Por Fernando Stanich
06 Abril 2015
El reloj corre tan rápido que, cuando menos lo imaginen, José Cano y Domingo Amaya oirán las campanadas de las 12 y la carroza en la que imaginan transitar la campaña electoral se habrá convertido en una calabaza. Como en un cuento, los dos referentes opositores que más susto generan al alperovichismo giran al compás de un vals de ensueño, pero aún no saben cómo saltar del encanto de la ficción a la realidad. Es que a pesar de la cercanía del final, la alianza que anuncian desde las primeras páginas está tan lejos de concretarse como al principio de la historia.
Cualquier ser humano asegura haber visto alguna vez un OVNI, describe lugares, colores y situaciones. Pues con la unidad entre el radical y el oficialista ocurre algo parecido. De un lado y de otro sostienen que la alianza está ahí, que es cuestión de levantar la mirada y de verla, pero ninguno indica el lugar y el momento exacto del apretón de manos. Es cierto que el canismo y el amayismo iniciaron negociaciones informales, pero el problema es que siguen tan estancadas como en un principio. Desde el espacio del radical insisten en que el primer lugar de la fórmula es del diputado. En consecuencia, ofrecen a los municipales la vicegobernación. Hasta aquí, la oferta no resulta desagradable a los oídos de los capitalinos. Pero el disco se raya justo cuando escuchan la última parte de la propuesta radical: que el candidato a intendente se resuelva sobre el filo del cierre de presentación de candidaturas, a partir de lo que indiquen las encuestas. Desde la otra vereda, en tanto, admiten que hay margen para aceptar el puesto de partenaire de Cano siempre y cuando la Intendencia siga en manos amayistas. Y le reprochan a los correligionarios que, además resignar el lugar estelar para Amaya, encima le pidan plata para solventar la campaña. Argumentan que la vicegobernación y la Capital también es un paquete que les ofrece la Casa de Gobierno, y sin necesidad de poner un centavo. Esa carta que enrostra el amayismo a Cano, sin embargo, puede haber quedado desactualizada luego de la pifia de Beatriz Rojkés. El matrimonio gubernamental repite a viva voz que nunca hubiesen esperado la reacción que tuvo el intendente frente al yerro de la primera dama. A las pocas horas del escándalo, Amaya dijo haber sentido vergüenza ajena por lo sucedido y sugirió a los peronistas que pidan la renuncia a la presidenta del Partido Justicialista. Ese fue, dicen los que lo escucharon aquella mañana, el límite que se puso José Alperovich.
En el Acuerdo Cívico y Social advierten que no habrá mejor ofrecimiento a los municipales, y que aguardarán dos semanas más por los pasos que dé Amaya. Ocurre que Cano siente sobre la nuca la presión del macrismo y del massismo. Los liberales tucumanos le reclaman definiciones con el documento de lo resuelto por la convención radical en la mano, mientras que los peronistas disidentes le recuerdan que ellos se jugaron por él desde mucho tiempo antes. En rigor, producto de ese compromiso que ya asumió el radical con Sergio Massa, la vicegobernación sería para ese espacio en caso de que no hubiera acuerdo con el intendente. Así, al PRO le quedarían espacios en las listas legislativas o acoples y negociaciones abiertas en algunas municipalidades, como Yerba Buena. Los massistas, en tanto, también se involucran en el flirteo entre Cano y Amaya con una propuesta que el canismo desconoce y que a ellos les interesa porque les libera la Capital: la vicegobernación para el amayista Germán Alfaro y apoyo para la postulación de Amaya al Senado.
Lo insólito es que ni los canistas, ni los massistas ni los macristas creen que el intendente verdaderamente abandone el kirchnerismo para enfrentar al alperovichismo. No obstante, con el cronograma electoral ya corriendo, buena parte de la oposición aún espera por un oficialista para desbancar al oficialismo. Como nunca antes, la política aparece reducida a una cuestión de marcketing porque las encuestas le dicen a los dirigentes que, por encima de las ideas, la sociedad prioriza la imagen. Elegir un candidato, entonces, se asemeja a la elección de un televisor plasma para renovar el hogar. Así se entiende que Cano pueda darse el lujo de probar a cuál de todas sus Cenicientas le cabe el zapatito de cristal, sin mayores miramientos. Total, la gente -y los políticos- sólo quieren saber cómo termina el cuento.
