El de ayer fue un acto en el que se notó demasiado que fue un debut como de obra teatral, en el que prevalece un grado de improvisación, una pizca de desorganización y una dosis de nerviosismo. Quedó la sensación de que el encuentro entre Domingo Amaya y José Cano en la Casa Histórica sirvió sólo para garantizar que no hay marcha atrás con el pacto. Sin embargo, también denotó que resta mucho por hacer entre la yunta de espacios políticos que busca destronar al alperovichismo del poder.

No hubo discurso público, en un clima que era apto para fidelizar a la tropa. Si bien apenas eran unos cientos de seguidores, entre los dirigentes con banderas rojas y blancas -del radicalismo- y verdes y blancas -del amayismo- se percibía emoción y esperanza. Era propicia la ocasión para que ambos líderes políticos arengaran a sus seguidores. No pasó. Fue un gesto claro del nerviosismo que rodeó la firma del Acuerdo por el Tucumán del Bicentenario. Cano y Amaya se mostraron nerviosos y cuidadosos de no incomodarse el uno al otro. Queda mucho por hacer -como rezaba el histórico eslogan alperovichista- para que se logre el Tucumán que viene -que pregona el grupo opositor en su spot-.

También se observó nerviosos a los inquilinos de la Casa de Gobierno. ¿Por qué mencionan tanto a Cano y a Amaya si no les importa lo que hagan? Lo que no molesta no se nombra ni se le presta atención. Alperovich, Manzur y sus adláteres no hacen más que ratificar que están preocupados con la alianza opositora al ocuparse tanto de ello.

En el acto de ayer también arreciaron las mezquindades. Había caras largas y cuchicheos dañinos de dirigentes de ambos bandos que se sienten perdidosos con la unión. La radical Silvia Elías de Pérez marcó con su ausencia que el pacto trajo consigo varios “sapos” muy difíciles de digerir.

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