Graneros es puro barro y se fue su gente

El desborde del dique Escaba y la furia del río Marapa dejaron prácticamente sepultado en el lodo el pueblo de Graneros. Es la segunda vez en el año que el embate de las aguas lo castigó. Se agrietaron las viviendas, se hundieron los pisos, se borraron los jardines, los pobladores se fueron. Algunos hombres deambulan en silencio cuidando lo poco que quedó

CUESTA PARTIR. María Rosa Rasguido no se resigna a abandonar su lugar en el mundo, que tanto esfuerzo y sacrificio le demandó encontrar. LA GACETA / FOTOS DE JORGE OLMOS SGROSSO CUESTA PARTIR. María Rosa Rasguido no se resigna a abandonar su lugar en el mundo, que tanto esfuerzo y sacrificio le demandó encontrar. LA GACETA / FOTOS DE JORGE OLMOS SGROSSO

¿Dónde están todos? A pocas cuadras de la plaza de Graneros, reina la desolación. Los zapatos se hunden en el barro. Las casas están vacías. No hay gente, ni perros, ni muebles. Sólo las paredes están vestidas con cuadros y recuerdos. Las puertas abiertas, de par en par, dejan ver hasta el fondo el mismo paisaje: puro barro blando, como el de la calle y las veredas. En los jardines todavía quedan algunas plantas paradas, endurecidas por el lodo y muchas, muchas bolsas de arena con las que los vecinos intentaban inútilmente detener la furia del río. Pero el Marapa se abrió paso y de un solo golpe tiró las defensas y se apoderó del pueblo de Graneros el domingo por la tarde.

El barrio Santa Rita, con sus 16 casas, fue uno de los cuatro barrios devastados por el río, alimentado por el desborde del dique Escaba. En sus calles deambulan cinco o seis hombres. Se turnan para cuidar las casas de los demás, para que no les roben lo poco y nada que les queda. Al mediodía buscan la vianda que todavía les dan en la escuela Belisario López porque no pueden cocinar. Ni siquiera tienen luz. Las familias se han ido a refugiar a las casas de sus parientes. Los que no tienen dónde ir estaban hasta ayer en las tres escuelas donde se recibieron a los evacuados, pero hoy se tenían que ir. Tienen que fumigar.

Víctor Hugo Zelayarán no puede creer que las casas que él ha construido con sus manos, porque es albañil en una de las cuatro cooperativas de Graneros, estén en ese estado. “Mire las grietas”, muestra las paredes de su casa. Luego va hasta el fondo de la vivienda y señala: “hasta aquí llegaba el agua, 1,80 metro. A usted la hubiera tapado completamente...”, sonríe. Y se arrepiente de lo que iba a decir cuando ya ha comenzado la frase.

Víctor fue uno de los pocos que envió a su esposa a un lugar seguro cuando escuchó por la radio que el río estaba creciendo. Los demás vecinos no creyeron. Prefirieron resistir porque ya les habían robado en la inundación anterior, hace menos de un mes. “Mi señora es diabética, insulinodependiente, tuvo tuberculosis. No tiene idea de cómo peleé para tener esta casa, y ahora ya no vamos a poder vivir aquí. Mire cómo está todo”, dice recorriendo con sus ojos la propiedad. “¡Nos entregaron la casa hace menos de un año!”

Una mezcla de rabia y tristeza se transparenta en la cara del joven Mario Torales. “No tengo hijos. Mi esposa se fue en la casa de mi suegra porque ella está con diálisis. Se imagina que no puede enfermarse aquí con todo este barro, porque no podría operarse si la llamaran para el trasplante. Ella está en el primer lugar de la lista del Cucai”, cuenta.

Germán Rodríguez, papá de cuatro hijos, entre ellos un par de gemelas, guía a LA GACETA por un tour de casas agrietadas. Algunas, como la de Pablo Pilate, que no está, la fisura es tan profunda que recorre dos ambientes y parte del techo. En algunas casas el piso también está desencajado. “Con la creciente las casas se asentaron”, explica Germán.

“Cuando (el ministro del Interior) Osvaldo Jaldo pasó por acá le dijo que nos tenía que reubicar a todos, darnos casa en otro lado”, dispara María Rosa Rasguido. “En menos de dos meses hemos sufrido dos inundaciones. El agua nos llevó todo”, se suma Pablo Teves. Los vecinos se van uniendo en el reclamo. “El 2 de febrero me entregaron esta casa. Mire cómo está ahora. Llena de grietas”, dice Milagro Luena, que salvo sus trofeos de danza folclórica nada ha podido salvar.

En Los Gramajo hay 14 familias aisladas

“El agua se llevó todo, muebles, animales, ropa ... Mi mujer, de 83 años, tiene arterioesclerosis. Está allá. Vivimos con una nieta. Yo no puedo llegar a la casa porque el camino vecinal que usamos para ir está cortado”, dice José Víctor Vides. Cuenta que su pueblo, Los Gramajo, está ubicado a tres kilómetros de Graneros. “Ahí viven unas 14 familias y todas están en la misma situación”, dice Vides, que estuvo viviendo en la escuela hasta ayer.

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En la inundación y con trabajo de parto

El domingo por la mañana ya se veía venir el agua, pero Camila Vides, de 16 años, no le dio importancia. Por la tarde, cuando el agua entró al barrio Buenos Aires, uno de los primeros en inundarse, del Caps la mandaron a buscar en una lancha. Pero ella no quiso irse. “Estaba buscando la ropita del bebé. Les dije que me iba a ir con mis hermanos”. Pero a las siete de la tarde, el agua sobrepasaba las rodillas. Sin embargo, Camila, que también tiene otro bebé de un año y medio, se resistía a subir en la lancha. Los enfermeros la subieron a la fuerza y a las dos de la mañana nació Isaías. Ayer estaba en la escuela Belisario López.

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Maestras sin escuela

Cinco maestros de la escuela Cristobal Colón de Taco Rodeo, a ocho kilómetros del pueblo de Graneros, no pueden llegar a su escuela. “Estamos cumpliendo horario en la escuela Belisario López, porque no podemos entrar a Taco Rodeo.

Taco Rodeo, otro paraje aislado

Es una población de 17 familias que están totalmente aisladas. La única forma de llegar era por un camino vecinal que ahora está anegado porque creció el río San Ignacio”, cuenta la maestra Alejandra Carrizo. “Siempre cruzamos el río Marapa y el San Ignacio para ir a la escuela, pero esta vez ya no se pudo llegar”, afirmó Alejandra, mientras mostraba una foto de los docentes cruzando el río. 

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