17 Febrero 2015
Si sos mujer, ¿te cuesta más ocupar una posición de liderazgo? ¿Te deprime tomar decisiones difíciles? ¿Sentís que, además de tu trabajo, debés enfrentar prejuicios y superar estereotipos? Estas son algunos de los interrogantes que se planteó un grupo de científicos de la Universidad de Texas, Estados Unidos, al encarar su investigación. El resultado fue que las mujeres se deprimen más que los hombres cuando tienen puestos de mando en el trabajo. Y las causas, precisamente, tienen que ver con estereotipos, prejuicios y los roles de género dominantes.
Para el estudio -realizado en 2004- entrevistaron a 1.300 hombres y a 1.500 mujeres, primero en 1993 y luego en 2004, cuando tenían entre 54 y 64 años.
Algunas conclusiones que emanan de esa investigación son: los hombres tienen más flexibilidad para elegir cuando empiezan y terminan su jornada laboral que las mujeres, y sufren menos control en la oficina; las jefas deben lidiar con más tensiones interpersonales y vencer más resistencias por parte de los subordinados, los colegas y los superiores; como se asume que los hombres tienen una capacidad “natural” para ser líderes, las mujeres deben esforzarse más para llegar a altas posiciones. Y cuando llegan, su derecho a estar en ellas es continuamente cuestionado.
Sobre este tema, consultamos a la psicóloga Inés Olivero, co fundadora de la Fundación para la Asistencia de Personas Adictas a Personas (Fundapap).
- ¿Les cuesta a los hombres aceptar el liderazgo de una mujer?
- Creo que es así como está planteado. Aún hoy se siente, aunque ya no se proclame, que es deseable que la mujer mantenga el segundo lugar, de cooperación y sostén de la tarea. Por lo tanto, resulta urticante verla en un lugar directivo y de conducción.
- ¿Cuáles podrían ser los motivos?
- Considero que estamos ante una brecha conceptual y las denominaciones con qué nombramos hechos y circunstancias corresponden a uno u otro lado, según la posición tomada.
a) En un mundo donde reina el “poder sobre” y el modelo se expresa en el par polar “sometedor-sometido” triunfan las armas del imaginario masculino, de conquista, primacía, competitividad y resultado, aunque estas sean ejercidas por hombres o mujeres.
b) Del otro lado, el horizonte avizora una nueva posibilidad, apoyada en la cooperación, la solidaridad, el diálogo y la sumatoria de energías para desplegar el proceso, o sea el “poder con”. En este lado de la mirada, no importa el resultado como meta, sino como consecuencia de los pasos previos. Es un modelo de integración, de consenso, de resonancia y empatía. Aquí se expresa el imaginario femenino de la humanidad.
- ¿Cuándo y cómo construyó nuestra sociedad aquel estereotipo de hombre fuerte y mujer débil?
- No conozco este dato con precisión, pero se supone que cuando la humanidad dejó de ser nómade para afincarse y comenzar a trabajar la tierra. En una primera instancia la ignorancia hizo crecer un halo mágico alrededor de la mujer -capaz de traer hijos al mundo- sin conocer la causa, luego, poco a poco fueron apareciendo las respuestas y la mujer perdió esa condición tan especial. Cuando la agricultura se desarrolla, la fuerza física pasó a ser de máxima importancia, allí la mujer quedó en ese segundo lugar, dándole el mote de débil con el que se identificó plenamente. Pero también, comenzó su juego oculto de poder, a través de la manipulación desde el lugar de la víctima.
-¿Ser capaces de mandar es visto como poco femenino?
- Creo que las mujeres tenemos que aprender a mandar de un modo propio, genuino, con capacidad para unir, no para separar. Por supuesto que será juzgado, criticado y boicoteado, pero aún así hay que continuar. Nos estamos re-construyendo a nosotras mismas y a nuestro entorno. Se me ocurre que podemos hacer un gran aporte a la sociedad disminuyendo los niveles de violencia, de destrato, de separativismo, de venganza y autoritarismo en que fuimos cayendo por un exceso de masculinidad tóxica. Salir de la noción de escasez y habilitar nuestro derecho a la abundancia nos permitirá dar ese salto tan esperado. Pero para eso…
- ¿La mujer debería renunciar a su feminidad para que le reconozcan autoridad y liderazgo?
- ¡Qué terrible sería esa renuncia! Es más, así como la fuerza física fue un valor en los comienzos del sedentarismo, la capacidad amorosa para resonar, empatizar, dialogar y realizar procesos conjuntos es la llave del cambio para todos los seres humanos. Y así como, por aquel entonces, los hombres tuvieron más facilitada su relación con la potencia física, hoy, somos las mujeres las que estamos más cerca del potencial emocional, intuitivo, creativo y solidario que tanta falta le hace a la humanidad, y podemos impulsar a los hombres a conocerlo y usarlo también.
-¿Qué deberían hacer las mujeres para enfrentar estas situaciones con mayores posibilidades de éxito?
- Este proceso de transformación profunda implica tolerar las torpezas de los novatos, el resentimiento de quienes se oponen y los errores por ignorancia, implica la tolerancia a la propia frustración. La primera tarea consiste en “enamorarnos de nosotras mismas”. Tanto los hombres como las mujeres somos seres sagrados, únicos e irrepetibles, si nos ocupamos cada uno de desocultar nuestros talentos, haremos emerger una nueva calidad del “fenómeno humano”, como lo llamaba Theillard de Chardin. Los seres humanos tenemos que aprender a cooperar unos con otros, aportar nuestros dones y recibir de los demás los suyos, así, haremos un valioso entramado, un entretejido energético variado y original, que incluye el ejercicio del poder real, sin tener que pedir permiso para ejercerlo.
