19 Abril 2015
Demócratas y republicanos muestran drásticas diferencias
A medida que toma fuerza la campaña electoral para 2016, cada partido se muestra bastante unificado en cuanto s los temas políticos importantes, pero a la vez muy distantes uno de otro. Los demócratas buscarían mantener los programas sociales; los republicanos buscarían destruir el Obamacare. Serán 18 meses para aprender bastantes cosas. Por Paul Krugman - Premio Nobel de Economía
Así es que es oficial que Hillary Clinton está contendiendo, para sorpresa de nadie. Y ya saben lo que viene: intentos interminables de psicoanalizar a la candidata, intentos interminables de interpretar el significado de lo que dice o no dice sobre el presidente Barack Obama, interminable chuparse el dedo por su “posicionamiento” por este problema o aquél.
Por favor no pongan atención. Los análisis políticos basados en la personalidad siempre son una empresa dudosa; en mi experiencia, los comentaristas son terribles jueces del carácter. Es posible que quienes tienen edad suficiente para recordar las elecciones del 2000, también recuerden cómo se nos aseguró que George W. Bush era un tipo agradable y afable, que seguiría una política moderada y bipartidista.
En cualquier caso, nunca había habido un momento en la historia de Estados Unidos en el que las supuestas características personales de los candidatos importaran menos. Conforme avanzamos hacia el 2016, cada partido está bastante unificado en cuanto a los temas políticos importantes, y estas posiciones unificadas están muy distantes unas de las otras. La distancia enorme y sustancial entre los partidos se reflejará en las posiciones políticas de aquellos a quienes se escoja como candidatos y, casi seguro, se reflejará en las políticas reales que adopte quien quiera que gane.
Por ejemplo, cualquier demócrata, de ser elegido, buscaría mantener los programas básicos de seguros sociales estadounidenses -la Seguridad Social, Medicare y Medicaid- en su forma actual, esencialmente, en tanto que también preservaría y extendería la Ley de atención asequible. Cualquier republicano buscaría destruir al Obamacare, hacer reducciones profundas a Medicaid y, probablemente, trataría de convertir a Medicare en un sistema de vales.
Cualquier demócrata retendría los aumentos fiscales a los estadounidenses de altos ingresos que entraron en vigor en el 2013 y, posiblemente, buscaría más. Cualquier republicano trataría de reducir los impuestos de los acaudalados -los republicanos en la Cámara de Representantes planean votar la semana entrante para derogar el impuesto sobre las herencias-, mientras que recortan programas de ayuda a las familias de bajos ingresos.
Cualquier demócrata trataría de preservar la reforma financiera del 2010, que a últimas fechas se ve mucho más efectiva de lo que habían indicado sus críticos. Cualquier republicano buscaría reducirla, eliminando tanto la protección al consumidor como la regulación extra aplicada a las grandes instituciones financieras, “sistémicamente importantes”.
Y cualquier demócrata trataría de avanzar en la política climática, mediante acciones ejecutivas de ser necesario, mientras que cualquier republicano -sea directamente o no un negacionista de las ciencias climáticas- bloquearía los esfuerzos por limitar las emisiones de gases invernadero.
¿Cómo fue que los partidos se separaron tanto? Los politólogos sugieren que tiene mucho que ver con la desigualdad en el ingreso. A medida que los acaudalados se enriquecían más en comparación con todos los demás, sus preferencias políticas se han movido hacia la derecha, y han empujado al Partido Republicano mucho más en su dirección.
Entre tanto, la influencia de los ricos en los demócratas se ha erosionado, al menos un poco, ahora que Wall Street, furioso por las regulaciones y los modestos aumentos tributarios, desertó en masa del partido. El resultado es un nivel de polarización política que no se veía desde la Guerra Civil.
Ahora, algunas personas no quieren reconocer que las opciones para las elecciones del 2016 son tan crudas como lo he aseverado. Los comentaristas políticos que se especializan en cubrir a las personalidades en lugar de los problemas van a ser reacios a la aseveración de que su supuesta área de conocimientos no importa para nada. Los autoproclamados centristas buscarán un punto medio que, de hecho, no existe. Y, el resultado será que escucharemos muchas afirmaciones de que los candidatos realmente no quieren decir lo que dicen. No obstante, habrá una asimetría en la forma en la que presenten la supuesta brecha entre la retórica y los verdaderos puntos de vista.
Suposiciones diversas
Por una parte, supongan que Clinton es, en efecto, la candidata demócrata. De ser así, se puede estar seguro de que la acusarán, pronto y a menudo, de no ser sincera, de no ser la populista progresista que dice ser.
Por el otro lado, supongan que el candidato republicano es un supuesto moderado, como Jeb Bush o Marco Rubio. En cualquier caso, de seguro que escucharemos muchas aseveraciones de los comentaristas políticos de que el candidato no cree mucho de lo que dice. Sin embargo, en sus casos, esta supuesta falta de sinceridad se presentaría como una virtud, no como un vicio; seguro, Bush dice cosas locas sobre la atención de la salud y del cambio climático, pero, de hecho, no lo cree y sería razonable una vez que asuma el cargo. Tal como su hermano.
Como es probable que puedan adivinar, me horrorizan los próximos 18 meses, que estarán llenos de citas jugosas y furia que no significan nada. Está bien, supongo que podríamos aprender algunas cosas -¿Dónde saldrá Clinton en los acuerdos comerciales como la sociedad transpacífica? ¿Qué tanta influencia ejercerán los republicanos golpeadores de la Reserva Federal?-, pero las diferencias entre los partidos están tan claras y son tan drásticas que es difícil ver cómo nadie que haya estado poniendo atención podría no estar decidido, incluso ahora, o que lo induzcan a cambiar de opinión entre hoy y las elecciones.
