Por Gustavo Martinelli
07 Enero 2015
“Yo he visto cosas que ustedes no creerían. Naves de guerra ardiendo más allá de Orión. Todos esos momentos se perderán en el tiempo. Como lágrimas en la lluvia”, decía el replicante Nexus 6 en la película “Blade runner” de Ridley Scott. Y tenía razón. Tal vez no exista ningún hombre en la Tierra que no tenga ya sus objetos, momentos o costumbres perdidas. Basta recordar cuando las heladerías abrían sólo en el verano o cuando se podía jugar en la vereda, sin que exista algún peligro acechando a la vuelta de la esquina. De cuando la gente se vestía bien para ir al teatro o viajar en avión. De cuando los niños no conocían el celular y sólo se fanatizaban por el rasti, el mecano o el camión Duravit. Y cuando jugaban en las plazas, en vez de hibernar en los ciber. De cuando casi nadie, fuera de Japón, sabía qué cosa era el sushi. De cuando una publicidad en la que aparecía Brooke Shields (con 16 años, totalmente vestida, diciendo “¿Sabes qué hay entre yo y mis Calvins? Nada”), fue un escándalo mundial. Como también lo fue “Melody”, aquella película deliciosa que planteaba el enamoramiento y posterior boda de un niño y una niña de doce años al ritmo de la música de los Bee Gees. Era la época en la que los jóvenes hacían fiestas en vez de “after”, los estudiantes y gremialistas pegaban “posters” creyendo que eran carteles y los empresarios hacían negocios en vez de “business”. De cuando el aire acondicionado era un lujo y las computadoras, una extravagancia... Todo eso ya forma parte de nuestra historia. No son naves de guerra ardiendo más allá de Orión. Son, apenas, mundos que están desapareciendo. Quedamos nosotros, por un tiempo, aferrándonos a ellos. Aunque a muchos ya no les importe demasiado.
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Japón