Un nuevo hallazgo de científicos del Cerela

Se necesita mucha paciencia. Llegar a un resultado satisfactorio puede llevar años. El suyo es un trabajo silencioso, generalmente en equipo. Su tarea está motivada por la curiosidad y el deseo de la verdad. Cuando dan en la tecla significa un paso adelante. “El científico debe tomarse la libertad de plantear cualquier cuestión, de dudar de cualquier afirmación, de corregir errores”, sostenía el físico estadounidense Robert Oppenheimer. Los científicos tucumanos vienen haciendo desde hace tiempo sus aportes a la ciencia y a mejorar la calidad de vida.

En nuestra edición de ayer, informamos que científicos del Centro de Referencia para Lactobacilos (Cerela), dependiente del Conicet, divulgaron un trabajo que les permitió encontrar elementos contaminantes que afectan la calidad del vino. Estos podrían en el futuro controlarse con levaduras naturales, llamadas “killer”, en lugar de utilizar elevadas cantidades de agentes químicos.

Se explicó que las levaduras “killer” son las capaces de producir proteínas que inhiben el desarrollo de otros microorganismos. Los investigadores comprobaron que dos levaduras de vino, de la especie Saccharomyces cerevisiae, eran capaces de bloquear la producción de elementos indeseados con una eficacia similar “en un 90 %” a la del dióxido de azufre, el compuesto químico más usado con esta finalidad. El control se logró tanto durante como después de la fermentación.

El trabajo fue publicado en la revista científica “Antonie van Leeuwenhoek”. El proyecto comenzó hace cinco años cuando los investigadores aislaron levaduras provenientes de uvas y bodegas de Cafayate, en Salta, y seleccionaron las más efectivas para producir vinos de óptima calidad sensorial y con todas sus características. Para poder transferir y garantizar el éxito de estas levaduras en la industria vitivinícola, deben efectuarse aún escalamientos de la fermentación a un nivel industrial para conocer el comportamiento de los microorganismos en estas condiciones, que son muy distintas a las logradas en el laboratorio.

No es la primera vez que el Cerela, fundado en 1976 mediante un convenio del que participaron el Conicet, la Fundación Miguel Lillo y la Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura, es portador de buenas noticias. En la década de 1990, lanzó la leche biótica, cuyo mentor fue el doctor Guillermo Oliver. El producto que comenzó a emplearse en la población infantil mostró su eficacia para combatir la diarrea, así como en la protección inmunitaria del aparato digestivo y respiratorio, mejorando el estado nutricional. La leche bio que salió a la venta en agosto de 1995. En 2012, dio a conocer el Chocolet, una leche chocolatada que contiene el lactobacilo probiótico CRL 1505, de probada eficacia en la prevención de las infecciones gastrointestinales y respiratorias.

El nuevo hallazgo del Cerela es una buena noticia para concluir este vapuleado 2014, que no nos deparó solamente penurias, sino también alegrías. “Soy de los que piensan que la ciencia tiene una gran belleza. Un científico en su laboratorio no es sólo un técnico: es también un niño colocado ante fenómenos naturales que le impresionan como un cuento de hadas”, sostenía Marie Curie. El Cerela es, por cierto, un instituto de investigación del cual los tucumanos podemos sentirnos orgullosos.

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