Cualquier ser humano asegura haber visto alguna vez un OVNI, describe lugares, colores y situaciones. Pues con la unidad entre el radical y el oficialista ocurre algo parecido. De un lado y de otro sostienen que la alianza está ahí, que es cuestión de levantar la mirada y de verla, pero ninguno indica el lugar y el momento exacto del apretón de manos. Es cierto que el canismo y el amayismo iniciaron negociaciones informales, pero el problema es que siguen tan estancadas como en un principio. Desde el espacio del radical insisten en que el primer lugar de la fórmula es del diputado. En consecuencia, ofrecen a los municipales la vicegobernación. Hasta aquí, la oferta no resulta desagradable a los oídos de los capitalinos. Pero el disco se raya justo cuando escuchan la última parte de la propuesta radical: que el candidato a intendente se resuelva sobre el filo del cierre de presentación de candidaturas, a partir de lo que indiquen las encuestas. Desde la otra vereda, en tanto, admiten que hay margen para aceptar el puesto de partenaire de Cano siempre y cuando la Intendencia siga en manos amayistas. Y le reprochan a los correligionarios que, además resignar el lugar estelar para Amaya, encima le pidan plata para solventar la campaña. Argumentan que la vicegobernación y la Capital también es un paquete que les ofrece la Casa de Gobierno, y sin necesidad de poner un centavo. Esa carta que enrostra el amayismo a Cano, sin embargo, puede haber quedado desactualizada luego de la pifia de Beatriz Rojkés. El matrimonio gubernamental repite a viva voz que nunca hubiesen esperado la reacción que tuvo el intendente frente al yerro de la primera dama. A las pocas horas del escándalo, Amaya dijo haber sentido vergüenza ajena por lo sucedido y sugirió a los peronistas que pidan la renuncia a la presidenta del Partido Justicialista. Ese fue, dicen los que lo escucharon aquella mañana, el límite que se puso José Alperovich.
En el Acuerdo Cívico y Social advierten que no habrá mejor ofrecimiento a los municipales, y que aguardarán dos semanas más por los pasos que dé Amaya. Ocurre que Cano siente sobre la nuca la presión del macrismo y del massismo. Los liberales tucumanos le reclaman definiciones con el documento de lo resuelto por la convención radical en la mano, mientras que los peronistas disidentes le recuerdan que ellos se jugaron por él desde mucho tiempo antes. En rigor, producto de ese compromiso que ya asumió el radical con Sergio Massa, la vicegobernación sería para ese espacio en caso de que no hubiera acuerdo con el intendente. Así, al PRO le quedarían espacios en las listas legislativas o acoples y negociaciones abiertas en algunas municipalidades, como Yerba Buena. Los massistas, en tanto, también se involucran en el flirteo entre Cano y Amaya con una propuesta que el canismo desconoce y que a ellos les interesa porque les libera la Capital: la vicegobernación para el amayista Germán Alfaro y apoyo para la postulación de Amaya al Senado.
Lo insólito es que ni los canistas, ni los massistas ni los macristas creen que el intendente verdaderamente abandone el kirchnerismo para enfrentar al alperovichismo. No obstante, con el cronograma electoral ya corriendo, buena parte de la oposición aún espera por un oficialista para desbancar al oficialismo. Como nunca antes, la política aparece reducida a una cuestión de marcketing porque las encuestas le dicen a los dirigentes que, por encima de las ideas, la sociedad prioriza la imagen. Elegir un candidato, entonces, se asemeja a la elección de un televisor plasma para renovar el hogar. Así se entiende que Cano pueda darse el lujo de probar a cuál de todas sus Cenicientas le cabe el zapatito de cristal, sin mayores miramientos. Total, la gente -y los políticos- sólo quieren saber cómo termina el cuento.
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