Un fuego que quema

Sus intervenciones públicas y su palabra comprometida se correspondían con el Galeano privado

19 Abril 2015

Por Ezequiel Mario Martínez - Para LA GACETA - Buenos Aires

Eduardo Galeano fue un artista popular, que trascendió fronteras y generaciones. Su obra desafiaba la historia contada “por los vencedores” -como él mismo sostenía-, y quedará para siempre en el imaginario social de nuestra América. Libros como Patas arriba, Memorias del fuego o Las venas abiertas de América Latina, por citar sólo algunos, marcaron a generaciones enteras y “forjaron conciencia”. Su registro de la historia, la política, la economía, o el fútbol, narrados a través de pequeños relatos. Los hechos transformados en crónica poética.

Tuve el honor de conocerlo y de trabajar juntos para el lanzamiento de Los hijos de los días, y siempre era un disfrute exquisito conversar con él. Concebía sus textos como un verdadero artesano de la palabra, puntilloso al extremo, pero también era una fiesta escucharlo narrar “en forma oral” sus historias de hombres y mujeres anónimos (y no tanto) cuando venía a visitarnos o cuando presenciábamos en vivo algunas de sus presentaciones. Siempre tenía a mano una anécdota, una reflexión, que contaba con singular maestría.

Próximo a la publicación de un nuevo libro suyo, se acercaba a la editorial para ver los últimos detalles de su trabajo y aprovechaba para charlar con el equipo, expresarnos su genuino agradecimiento y hasta nos dedicaba un ejemplar a cada uno.

Sus intervenciones públicas y su palabra comprometida sin duda se correspondían con el Galeano privado, el de la intimidad. Uno de sus celebres relatos, Un mar de fueguitos (incluido en El libro de los abrazos) creo que definen bien la huella profunda que deja su legado y la importancia de su obra:

Un hombre del pueblo de Negua, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

-El mundo es eso - reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

© LA GACETA

Ezequiel Mario Martínez - Jefe de Prensa de Siglo XXI Editores.

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