En Raco, por donde había casas ahora pasa el río

Las tormentas y las crecientes de ríos y arroyos causaron estragos. Hasta ayer había unas 70 personas evacuadas. Varias familias perdieron todo.

DESTRUCCIÓN. El río arrasó con varias casas en la zona conocida como La Cañada, en Raco; quienes las habitaban perdieron casi todo. la gaceta / foto de antonio ferroni DESTRUCCIÓN. El río arrasó con varias casas en la zona conocida como La Cañada, en Raco; quienes las habitaban perdieron casi todo. la gaceta / foto de antonio ferroni
13 Marzo 2015
¿Alguien puede imaginarse a los chanchos y a las gallinas siendo arrastrados por el agua?... Si usted es capaz de imaginárselos, ahora piense entonces que eso, en verdad, ocurrió así y, para colmo, en medio de la oscuridad, porque cuando llegó la crecida eran las 23.

La zona del desastre es conocida como La Cañada. Le llaman así por el nombre del río que baja de la montaña, en Raco, hacia el oeste de la ruta 341. El martes a la noche ocurrió la tragedia para los pobladores que padecieron la furia del agua. Ayer, al mediodía, el cielo estaba diáfano. El sol le daba un brillo especial al verde de la montaña. Había tonalidades de colores ideales para tomar fotos de paisajes. Pero al bajar la mirada, todo era una desgracia. El rugido del agua todavía mantenía expectantes y un poco nerviosos a los lugareños.

José Flores es el jefe de familia con seis hijos y un nieto. El vecino junto a sus hijos varones se quedó a cuidar lo poco que les dejó la correntada. Algunas casitas quedaron con las paredes rasgadas como ocurre después de un gran temblor. Pero la mayoría, en cambio, sucumbió a la fuerza destructiva del cauce de agua turbia. Vistas desde la distancia se parecían a las construcciones incaicas abandonadas en medio de las montañas.

“El agua se llevó todo, como le decía, se llevó los chanchos y las gallinas. Lo que usted ve allá es lo único que pudimos salvar”, repetía Flores, mientras levantaba el brazo para señalar a unos 150 metros, en la parte más alta del terreno, donde dejaron unos cuantos montículos de cajas y muebles cubiertas con chapas.

Los perros deambulaban como hambrientos olfateando las botamangas de los foráneos. De los animales que había en la zona, los perros fueron los únicos que se salvaron.

Marcelo Juárez, de 49 años, nacido y criado en Raco, ofició de guía avanzando por el camino con sus botas de goma repletas de barro. “Usted no sabe lo que es mirarle la cara a la gente que perdió todo ¿Qué se le puede decir?... nada. No hay palabras para eso”, decía marcando el trayecto hacia arriba en la montaña.

Para cruzar el río, Carlos Gutiérrez ayudó con su caballo. Todavía faltaba que cruzara el fotógrafo y, por suerte, apareció un tractor de la comuna. Eso facilitó la posibilidad de llegar al punto más complicado de los damnificados. Juan Flores es hijo de José Flores y padre de dos chicos en edad escolar. Con una gorra en la cabeza se cubría del sol que quemaba alrededor de las 13. “Hemos destechado la casa para usar las chapas y poder tapar las cajas”, explicaba.

¿Y dónde están las mujeres?, se les preguntó en el momento. “En la escuela. Ahí fueron llevadas con los demás evacuados”, respondió Gutiérrez, que seguía arriba del caballo. Para volver a la escuela había que usar el tractor al cruzar, otra vez, el río. En un aula de la escuela Gaspar de Medina, un grupo de mujeres acomodaba las bandejas en las que habían almorzado una hora antes. Fideos con salsa y carne habían preparado entre ellas para los evacuados.

En una galería de la escuela, María Mercedes Arce, de 34 años, cargaba a una bebé en brazos. Ella es madre de seis hijos. La más chica se llama Marianela y nació hace apenas un mes. La pequeña no paraba de llorar. “Mi hermano y otros vecinos me ayudaron a salir de la casa”, detalló mientras se acomodaba la blusa para dar de mamar a su hija.

La mujer forma parte de las 71 personas que fueron evacuadas en la escuela Gaspar de Medina. De ese total, hay ocho familias que lo perdieron todo. Se quedaron sin techo. Desde el miércoles pasan el tiempo en un aula de la escuela, pero todos se preguntan hasta cuándo podrán quedarse.

En el patio, Yolanda Acosta, maestra a cargo de la Dirección, supervisa la ayuda. “Todo lo que nos puedan enviar será bienvenido: pañales, agua mineral, sábanas, toallas...”, enumera en una lista que parece interminable.

En la pared de oficina hay dos hojas con anotaciones sobre la cantidad de evacuados (adultos y menores) y el registro completo de quiénes lo perdieron todo. En la lista, escrita con letra muy prolija, figuran ocho familias, la mayoría de apellidos Flores y Arce, en la columna de pérdidas totales. Vivían en La Cañada y quedaron desamparados. Necesitarán una reubicación. El tiempo dirá si tendrán respuesta.

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