El Gobierno prohija una marcha política, opositora y llena de “gorilas”

18 Febrero 2015

Hugo E. Grimaldi - Columnista de DyN

BUENOS AIRES.- Quien diga que la marcha convocada para recordar al fiscal Alberto Nisman a un mes de su fallecimiento no es un hecho político, no sabe de qué está hablando. Será también una caravana de neto carácter opositor, no sólo porque sus convocantes están fuera del mundo “K”, sino porque será claramente de repudio al modelo y a las políticas del Gobierno, entendiendo no sólo la pertenencia a determinado partido sino la repulsa de muchos al autoritarismo oficial, junto al deseo de que la Argentina vuelva a ser un país normal, lejos de otros experimentos alejados del mundo y con menos inseguridad, menor pobreza, menos drogas y menos inflación.

Entre los que marchen habrá también gran cantidad de “gorilas”, una especie que está siempre atenta para mostrarse antiperonista a ultranza, convencida por sus anteojeras que este kirchnerismo modelo 2015 todavía conserva algo del peronismo de Perón, una jauría convenientemente incentivada por la nada ingenua palabra presidencial, a la hora de darle argumentos: “ellos y nosotros”.

Este esquema parece ser bastante funcional al Gobierno y, en esa línea, no sería ocioso preguntarse también y sólo como un ejercicio, hasta dónde muchos puertas para adentro no estarán delirando ahora mismo en que es mejor quedar en la historia como víctimas que discutiendo si el experimento de la “década ganada” y su plus de casi dos años resultó ser o no una nueva frustración.

Históricamente, la de este 18F recuerda a la marcha antiperonista “de la Constitución y la Libertad” que, sin redes sociales de por medio, copó Buenos Aires en setiembre de 1945, un mes antes de la transitoria caída en desgracia de Juan Perón, proceso que derivó luego en el 17 de octubre.

Por entonces, la taba de los militares eligió la continuidad del proceso. Esta vez, la coyuntura histórica y los motivos son bien diferentes, nada debería emparentarse, aunque la división vuelve a estar presente como una constante.

Pecado oficial

Hoy, está la muerte de Nisman, que fue en circunstancias extrañas que no sólo cuesta todavía dilucidar, sino que resulta ser algo muy grave para la salud republicana, ya que ese funcionario era quien investigaba de modo exclusivo la voladura de la AMIA. Fue un tiro en la cabeza, pero el imaginario colectivo supuso desde siempre que en esa muerte hay algo más que un simple suicidio.

Además, en el caso hay otros vericuetos de suma delicadeza institucional ya que, justamente, se trataba del fiscal que unos días antes había apuntado nada menos que a Cristina Fernández por “encubrir” a un grupo de funcionarios iraníes del mayor atentado de la historia argentina, un crimen de lesa humanidad.

Esa acusación -y ahora la imputación de Gerardo Pollicita- fue un hecho al que el Gobierno nacional nunca le dio una respuesta de tono profesional, basada en la potestad constitucional que tienen los presidentes para ejercer las relaciones exteriores.

Cuando llegó la tragedia, la madeja que armaron las autoridades para intentar sacarse la soga al cuello de inmediato, sobre todo porque los movimientos del viceministro de Seguridad Sergio Berni, no fueron del todo claros desde el minuto uno, fue digna de un jardín de infantes, lejos de la experiencia que tendrían que haberle aportado la gestión.

Luego, las idas y venidas presidenciales a través de Facebook, su falta de sesgo humanitario para la familia del muerto y los dichos de sus escuderos, le agregaron nafta al fuego.

Para los más críticos, el pecado gubernamental es tener siempre “la cola sucia”. Para otros observadores menos embanderados, las autoridades están pagando con creces aquello de que “en boca de mentiroso, lo cierto se hace dudoso”, tras años de exageraciones, medias verdades, inauguraciones triplicadas, mística impostada, cero autocrítica y un relato que hace agua por los cuatro costados, todo lo cual lo deja en situación desventajosa ante cualquier análisis.

Fue un mes de tropiezo sobre tropiezo, hasta que la convocatoria a la marcha sacó al Gobierno nacional totalmente de quicio: habló de golpes blandos y de desestabilización, y allí fue que la Presidenta puso sobre la mesa el “ellos” y el “nosotros”.

El escenario político es de alto voltaje y todo lo sucedido desde entonces, fue sumar desde la propia Presidenta para abajo más gente a una marcha que se ha hecho nacional, dándole argumentos a los potenciales asistentes, entre ellos, la provocativa subestimación del Gobierno a quienes ya no quieren ser más subestimados. ¿Una gran chapuza o una jugada genial?

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