Por Andrés Burgo
22 Marzo 2015
INTERESANTE. Acosta, que volvió a encontrarse con el gol, empezó a levantar su nivel y a ser importante para el equipo. foto de maxi jonás (especial para la gaceta)
Más allá de la pérdida de la punta y de la manutención del invicto, el 2-2 ante Guillermo Brown en un estadio de 11 escalones le sirvió a Atlético para ratificar que es un equipo tan largo como los 2.100 kilómetros, medio país, que separan a Tucumán de Madryn.
La distancia entre la defensa y el ataque fue tan grande que cuesta creer que pertenezcan a un mismo equipo. El “decano” pudo haber ganado 3-2 o 4-2 porque tiene un poder ofensivo capaz de hacer goles, pero también pudo haber perdido 3-2 o 4-2 porque su debilidad en la retaguardia lo hace vulnerable en un abrir y cerrar de ojos. Su voracidad de ataque y un buen segundo tiempo evitó que a Atlético se le viniera el otoño justo en la Patagonia: había amanecido tan fresco y ventoso que a la mañana hizo 4 grados. Y ya por la tarde, aunque el sol pegaba, el “decano” sufría el primer escalofrío del año: a mediados del ST perdía 2-1.
El ritmo fue trepidante desde el minuto: Leandro González eludió a Javier Burrai y envió un centro con escuadra para que Guillermo Acosta marcara el 1-0. Parecía un viaje de placer, en sintonía con el fin de semana largo, pero en pocos minutos se echó todo a perder: Cristian Lucchetti, que sufrió las chambonadas de la defensa toda la tarde, tuvo que cometer un penal que Gastón Bottino lo cambió por gol. Casi enseguida, Rodrigo Mieres quiso rechazar pero hizo todo lo contrario y Sergio Sánchez marcó el 2-1. El colmo fue cuando Lucchetti pudo haber sido expulsado por retener con las manos un pase del uruguayo.
Pero en simultáneo a ese desbarajuste, Atlético no dejó de atacar. Una línea delante de Pablo Garnier y del colombiano Miguel Julio (buen toque, contrapeso del rubio, debería tener otra chance), el trío González-Acosta-Emanuel Molina generó varias situaciones, siempre apuntalados por Menéndez, poco fino, persistentemente peligroso.
Y así llegó el empate, un golazo de González para un equipo sin términos medios: es un Atlético cardíaco.
La distancia entre la defensa y el ataque fue tan grande que cuesta creer que pertenezcan a un mismo equipo. El “decano” pudo haber ganado 3-2 o 4-2 porque tiene un poder ofensivo capaz de hacer goles, pero también pudo haber perdido 3-2 o 4-2 porque su debilidad en la retaguardia lo hace vulnerable en un abrir y cerrar de ojos. Su voracidad de ataque y un buen segundo tiempo evitó que a Atlético se le viniera el otoño justo en la Patagonia: había amanecido tan fresco y ventoso que a la mañana hizo 4 grados. Y ya por la tarde, aunque el sol pegaba, el “decano” sufría el primer escalofrío del año: a mediados del ST perdía 2-1.
El ritmo fue trepidante desde el minuto: Leandro González eludió a Javier Burrai y envió un centro con escuadra para que Guillermo Acosta marcara el 1-0. Parecía un viaje de placer, en sintonía con el fin de semana largo, pero en pocos minutos se echó todo a perder: Cristian Lucchetti, que sufrió las chambonadas de la defensa toda la tarde, tuvo que cometer un penal que Gastón Bottino lo cambió por gol. Casi enseguida, Rodrigo Mieres quiso rechazar pero hizo todo lo contrario y Sergio Sánchez marcó el 2-1. El colmo fue cuando Lucchetti pudo haber sido expulsado por retener con las manos un pase del uruguayo.
Pero en simultáneo a ese desbarajuste, Atlético no dejó de atacar. Una línea delante de Pablo Garnier y del colombiano Miguel Julio (buen toque, contrapeso del rubio, debería tener otra chance), el trío González-Acosta-Emanuel Molina generó varias situaciones, siempre apuntalados por Menéndez, poco fino, persistentemente peligroso.
Y así llegó el empate, un golazo de González para un equipo sin términos medios: es un Atlético cardíaco.
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