Para el estudio -realizado en 2004- entrevistaron a 1.300 hombres y a 1.500 mujeres, primero en 1993 y luego en 2004, cuando tenían entre 54 y 64 años.
Algunas conclusiones que emanan de esa investigación son: los hombres tienen más flexibilidad para elegir cuando empiezan y terminan su jornada laboral que las mujeres, y sufren menos control en la oficina; las jefas deben lidiar con más tensiones interpersonales y vencer más resistencias por parte de los subordinados, los colegas y los superiores; como se asume que los hombres tienen una capacidad “natural” para ser líderes, las mujeres deben esforzarse más para llegar a altas posiciones. Y cuando llegan, su derecho a estar en ellas es continuamente cuestionado.
Sobre este tema, consultamos a la psicóloga Inés Olivero, co fundadora de la Fundación para la Asistencia de Personas Adictas a Personas (Fundapap).
- ¿Les cuesta a los hombres aceptar el liderazgo de una mujer?
- Creo que es así como está planteado. Aún hoy se siente, aunque ya no se proclame, que es deseable que la mujer mantenga el segundo lugar, de cooperación y sostén de la tarea. Por lo tanto, resulta urticante verla en un lugar directivo y de conducción.
- ¿Cuáles podrían ser los motivos?
- Considero que estamos ante una brecha conceptual y las denominaciones con qué nombramos hechos y circunstancias corresponden a uno u otro lado, según la posición tomada.
a) En un mundo donde reina el “poder sobre” y el modelo se expresa en el par polar “sometedor-sometido” triunfan las armas del imaginario masculino, de conquista, primacía, competitividad y resultado, aunque estas sean ejercidas por hombres o mujeres.
b) Del otro lado, el horizonte avizora una nueva posibilidad, apoyada en la cooperación, la solidaridad, el diálogo y la sumatoria de energías para desplegar el proceso, o sea el “poder con”. En este lado de la mirada, no importa el resultado como meta, sino como consecuencia de los pasos previos. Es un modelo de integración, de consenso, de resonancia y empatía. Aquí se expresa el imaginario femenino de la humanidad.
- ¿Cuándo y cómo construyó nuestra sociedad aquel estereotipo de hombre fuerte y mujer débil?
- No conozco este dato con precisión, pero se supone que cuando la humanidad dejó de ser nómade para afincarse y comenzar a trabajar la tierra. En una primera instancia la ignorancia hizo crecer un halo mágico alrededor de la mujer -capaz de traer hijos al mundo- sin conocer la causa, luego, poco a poco fueron apareciendo las respuestas y la mujer perdió esa condición tan especial. Cuando la agricultura se desarrolla, la fuerza física pasó a ser de máxima importancia, allí la mujer quedó en ese segundo lugar, dándole el mote de débil con el que se identificó plenamente. Pero también, comenzó su juego oculto de poder, a través de la manipulación desde el lugar de la víctima.
-¿Ser capaces de mandar es visto como poco femenino?
- Creo que las mujeres tenemos que aprender a mandar de un modo propio, genuino, con capacidad para unir, no para separar. Por supuesto que será juzgado, criticado y boicoteado, pero aún así hay que continuar. Nos estamos re-construyendo a nosotras mismas y a nuestro entorno. Se me ocurre que podemos hacer un gran aporte a la sociedad disminuyendo los niveles de violencia, de destrato, de separativismo, de venganza y autoritarismo en que fuimos cayendo por un exceso de masculinidad tóxica. Salir de la noción de escasez y habilitar nuestro derecho a la abundancia nos permitirá dar ese salto tan esperado. Pero para eso…
- ¿La mujer debería renunciar a su feminidad para que le reconozcan autoridad y liderazgo?
- ¡Qué terrible sería esa renuncia! Es más, así como la fuerza física fue un valor en los comienzos del sedentarismo, la capacidad amorosa para resonar, empatizar, dialogar y realizar procesos conjuntos es la llave del cambio para todos los seres humanos. Y así como, por aquel entonces, los hombres tuvieron más facilitada su relación con la potencia física, hoy, somos las mujeres las que estamos más cerca del potencial emocional, intuitivo, creativo y solidario que tanta falta le hace a la humanidad, y podemos impulsar a los hombres a conocerlo y usarlo también.
-¿Qué deberían hacer las mujeres para enfrentar estas situaciones con mayores posibilidades de éxito?
- Este proceso de transformación profunda implica tolerar las torpezas de los novatos, el resentimiento de quienes se oponen y los errores por ignorancia, implica la tolerancia a la propia frustración. La primera tarea consiste en “enamorarnos de nosotras mismas”. Tanto los hombres como las mujeres somos seres sagrados, únicos e irrepetibles, si nos ocupamos cada uno de desocultar nuestros talentos, haremos emerger una nueva calidad del “fenómeno humano”, como lo llamaba Theillard de Chardin. Los seres humanos tenemos que aprender a cooperar unos con otros, aportar nuestros dones y recibir de los demás los suyos, así, haremos un valioso entramado, un entretejido energético variado y original, que incluye el ejercicio del poder real, sin tener que pedir permiso para ejercerlo.