Algo es seguro: el electorado estadounidense tendrá una verdadera elección. Que gane el mejor partido.
Por favor no pongan atención. Los análisis políticos basados en la personalidad siempre son una empresa dudosa; en mi experiencia, los comentaristas son terribles jueces del carácter. Es posible que quienes tienen edad suficiente para recordar las elecciones del 2000, también recuerden cómo se nos aseguró que George W. Bush era un tipo agradable y afable, que seguiría una política moderada y bipartidista.
En cualquier caso, nunca había habido un momento en la historia de Estados Unidos en el que las supuestas características personales de los candidatos importaran menos. Conforme avanzamos hacia el 2016, cada partido está bastante unificado en cuanto a los temas políticos importantes, y estas posiciones unificadas están muy distantes unas de las otras. La distancia enorme y sustancial entre los partidos se reflejará en las posiciones políticas de aquellos a quienes se escoja como candidatos y, casi seguro, se reflejará en las políticas reales que adopte quien quiera que gane.
Por ejemplo, cualquier demócrata, de ser elegido, buscaría mantener los programas básicos de seguros sociales estadounidenses -la Seguridad Social, Medicare y Medicaid- en su forma actual, esencialmente, en tanto que también preservaría y extendería la Ley de atención asequible. Cualquier republicano buscaría destruir al Obamacare, hacer reducciones profundas a Medicaid y, probablemente, trataría de convertir a Medicare en un sistema de vales.
Cualquier demócrata retendría los aumentos fiscales a los estadounidenses de altos ingresos que entraron en vigor en el 2013 y, posiblemente, buscaría más. Cualquier republicano trataría de reducir los impuestos de los acaudalados -los republicanos en la Cámara de Representantes planean votar la semana entrante para derogar el impuesto sobre las herencias-, mientras que recortan programas de ayuda a las familias de bajos ingresos.
Cualquier demócrata trataría de preservar la reforma financiera del 2010, que a últimas fechas se ve mucho más efectiva de lo que habían indicado sus críticos. Cualquier republicano buscaría reducirla, eliminando tanto la protección al consumidor como la regulación extra aplicada a las grandes instituciones financieras, “sistémicamente importantes”.
Y cualquier demócrata trataría de avanzar en la política climática, mediante acciones ejecutivas de ser necesario, mientras que cualquier republicano -sea directamente o no un negacionista de las ciencias climáticas- bloquearía los esfuerzos por limitar las emisiones de gases invernadero.
¿Cómo fue que los partidos se separaron tanto? Los politólogos sugieren que tiene mucho que ver con la desigualdad en el ingreso. A medida que los acaudalados se enriquecían más en comparación con todos los demás, sus preferencias políticas se han movido hacia la derecha, y han empujado al Partido Republicano mucho más en su dirección.
Entre tanto, la influencia de los ricos en los demócratas se ha erosionado, al menos un poco, ahora que Wall Street, furioso por las regulaciones y los modestos aumentos tributarios, desertó en masa del partido. El resultado es un nivel de polarización política que no se veía desde la Guerra Civil.
Ahora, algunas personas no quieren reconocer que las opciones para las elecciones del 2016 son tan crudas como lo he aseverado. Los comentaristas políticos que se especializan en cubrir a las personalidades en lugar de los problemas van a ser reacios a la aseveración de que su supuesta área de conocimientos no importa para nada. Los autoproclamados centristas buscarán un punto medio que, de hecho, no existe. Y, el resultado será que escucharemos muchas afirmaciones de que los candidatos realmente no quieren decir lo que dicen. No obstante, habrá una asimetría en la forma en la que presenten la supuesta brecha entre la retórica y los verdaderos puntos de vista.
Suposiciones diversas
Por una parte, supongan que Clinton es, en efecto, la candidata demócrata. De ser así, se puede estar seguro de que la acusarán, pronto y a menudo, de no ser sincera, de no ser la populista progresista que dice ser.
Por el otro lado, supongan que el candidato republicano es un supuesto moderado, como Jeb Bush o Marco Rubio. En cualquier caso, de seguro que escucharemos muchas aseveraciones de los comentaristas políticos de que el candidato no cree mucho de lo que dice. Sin embargo, en sus casos, esta supuesta falta de sinceridad se presentaría como una virtud, no como un vicio; seguro, Bush dice cosas locas sobre la atención de la salud y del cambio climático, pero, de hecho, no lo cree y sería razonable una vez que asuma el cargo. Tal como su hermano.
Como es probable que puedan adivinar, me horrorizan los próximos 18 meses, que estarán llenos de citas jugosas y furia que no significan nada. Está bien, supongo que podríamos aprender algunas cosas -¿Dónde saldrá Clinton en los acuerdos comerciales como la sociedad transpacífica? ¿Qué tanta influencia ejercerán los republicanos golpeadores de la Reserva Federal?-, pero las diferencias entre los partidos están tan claras y son tan drásticas que es difícil ver cómo nadie que haya estado poniendo atención podría no estar decidido, incluso ahora, o que lo induzcan a cambiar de opinión entre hoy y las elecciones.
Algo es seguro: el electorado estadounidense tendrá una verdadera elección. Que gane el mejor partido.