amor animal. Estas dos personas no pueden pronunciar la palabra amor ni permitirse ser felices.

- De hecho, Remil, el protagonista, dice que no puede permitirse ser feliz.

- Y que el amor no es imprescindible. Frase que también comprende a Nuria. Porque los vuelve vulnerables. Planeé entonces una novela que fuera sobre la pasión entre un hombre y una mujer, que tuviera rieles, como le digo yo a esos pequeños momentos que se van produciendo. La novela está montada sobre rieles emocionales. Quería escribir una novela en un mundo realista. Entonces inventé un personaje que fuera a la vez un callejero y un instruido en inteligencia. Que no sea demasiado de la calle ni demasiado sofisticado. Que estuviera en el medio. Y quería que sea sobre narcopolítica. Somos el país con mayor consumo de cocaína del continente y uno de los mayores exportadores de cocaína del mundo. Y eso me interesaba: la cocaína que entra y sale, no la que queda acá. Eso que no se arregla en el barro, sino que se negocia comiendo caviar en Puerto Madero, en los grandes hoteles de Buenos Aires, en los clubes privados. Eso que es manejado como si fuera management empresarial. A pesar de que es una novela de ficción, todo tiene su equivalencia en la realidad.

Escritor y lector

- Se nota también tu sello periodístico.


- Es que creé un mundo de ficción sostenido en que cada cosa que cuento tenga su equivalencia en la realidad. El juez es inventado, pero está basado en algo específico. Y de la mafia que funciona en la cárcel, por ejemplo, tengo los expedientes judiciales. Quise transmitir verdad. A pesar de todo, es una radiografía realista de la Argentina.

- ¿Fue una oportunidad de juntar al periodista y al escritor que sos?

- Durante muchísimos años me sentí tironeado por las dos vocaciones, de una manera muy cruel. El periodismo y la literatura peleaban por mi tiempo libre de forma salvaje. Uno era mi amante diurna y otro, la nocturna. Recién con Mamá pude darme cuenta de que podía convivir con ambos. Que había un modo de incluir la literatura en el periodismo y viceversa. Corazones desatados, La hermandad del honor... ahí es cuando fui conciliando los dos oficios.

- ¿A qué lector le apuntás cuando escribís?

- Me interesa el lector de a pie. El que lee en el tren y deja la novela tirada para que la agarre otro. Ese es el lector verdadero, el legítimo. El que no especula. Me costó mucho entender esto. El lector puro es capaz de leer esta novela y después a Murakami. Es aquel al que le gusta que el fin de semana lo agarren del pescuezo y lo lleven hacia algún lado. Esa siempre fue mi intención. Soy un desesperado de que el lector no me abandone. Me pasa lo mismo con el periodismo. Párrafo a párrafo es un “no me abandones, no me abandones. No me dejes solo. No me abandones. Sé que hay televisión, pero no me abandones”.

- ¿Cómo te definís en cuanto lector?

- Soy un lector voraz. Por mi trabajo tengo que leer muchísimo. Este año hago un programa a la noche, en Radio Mitre, y me propuse leer un cuento en cada emisión. Esa lectura iba a durar 20 minutos. Me dijeron que estaba loco, que la gente se iba a ir. Y no sólo no se fue, sino que el oyente me lo pide. La gente quiere escuchar literatura de boca de alguien, leída, seleccionada por aquel en quien confía. Tal vez mientras lava los platos.

Muchos me dicen que llegan a la casa y se quedan dando vueltas a la manzana en el auto, para hacer tiempo hasta que termino el cuento. Leí cosas mías y de Borges, Hemingway, Bioy, Rivera. Ya ni me acuerdo. Todas las noches. Eso entonces me obliga a buscar cuentos. Este año fue leer cuentos: universales, antologías. Es un género que no tiene éxito comercial pero que en la radio ha pegado fuerte y en la Argentina tiene una tradición espectacular.

- ¿Por qué la gente quiere historias?

- Quiere que le lean para escapar de sí misma y vivir en mundos de otros. Porque es muy aburrido y empobrecedor vivir siempre con uno mismo. Está bueno vivir otras vidas. La literatura te permite vivir en otros mundos; te abre la cabeza. Y leída en libro o por radio te pone en un grado de intimidad que ni la tele ni el cine ni el teatro te pueden dar. Todavía la literatura es la intimidad.

- ¿Por qué le recomendarías a alguien que lea?

- Una vez fui a un colegio marginal, pero muy marginal, en Chaco. La maestra me pidió que les hable a los alumnos de una forma directa sobre por qué leer libros. Y les dije “lean para que no los caguen”. Creo que el que lee se protege un poco; que el libro da una armadura, una lucidez para vivir en este mundo. Por eso agradezco que me haya dado esa colección Robin Hood una asturiana prácticamente iletrada que era mi vieja. Ahí tuvo su momento de lucidez: me estaba regalando no una ficción sino el mundo. Y hoy veo mujeres muchos más instruidas que llevan a sus hijos a los mejores colegios pero que no son capaces de darle ese mundo a sus hijos. ¡No les dan un libro!

- Seguís con la pasión intacta por los libros, ¿no?

- Totalmente. Y siento, ya que considero al periodismo como una rama de la literatura, que los diarios son la última trinchera para un escritor popular. Por eso he decidido seguir en el diario. Como el capitán Nemo, que pide que lo entierren en el Nautilus, yo pido, ahora que dicen que el papel se muere, que a mí me entierren en mi propio Nautilus, que es el papel. ¡Me siento Nemo! No sé cuánto le queda, pero voy a dar batalla hasta el final. Trabajaré en el papel hasta el último día de mi vida. Podrá haber miles de formatos, pero seguiré trabajando en el papel. Porque sigo sintiendo una enorme pasión al ver mis notas impresas.

- ¿Y qué es la escritura para vos?

- Una droga. Una droga dura. Hay que controlarla porque me tomaría todo. Ahora que laburo desde casa, me doy cuenta de que trabajo más que antes. Hasta los sábados y domingos. En la redacción uno se toma dos días, pero yo ahora no tengo tiempos muertos. A veces es un esclavismo absoluto. Siento una pasión como si tuviera 30 años. Lamentablemente la carrocería no me da. Tengo 54.

Publicidad

Me dice. Y sonríe con un aire de nostalgia típico de un porteño de Buenos Aires. En ese gesto intuyo que irrumpe, silencioso, el pibe de 12 años que quería ser escritor. Entonces me sale la pregunta que cierra la mañana, ahora que es mediodía y a las mesas del bar ya no llegan cafés sino los platos del día:

- ¿Te reconciliaste con ese pibe que quería escribir a lo Conan Doyle?

- …Creo que por fin saldé la deuda con aquel chico de 12 años. Igual, sigo tratando de meterle volúmenes a la colección Robin Hood. Pienso que cada libro que escribo intenta responder al deseo de ese chico. Nunca perdí eso. A pesar de que dejé de leer hace muchos años libros de aventuras, y leo la “gran literatura”, jamás pude superar ese momento mítico de mi vida.

© LA GACETA

PERFIL

Jorge Fernández Díaz es escritor y periodista. Dirigió la revista Noticias, fundó el suplemento ADN Cultura y es actualmente uno de los principales columnistas políticos del diario La Nación. Recibió, entre otras distinciones, el Konex de Platino como mejor redactor de la década y la Medalla del Bicentenario por su obra periodística y literaria. En 2012 fue condecorado por el rey de España con la Cruz de la Orden Isabel la Católica.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios