Una puntualidad inalterable venía caracterizando a la 30° Fiesta Nacional de Teatro que se desarrolla en Salta, hasta que la política se metió en la inauguración formal del encuentro de teatristas más importante de la Argentina. En la noche del sábado, más de 40 minutos debió esperar el público la entrada de la ministra de Cultura de la Nación, Teresa Parodi, junto al gobernador Juan Manuel Urtubey. Antes, ya se había aplaudido para acelerar el trámite oficial, para poder ver la obra de danza teatro “Niebla (hasta que dejemos de soñarnos)”, y por los micrófonos se reconoció públicamente que se debía esperar la llegada de las autoridades. Cuando ocurrió, el abucheo fue generalizado. Por primera vez en dos días de festival, una función empezaba tarde.
Para compensarlo, la ceremonia fue excepcionalmente breve: sólo habló Urtubey, quien destacó que “en todos los rincones de Salta se está de fiesta”, en referencia a las subsedes con espectáculos en el interior de la provincia. “Eso es lo que buscamos en cuanto a la accesibilidad a los bienes culturales”, agregó, ya a modo de cierre.
Cuando todos esperaban las palabras de Parodi, sobrevino el silencio. Directamente se pasó a la excelente obra a cargo del grupo santafesino Seda, una puesta magnífica. Los comentarios y las interpretaciones de la ausencia sobre el escenario de la ministra (máxima representante del Poder Ejecutivo Nacional en el área) arreciaron en los pasillos post función, con una interpretación casi unánime. La decisión apuntaría a no darle oxígeno kirchnerista a Urtubey hasta tanto el mandatario no defina con qué precandidato presidencial se alineará, ante las versiones de su coqueteo con Daniel Scioli.
Antes, Parodi estuvo reunida con teatristas salteños para hablar de proyectos a futuro, en momentos en que la representante del Instituto Nacional del Teatro en Salta, Cristina Idiarte, estaba en Buenos Aires convocada a una reunión por las autoridades de esa dependencia, que está bajo las órbitas de la ministra.
Parodi tampoco habló con la prensa, que la esperó como el público. Lo haría este fin de semana, cuando está previsto que retorne a Salta para cerrar la fiesta, en soledad y sin la compañía del desairado Urtubey. Todo indica que no quiere dos discursos, sino uno solo por vez.
Críticas de espectáculos
“La inapetencia”
Rafael Spregelburd pertenece a la generación de autores argentinos formada en la década del 90, período caracterizado por el individualismo hedonista que maximizó el gobierno de Carlos Menem. Su dramaturgia de esos años está atravesada por individuos golpeados, solitarios aunque estén con otros, que buscan su propia satisfacción y con bloqueos afectivos y comunicacionales. Un teatro racionalista, donde las emociones tratan de filtrarse con dificultad.
De ese período es “La inapetencia”, obra que integró su ciclo autoral Heptalogía de Hieronymus Bosch, y que el elenco correntino Chico Pleito presentó el sábado en la Fiesta Nacional de Teatro en Salta. Todo comienza con nueve actores (cinco sentados, los otros parados) y un violinista que desafina notas y genera la inestabilidad y la disonancia de todos, envueltos en humo. De allí se desata la historia que tiene como columna vertebral a la Señora Perrotta, único personaje que pasa por las diferentes escenas, desde el pedido de adoptar a su esposo hasta la despedida de su hija Laila a una Bosnia en guerra, pasando por su búsqueda de sexo duro grupal, su reunión con amigas o su encuentro con un gitano en una plaza.
Los cuerpos vestidos se buscan con sus deseos al descubierto, y hay una saturación de escenas en segundo plano con manoseos que siempre evitan las zonas sexuales: la mano pasa por la cadera, pero nunca llega a la entrepierna, se roza pero no se toca en una puesta contenida y que parece haber evitado todo lo que genere rechazo directo del espectador. La frialdad monótona de los textos dichos sin emoción alguna (clara búsqueda estética del director Alejandro Barboza) deja a Laila como la máxima expresión de humanidad, que buscará en un ambiente bélico el afecto que no obtiene en su casa, único personaje que rompe con esa falta de expresión del sentimiento.
“Niebla”
Una delicada y perfecta pieza de relojería no tiene por qué ser fría y distante. Por el contrario, el mecanismo escénico desplegado por el grupo de teatro danza Seda, de Rosario, conmueve, sacude y emociona en cada movimiento de los que realizan brillantemente las tres bailarinas-actrices sobre el escenario de la Casa de la Cultura de Salta. Las presencias de Elisa María Pereyra, Eugenia San Pedro y Antonela Pereyra subyugan en todos los planos en que se presentan, usando el suelo en forma reiterada. Detrás de escena, la interpretación de la coreografía y la dirección de Andrea Ramos redondea el mejor de los trabajos que se vio hasta el momento en la 30° Fiesta Nacional de Teatro, lo cual confirma la consolidación de este género en esta clase de festivales y su importancia creciente en el universo dramático del país.
El dramatismo sonoro del concierto Nº 2 del ruso Sergei Rachmaninov fue transformado en carne por tres cuerpos que por momentos parecían levitar, otros saltaban entre sí, luego se intercalaban con una precisión admirable y en todo momento le transmitían al público la sensación de estar sumergidos en un mundo onírico envueltos en la niebla del entresueño, donde las historias se multiplican sin poder despertar. Despojadas ya de sus pesados trajes rojos y bordó, las protagonistas se presentan en el cierre de blanco, clásica expresión de la pureza que se puede proyectar a sus movimientos, a sus intenciones dramáticas claras y concretas y a su compromiso artístico.
“Niebla” es un trabajo increíble, que maravilla por su intensidad sin fisuras y que ofrece toda la gama de sentimientos que uno pueda o quiera sentir como espectador, condensados en poco más de media hora. Un precioso reloj de bolsillo que nunca se detiene.
“Se me murió entre los brazos”
El humor siempre paga. Lograr que el público se ría casi sin pausa durante cerca de una hora termina, salvo muy contadas excepciones, en aplausos cerrados como los que recibieron Silvia Gallegos y Gabriela Bertolone al terminar “Se me murió entre los brazos”, la puesta que representó a Jujuy en la salteña Fiesta Nacional de Teatro. Sobre el escenario también estuvieron el músico Alberto Zuliani y el actor Carlos Palacios, pero relegados a funciones secundarias.
El texto de Alberto Drago (autor popular nacido en 1937, y que comenzó como dramaturgo en la década del 60) le deja espacio a una puesta pensada por Silvina Montecinos que se caracteriza por el trazo grueso, varias veces escatológico y burlón de los personajes: dos maestras jubiladas (Mecha y Tina, no por casualidad apellidadas Sarmiento) que viven con un padre agonizante casi centenario, y que en el momento postrero repasan su vida y se lanzan despiadadas críticas, pero sin un atisbo de seriedad. Por el contrario, todo está al servicio de que el espectador lance la carcajada, como ocurre desde que se pide que se apague el celular antes de comenzar estrictamente la función (”o me van a conocer”, dicho al mejor estilo docente antiguo, como si el público fuese un grupo de alumnos) hasta que el padre finalmente muere.
La disputa por los recuerdos golpeados por el rencor, por criticar a la otra, por haber sido la última en tener al padre entre sus brazos y por ser la preferida del fallecido enmarcan esta comedia de humor negro de 1977, que siente el paso del tiempo. La puesta supera notoriamente a lo escrito, llevando al extremo del grotesco a dos actrices que se muestran dúctiles, dispuestas al juego y que lo disfrutan claramente.